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La larga marcha de la mujer gitana en España: "Los vigilantes nos persiguen en el súper"

El Año del Pueblo Gitano, que conmemora los seis siglos de la etnia en la Península, no esconde que un 86% de los gitanos vive en la pobreza. Y en las mujeres, peor, como cuentan la ex diputada Sara Giménez y la responsable de Género del Secretariado Gitano, Celia Gabarri

Celia Gabarri, Séfora Gabarri y MªJosé Hernández.
Celia Gabarri, Séfora Gabarri y MªJosé Hernández.
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«Es fetén estar hoy con vosotros", dijo el rey Felipe VI, en caló, el pasado 28 de febrero, y arrancó la celebración del Año del Pueblo Gitano y de los 600 años de la etnia en la Península Ibérica como empiezan las fiestas gitanas de verdad: con tanta pena, penita, pena como alegría y alborozo.

La pena, porque un 86% de los gitanos españoles, en torno a 700.000 personas según las instituciones, vive bajo el umbral de la pobreza. Seis de cada 10 no acaban la Educación Secundaria Obligatoria, en una cifra que incluso parece trucada, porque se les hace la «vista gorda». En general, incluso en una época que ha entronizado la diversidad, la discriminación no arrecia.

La alegría, ya sabemos, viene de serie: «Gracias por haberme camelado», se apuntó a la jarana, sandunguero, el propio monarca. En realidad, incluso la celebración, uno de los actos de reconocimiento más importantes al colectivo romaní en democracia, ilustra cómo los gitanos españoles siguen, de algún modo, en la clandestinidad social e incluso histórica: sí, fue el 12 de enero de 1425 cuando el conde de Egipto Menor, Juan, obtuvo de los reyes españoles salvoconducto para que sus gentes, trashumantes, pudieran quedarse en territorio español...

Pero en realidad los gitanos, a quienes las teorías más extendidas sitúan como oriundos del Punjab indio, llevaban ya entonces muchos años en la Península. Y en general por todo el sur de Europa: hoy, seis siglos después, sobre todo andan por Turquía y Rumanía, con 2,7 y 1,8 millones de habitantes respectivamente, pero también en los Balcanes, Alemania, Italia, Francia.

Sólo en España se les llama gitanos, posible contracción de «egiptanos». Si usted se apellida Maya, Montoya, Moreno o Salazar, es muy posible que tenga ancestros gitanos más o menos cercanos. Sin embargo, la palabra sigue siendo para muchos un insulto, y ellos siguen dedicándose sobre todo a la venta ambulante, como si, al final, llevaran más de medio milenio vendiendo en la calle.

Para saber más

«Y muchas familias gitanas no pueden alquilar pisos, y muchos jóvenes no pueden entrar en locales de ocio», dice Sara Giménez, directora de la Fundación Secretariado Gitano, su asociación más representativa. Giménez, diputada en la pasada legislatura por Ciudadanos, empezó a trabajar en la fundación «hace veintipico años» llamando a empresas para fomentar el empleo reglado en su colectivo. Lo hacía como tantas cosas suceden en el mundo gitano: clandestinamente. «Cuando nos cogían el teléfono decíamos que llamábamos del programa Acceder, sin decir la palabra 'gitano', porque en cuanto la decíamos nos despachaban. Ahora ha cambiado un poco la cosa: tenemos 15.000 empresas vinculadas y subiendo».

Ha cambiado, pero no tanto, explica Giménez: «Seguimos siendo la minoría étnica más rechazada de Europa, según el Eurobarómetro de 2023, y aunque en España esta percepción va un poco mejor que en otros países europeos, en los 20 años de la fundación hemos registrado 4.603 denuncias por discriminación a nuestra población, y 1.112 casos de discriminación en los medios de comunicación».

Giménez certifica que, al final, sólo 47 de esos 600 años, los últimos, «han sido en completa igualdad ante la ley de los gitanos con respecto a la población no gitana», pero «hay que dar un paso adelante» porque algunas cifras, dice, se hacen abrumadoras: «De las 24.000 personas que viven en condiciones de chabolismo, 18.000 son gitanas, y de ellas un 50% menores de edad. No es cuestión de dinero, porque España es la cuarta economía europea y hay fondos europeos de todo tipo para hacer cosas. Es un tema de voluntad política».

