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Amor, la vida de una niña abusada por su padre: "Recuerdo a los dos en el baño. Frente al espejo. Él, detrás. Esa cara"

Sufrió agresiones sexuales desde que tiene uso de razón hasta los 16 años. Cuando dijo basta, comenzó el maltrato psicológico. Al tratar de denunciar a los 40, el delito había prescrito.

Amor, la vida de una niña abusada por su padre: "Recuerdo a los dos en el baño. Frente al espejo. Él, detrás. Esa cara"
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Viendo lo que hacía, seguro que sus primas pensaban que Amor era una niña de una generosidad infinita. Pero no era exactamente eso. Si Amor les regalaba todos aquellos juegos de mesa, si Amor les hacía entrega de aquellos peluches y muñecas como si le quemaran, si Amor les daba sus vestiditos y sus complementos, si Amor les habría sacado los ojos a los Nenucos y cortado el pelo a las Nancys; era porque aquellas muñecas eran el regalo que su padre le hacía cada vez que abusaba de ella.

Primero, el saludo paterno al entrar a casa. Después, la visita con la niña a la habitación o al baño. Luego, el preámbulo decisivo de echar el pestillo con la hija allí dentro. A continuación, lo innombrable. Y finalmente, al cabo de las horas o de los días, un paquete envuelto en papel de colorines: toma, Amor, hija mía, te he traído otra muñeca.

Y otra muñeca. Y otra más. Y otra. Años y años de muñecas.

Si las primas hubiesen sabido, si ella les hubiese contado lo que no se atrevía a contar, a lo mejor tampoco las habrían aceptado. Muñecas que todas las niñas deseaban. Muñecas como premios. Muñecas como peticiones de perdón. Muñecas como burlas. Muñecas manchadas.

Por eso las odiaba Amor, muñeca rota y triste.

"Se restregaba en mí, se frotaba, tocándome, acababa masturbándose encima de mí. Me decía que le ponía muy cachondo, que aquello no era malo, que era nuestro secreto... Me decía que, si contaba lo que me hacía, nadie me iba a creer y todo el mundo pensaría que era culpa mía, y que entonces me llevarían a un centro y que me quedaría sola... Yo era muy pequeña y me quedaba como en blanco... Luego me venía con las muñecas".

Para saber más

Aquella niña pálida que se quedaba muda se llama Amor, ha adoptado el apellido de la madre (Maqueda), tiene 52 años, es natural de Lleida y aquí ha decidido contar su historia por primera vez.

La biografía de la ama de casa silente y del padre electricista y fantasma. Las rodillas de Juan en las que tenía que sentarse la niña delante de los amigotes de papá y que eran como una silla eléctrica. La vida a la vista en Mollerusa con el hermano ausente. La vida velada puerta adentro. El monstruo de entonces y las pesadillas de hoy.

Si le preguntas cuál es el primer recuerdo que guarda de las agresiones sexuales de su padre, te contesta que no tiene localizada la primera vez. Que cree que ocurrió "desde siempre". Que a lo peor empezó nada más nacer o con unos meses o con un año o con dos.

Porque te puedes llamar Amor y haber pasado por tres infiernos.

El primero de los infiernos de Amor es lo que le pasó desde que tiene uso de razón. "Recuerdo un día en el baño. Los dos frente al espejo. Me puso apoyada frente al lavabo. Con él detrás. Esa cara".

El segundo de los infiernos es todo que le hizo a partir de que le dijera basta a los 16 años. "Entonces empezó a maltratarme de otra forma. Me obligaba a desnudarme y me decía: '¿Tú qué ves? Porque yo veo a una cerda. Nadie te va a querer'".

El tercero de los infiernos comenzó cuando, a la edad de 40, decidió romper el silencio -ya leerán- y acabó haciendo lo propio con sus huesos.

(...)

"Mi padre trabajaba como electricista en el mantenimiento de un macro restaurante. En el fondo, era muy egocéntrico y tenía muchos complejos de inferioridad, pero él siempre tenía que demostrar lo contrario fuera de casa... En la calle o en el bar, era muy líder y muy fanfarrón", recuerda. "Mi madre... era justo lo contrario, una mujer sometida a la que maltrataba psicológicamente y a la que le fue infiel".

