Elena del Rivero rescata las palabras de Marcel Duchamp en 1961 durante un simposio en el Philadelphia Museum College of Art -«El gran artista del mañana pasará al underground»- y la trilogía De sus fatigas con la que John Berger repasó el fin del campesinado y, agitando ambos conceptos con el Archivo del Polvo que transformó su obra destruida durante el 11-S, la artista valenciana aparece en una aldea remota de Galicia. En los últimos meses, Del Rivero ha convertido las casas, pajares, cuadras, patios o pocilgas en museos temporales y este sábado propone la que, a día de hoy, concibe como la última gran obra de su carrera: una gran pira en la que reducirá a cenizas su producción de los años 70 y 80.
La catarsis llegará en la aldea de San Pedro Fiz de Vilar, en el municipio de Bande (Ourense), pero La Quema de Elena del Rivero (Valencia, 1949) empezó a arder mucho antes. Prendió en conversaciones con el ahora comisario del proyecto, Mateo Feijoo, desde su estudio de Nueva York y en A Casa do Pozo, un proyecto relacional que él puso en marcha años atrás en este pueblo próximo a la frontera entre Galicia y Portugal.
En A Casa do Pozo, arte, pensamiento, tradición y educación van de la mano y se propone a los artistas la participación activa en los encuentros con los vecinos. Elena lo visitó en el verano de 2023, empezó a interactuar y La Quema ya era imparable. En enero de 2024, trasladó su obra de los años 70 y 80 desde su estudio en Madrid y desde entonces ha entrado en comunión con sus vecinos. «Comunidad, comunidad, comunidad. Ayudarnos todos». Es una lección «de gran belleza» que le han dado tanto este proyecto como los vecinos de San Pedro Fiz de Vilar.
Quizás todo empezara mucho antes, cuando los atentados contra las Torres Gemelas destruyeron su estudio de Nueva York y la creadora empezó a transformar en arte los restos devastados y crear el Archivo del Polvo que ahora se expone en Es Baluard (Palma de Mallorca). «No es quemar por quemar. Todo esto surge porque mi obra se medio destruyó el 11 de septiembre», reconoce. «Es 'gracias', entre comillas, a haber trabajado durante 20 años con la destrucción y a haber creado tanta obra nueva que, cuando termina el Archivo del Polvo, sigo dándole vueltas».
Fue entonces cuando se topó con artistas que habían quemado su obra, como Susan Hiller, en exposición en el Museo Helga de Alvear de Cáceres, y leyó a John Berger y su ya citada trilogía. Y todo encajó. Empezó a pensar en la destrucción del arte contemporáneo como lo hemos entendido hasta ahora y supo que, como colofón a su carrera, a modo de retrospectiva, tan solo podía quemar su obra.
«No estoy diciendo que mi época fuera mejor o que el Renacimiento fuera mejor», quiere matizar, lo que ella busca con este proyecto es, a nivel simbólico, retratar que «está concluyendo una época» de la mano de la inteligencia artificial y de una sociedad en la que «el mercado lo puede todo, y los artistas se ven abocados a producir para completar una serie de deseos del mercado».
Ese pensamiento abstracto se apoderó de ella bebiendo de Duchamp y su underground y supo que, para expresar todo lo que fluía en su interior, tendría que quemar su obra y, con lo que quede de la quema, crear algo. «Será como un monumento funerario», adelanta, aunque no puede predefinirlo. «No sé lo que va a ser porque no sé lo que me voy a encontrar».
Sí sabe que ese resultado final estará impregnado de esa comunidad que la ha acogido en Ourense y de la naturaleza y el concepto de vida artesanal y comunitaria cuyo fin ya auguraba Berger. Lo explica días antes de que dos décadas de creación artística queden reducidos a polvo y destrucción y de que cierre el círculo de medio siglo de una trayectoria artística que la ha convertido en una de las artistas españolas con mayor proyección internacional, con obras en el MOMA, el Metropolitan o el Reina Sofía. «Tal y como, durante el Archivo del Polvo, trabajé con todo lo que me rodeaba, ahora he trabajado con los vecinos». Sin ellos, puede que existiese igualmente La Quema, pero sería otra, tendría un alma y un resultado diferente.