¿Se discriminan también de algún modo los gitanos a sí mismos, manteniéndose al margen de reglas sociales y Mundanal ruido?, lanzamos la pregunta incómoda.

«Quizás los gitanos nos hemos juntado más ante el rechazo de los demás», concede como mucho Giménez, «pero es que históricamente venimos de más de 200 pragmáticas antigitanas, de persecuciones de todo tipo, de la Gran Redada [el intento de exterminio de los gitanos españoles del año 1749]... Te cuento mi caso», se anima: «Yo vengo de familia de vendedores ambulantes y mis padres y hermanos siempre se han relacionado con el barrio, con los no gitanos, con total normalidad. Jamás nos hemos excluido. Es la exclusión la que al final te excluye».

«A las dos nos persiguen los vigilantes en el súper»

Séfora y María José

De esto algo sabe Celia Gabarri, que hoy tiene 47 años y recuerda cómo en el colegio «era Celia», pero en el instituto «ya era la gitana». Fue la primera de su familia en llegar ahí, y luego la primera gitana de Palencia -y de las primeras españolas- en conseguir un título universitario. Su hermana María del Mar fue la primera gitana en la provincia en sacarse el carnet de conducir, pero la anécdota lo dice todo: «Nunca fue a recogerlo». Siguió el camino clásico de la mujer gitana: prometerse pronto, casarse a los 18, y embarazarse del tirón. «Él no quería que lo fuera a recoger».

Gabarri, un verdadero torbellino de mujer, nos recibe en la sede del Secretariado Gitano en Palencia. Ella ejemplifica el progreso, a duras penas pero seguramente inexorable, de la mujer gitana, nacida y acunada en un machismo secular. A su lado su sobrina, Séfora, de 28 años, personifica precisamente esas dificultades: ESO abandonada en segundo curso, prometida a los 17, casada a los 18, madre meses después.

«Y mira», cuenta Séfora, que ya tiene otros dos churumbeles, «ahora me arrepiento de no haber estudiado, me habría encantado y ahora tendríamos una vida mejor, seguro. Por eso le insisto mucho a mis hijos con que tienen que estudiar, tienen que esforzarse, como sea...».

Lo que pasa es que los críos al final, como se sabe, sobre todo imitan a sus padres. Y ni Séfora ni Isaías, su marido, estudiaron. Él trabaja «en todo lo que puede, pero ahora está en paro, dedicado a la venta ambulante», el salvavidas gitano habitual. «Lo bueno», tercia su tía, Celia, «es que ellos no cogen nada de servicios sociales». «Huy, no, no», dice Séfora, «a mi marido no le gusta nada eso, dice que cualquier cosa menos eso». Séfora tiene la clásica piel tostada romaní, y a su lado está su madre, María José, de 49 años. A las dos las persiguen los vigilantes cuando entran en el supermercado, y luego les miran el carro por si acaso.

«Pero a mí no», dice Celia, una gitana «blanquita»: «De hecho, me pasó en la universidad que había en mi clase una chica muy morena, Almudena, y como la gente sabía que había una gitana, la miraban a ella. Y ella me decía: 'Tía, di que eres tú'. Y cuando un profesor que estaba explicando algo sobre el colectivo gitano la miró como aludiendo a ella, levanté la mano y dije: 'Perdone, pero la gitana soy yo'". Celia, hoy responsable de Género a nivel nacional en el Secretariado Gitano, fluctúa entre el optimismo y el pesimismo cuando intenta poner en valor haberes y deberes en la lucha por la integración gitana. «Es verdad que se han conseguido muchas cosas, pero también que me siguen haciendo exactamente las mismas preguntas que hace 25 años, las mismas». Celia protagonizó una entrega del programa de La 2 Línea 900 allá por el cambio de siglo, «y ya entonces me preguntaban las mismas cosas que ahora. Hemos avanzado... Pero no tanto como quisiéramos».

Séfora, con tres niños (nueve, ocho y dos años), tiene ante sí el reto emancipador habitual de las mujeres gitanas: «Me quiero sacar el carnet de conducir». El primer eslabón de liberación de la mujer gitana va sobre cuatro ruedas: «Quiero sacármelo». Celia: «Es a lo que más ayudamos a las mujeres aquí en el secretariado, a sacarse el carnet: todo empieza por esa autonomía».