Y en aquel reparto de papeles, también el de un hijo mayor y el de la hija pequeña.

Amor cuenta que su hermano era el ojo derecho de su padre y que ella era las sobras de la mesa. El padre se llevaba a cazar y a pescar al campeón de natación que estudiaba fuera de casa interno y Amor sabía que el rol que su padre le tenía reservado era otro.

-¿Tienes recuerdos felices de la infancia?

-Ninguno. Porque siempre me sale su imagen en el baño o en mi habitación... He llegado a hacer terapia EMDR [basada en movimientos oculares para tratar el trastorno de estrés postraumático] para encontrar momentos felices de niña y te puedo asegurar que no los tengo. No recuerdo una primera vez. No recuerdo una vida anterior a sus abusos.

-¿Tu madre supo en algún momento lo que ocurría?

-Creo que siempre lo supo, aunque ella dice que no... Mi padre le ordenaba: 'Tú vete a hacer la cena a la cocina y no vengas adonde estoy con la niña hasta que yo no te diga'. Y luego echaba el pestillo.

Y entonces, aquellas muñecas que fueron viniendo y aquella niñez que se fue marchando.

Haciendo memoria, cuenta que las agresiones fueron -"como poco"- semanales. Que en el colegio no iba bien. Que nunca les contó nada a las compañeras de clase y que allí se ponía "una careta". Que tenía "mucha culpa" y "baja autoestima". Que, siempre que podía, desaparecía el mayor tiempo posible y se iba horas y horas a casas de amigas o de vecinas para tratar de evitarlo. Pero que lo mismo le daba. El mismo baño. El mismo pestillo echado. El mismo cuerpo.

"Tenía 16 años cuando dije basta. Fue directo a la ducha donde yo estaba. Metió su mano. Iba a tocarme. Le di un manotazo. Le grité: '¡No se te ocurra volver a tocarme! ¡No se te ocurra!'. Recuerdo su cara porque no se la había visto nunca hasta ese día. Era una cara de odio infinito".

Así acabó el primero de los infiernos y empezó el segundo.

(...)

"Comenzó a machacarme mentalmente. Me decía: '¡Mírate, eres una mierda, una puta gorda!'. Me obligaba a ponerme delante del espejo y me torturaba: '¡Mírate, cerda!, ¡mira esa tripa!... Si no eres mía, no serás de nadie'. Toda su forma de hablarme era así. Un día. Otro. Un mes. Un año. Otro más".

En la mochila que se fue llenando, Amor recuerda escenas que va recordando mientras nos cuenta.

Una. Cuando sus amigas la llamaban para ir a clase. "'Ya bajo', les decía yo desde la ventana. Y entonces, a continuación, salía mi padre a decir cosas como: 'Está limpiando, la pobre, es tonta perdida, no vale para otra cosa'".

Otra. Cuando ella se quedaba de noche chateando en su habitación: "Tenía que apagar la luz y poner una toalla en la rendija de la puerta para que no viera el reflejo de la pantalla. Porque, si me veía contactando con gente, se ponía hecho una furia".

Otra más. Cuando estaban en una reunión familiar y Amor era el centro de todas sus bromas de mierda. "Se reía de mí constantemente. Soltaba delante de todos, primas, tíos o quien fuera: "¡A ver si os creéis que yo no sé que a mi hija le han regado ya el perejil!'. Y aquello le hacía mucha gracia".

Así que, un día, con 19 años y 16.000 pesetas, Amor se fue a Salou lo mismo que podía haber aterrizado en Marte. El trabajo haciendo habitaciones en aquel hotel era un horror, pero mucho peor era cuando regresaba a casa como si no pasara nada. Pasaron los meses, pero no el olvido. Amor demoraba las visitas a Mollerusa. En Salou, llegó a ser jefa de relaciones públicas de la discoteca Pachá. Hasta que su madre la llamó suplicando.

"Me contó que a mi padre le habían detectado un cáncer de próstata y que ella sola no podía hacerse cargo de él, con lo que tuve que regresar. Nada más verme entrar, me soltó desafiante: 'Te dije que volverías'. Y yo: 'Lo hago por mamá'. Y él: 'No, lo haces por mí'... Lo primero que hizo fue renunciar al apoyo que le mandaban desde el hospital. Quería que todo eso se lo hiciera yo. Fue su manera de humillarme. Me hizo tocarle, bañarle, me decía que le enjabonara bien sus partes. Y yo veía su mirada de victoria. Cada vez que acababa, del asco, me tenía que duchar".