"La obra final será como un monumento funerario, dependerá de lo que me encuentre"
Porque no solo arderán las piezas que creó en los inicios de su carrera, sino obras efímeras que ha ideado desde su llegada al pueblo, que ahora ocupan cada rincón de sus casas, calles y lugares de trabajo. Un único elemento llegó desde el exterior: las perlas falsas que son un habitual y un imprescindible en su trayectoria. El resto lo ha creado con todo lo que se encontró, con los propios vecinos, y con una sombra siempre amenazando, la despoblación del campo.
Mira hacia esas instituciones y fundaciones que descentralizan el arte, que programan en el rural como activismo contra la despoblación, pero hay algo que no le convence. «Llega la gente, sale de un coche, toma una aperitivo, ve una exposición, se mete en el coche y regresa a Madrid», critica.
En San Pedro Fiz de Vilar es al revés. Sin sus vecinos no habría sido posible. «El entorno es parte de la obra porque el proyecto está inmerso en el fin del campesinado, el fin de la vida rural, el cómo poder entrever el legado de esta gente que desaparece, entresacar una memoria colectiva de la que he aprendido. Estoy aprendiendo muchas cosas de un saber ancestral que quizás esté desapareciendo y eso lo estoy metiendo ahora en mis dibujos». Como un renacer de la tradición, de lo artesano, de ese underground de Duchamp entendido como lo que escapa del mercado: «Porque el mercado, el dinero y la creación no siempre se llevan muy bien».
Considera Elena del Rivero que «la libertad del artista está precisamente en traspasar fronteras, ir en contra y hacer cosas que la gente se pregunta: '¿y qué es esto?'». Y esa es la pregunta que busca con este proyecto. «Es muy bueno cuando la gente formula esa pregunta porque, precisamente, el artista trabaja en contra de lo que estamos acostumbrados, se impregna de lo que le rodea y después de eso, con metáforas, crea otras cosas».
Los cuadros que ha seleccionado para echar al fuego pocas personas los vieron en su día: «Casi ninguno fue expuesto en público». Son resultado de tiempos difíciles, en los que pintó sin preocuparse «por lo que estaba bien o mal y sin miedo al fracaso». «Fue una época de inocencia y libertad», en la que la inspiraron Juana de Aizpuru y el expresionismo alemán. Aunque a día de hoy duda si definirse como expresionista, reconoce que no se ha alejado demasiado de este movimiento: «Creo, fundamentalmente, que exprimo la vida y la experiencia».
Y le dará una vuelta de tuerca destruyendo esas mismas obras en busca de una nueva libertad. Todas excepto una. En la iglesia está expuesta una serie de Las Moradas de Santa Teresa de Jesús, esa alegoría de las siete moradas en cuyo centro se encuentra Dios y una de ellas, la número 7, se salvará de las llamas. Es su regalo para el pueblo y, ante notario, dejará constancia de que será comunitaria y , si algún día se vende, tan solo esa comunidad que en este pueblo se vive intensamente podrá beneficiarse. Del resto, hará reproducciones para que puedan conservar en sus casas.
Con su obra, desaparecerá un poco de Elena del Rivero, de su historia. Su hija, que vivía con ella en una buhardilla de la calle Travesía de San Mateo de Madrid cuando produjo parte de esas obras, escribió un texto para el documental que está inmortalizando todo el proceso recordando: «Estos cuadros forman parte de mi crecer junto a mi madre». Y ahora viajará desde París para verlos quemar: «Algo de mí se destruye, como parte de mí explotó en el 11 de septiembre, pero la vida es destrucción y de la destrucción renace la creación. Lo veo casi bíblico». Y, para ella, se trata del «fin del trayecto». Pues reconoce: «No veo la salida a una cosa tan fuerte como la que estoy haciendo».