¿Cómo se vive el momento feminista en el mundo gitano? «A ver», dicen las tres, casi al unísono, «en la familia gitana siempre ha habido mucho patriarcado, pero también mucho matriarcado: el trabajo de las mujeres en la crianza es básico». Celia: «Es verdad que la mujer ha quedado relegada al ámbito de la casa, pero ahí, en los cuidados y en amamantar, cosas tan de hoy en día, ha reinado». Aunque también admiten que, como dice María José, «al final siempre se ha hecho lo que el hombre quería: en mi casa, el hombre mandaba y pagaba, pero eso ya no es tan así».

¿Se marginan aposta los gitanos? «El rechazo nos hace protegernos», dice Celia Gabarri

A ella, a María José, le pidieron la mano «con 16 años. Llegó otra familia y dijeron a mis padres que querían casarme con su hijo. Así que fuimos novios durante dos años, en la época que se llama de pedimiento, y cuando mis padres ya vieron que estábamos bien, pues ahí tuvimos nuestra boda», explica.

La de género es sólo una de las muchas brechas que enfrenta el colectivo gitano. «La más importante», volvemos a la ex diputada Sara Giménez, «quizás sea la económica, la de la desigualdad: un 89% de los menores gitanos sufren pobreza infantil, un 63% no acaba la ESO, mientras que en la población general el porcentaje es del 4%, y un 86% abandona los estudios antes de completarlos, frente a un 13% del conjunto de los españoles. Son tasas muy altas. Pedimos a las instituciones, una ver llevamos ya casi 50 años con los mismos derechos que los demás, que haya políticas públicas para promover la igualdad. En el Secretariado por ejemplo tenemos un plan, llamado Promociona, en el que el 80% de chicos y chicas consiguen terminar la ESO. En empleo, lo mismo: en 20 años hemos conseguido 90.000 contratos de trabajo. Los gitanos triplicamos la tasa de desempleo de la población general. Eso hay que enfrentarlo con políticas activas».

«En realidad», dice Celia Gabarri, «los jóvenes gitanos están empezando ahora a ver la educación como un derecho y no como un deber. Cada vez se ve a menos padres gitanos que le dicen a sus hijos lo que siempre se les ha dicho: 'Si no quieres no vayas al cole'. Ahora se dan cuenta de lo que significa: es un comienzo. En mi familia no pasó. Mi hermano tuvo una enfermedad respiratoria, nos tuvimos que cambiar de barrio, y dimos con gente muy buena, payos muy buenos. Aquello nos abrió. Mi marido es payo, y me esperó hasta los 30. Eso un gitano muchas veces no lo hace. Vamos saliendo de ese lugar, de esas costumbres, pero poco a poco».

Le lanzamos la pregunta incómoda: ¿parte de la inadaptación la ponen los gitanos? «Hemos tenido que fortificarnos durante siglos, porque se nos perseguía. Pero ahora las cosas sí que están cambiando», termina. «Sólo necesitamos algo más de ayuda de las instituciones».

DATOS DE LAS BRECHAS MÁS DIFÍCILES: EDUCACIÓN Y EMPLEO

Según la Unión Romaní la población gitana en España es de 730.100 personas, mientras que la Fundación Secretariado Gitano da la cifra de 725.000. En Andalucía residen 300.000, en Cataluña 80.000, en la Comunidad Valenciana 70.000, en Madrid 60.000 y en Castilla-La Mancha 40.000, grosso modo.

En 2018, último año del que existen datos, la tasa de paro alcanzaba el 52% en la población gitana, más de tres veces la de la población general, que era de 14,5%. El paro de las mujeres gitanas era del 60%, y la tasa de actividad para las mujeres gitanas caía hasta 38%, cuando en hombres era del 76%.

El 63% de las personas jóvenes gitanas entre 16 y 29 años no estaban en 2018 estudiando, ni trabajando (regladamente), porcentaje que era del 15% en la población general. La tasa de actividad era del 67% en los gitanos de ese grupo de edad, frente al 54% total, por el abandono de estudios.

Un 64% del alumnado gitano de entre 16 y 24 años no concluye la ESO frente al 13% del conjunto del alumnado. El Abandono Escolar Temprano de la juventud gitana se sitúa en el 63,7% frente al 13,3% del resto.