El padre se curó, pero la hija no lo hizo jamás.

En la huida, acabó con una relación fallida trabajando en una joyería de Sevilla. En la larga marcha, terminó empleada en una clínica dental en Alicante, donde hoy vive. Todo lo cambió (o lo removió o lo precipitó o lo implosionó) el nacimiento del hijo de su hermano: esa ilusión del primer sobrino. Fue a verlo nada más venir al mundo y le ocurrió algo que lo cambió todo.

"A la semana de nacer, me quedé muda. Así reaccionó mi cuerpo. Lo tenía en mis brazos y mi padre me dijo que se lo pasara, que lo quería coger. Pero no se lo pude dar. Solo de pensar que mi padre le iba a tocar, me generaba una angustia tremenda. Veía el cuerpo de angelito en las manos de un ogro. Fue cuando decidí que tenía que hablarlo".

Y entonces todo tembló de nuevo. A su pareja de entonces y su esposo actual, Eladio, no se atrevió a contarle su historia de abusos hasta después de un lustro de relación.

Hoy nos recuerda la última conversación con su padre.

"El psicólogo me dijo que cortara ya mismo cualquier tipo de relación con él, porque aquella conexión, aunque fuera lejana, me estaba destrozando la vida. Llegué incluso a intentar suicidarme. Se lo dije: 'Tú sabes por qué hemos terminado, ¿verdad?'. Y él: 'Sí, sí'. Yo: 'Hasta aquí hemos llegado, esta es la última vez que hablaremos'. Él: 'Te pido que me perdones, entonces estaba pasando un mal momento...'".

A sus 40 años, decidió contar el secreto que había callado durante tanto tiempo.

Así acababa el segundo de los infiernos y empezaba el tercero.

(...)

Se denominan episodios disociativos y consisten en una alteración de la identidad, la memoria, la percepción o la conciencia: estás pero no estás.

Se llaman episodios conversivos y hacen referencia al volcán físico que, en ocasiones, desencadena el trauma profundo: convulsiones, visión doble, espasmos musculares...

Las dos formas de patologías mentales para escapar de la realidad le ocurrieron a ella.

"Cada vez que me daba una crisis, el cuerpo reaccionaba sin control. Me golpeaba. Llegué a romperme los dos brazos, una pierna, las costillas, a hacerme una brecha. Otra vez, en una crisis, me arranqué piel del esternón. Me metía la mano en la boca para ahogarme... Ingresé en unidades de salud mental. Ni mi marido ni cuatro celadores podían reducirme cuando me daba aquello".

Y cuando por fin sanó y trató de denunciar judicialmente, le informaron de que lo ocurrido había prescrito.

En el estudio de la Fundación ANAR Agresión sexual en niñas y adolescentes según su testimonio. Evolución en España (2019-2023) se recoge precisamente que tres de cada diez víctimas de agresiones sexuales no denuncian ni tienen intención de hacerlo. Que por cada caso que había en 2008, hoy hay 4,5. Que el perfil del agresor es hombre, mayor de edad y que, en más de la mitad de los casos, es un miembro de la familia.

"Mi padre murió hace cinco años, pero sigo teniendo pesadillas", concede. "Tener una experiencia como aquella, te revienta la vida y te destroza la sexualidad. Pero por las dos partes... Porque tu pareja tampoco sabe cómo buscarte".

Pero hablemos de la reconstrucción. Amor hoy es directora de la Asociación Nacional de Infancia Robada en la Comunidad Valenciana. Puede hablar de aquello. Controla su cuerpo y su cabeza. Tiene claro que no van a tener hijos. Y menos, muñecas.

-Les tengo fobia.

Le pedimos que nos elabore una lista de cosas con las que disfruta y casi se nos acaba el papel. "Nadar en mar abierto, bucear, leer, la música, ir a conciertos, montar en moto, el cine, estar con los amigos, el sol, conocer gente nueva que me aporte cosas...".

Amor se llama. Nada más y nada menos. A pesar de todo. Que en la RAE significa "sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser".