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Entrevista

Todos los muertos del doctor Boxho: "Una autopsia es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar"

Tras arrasar en el mercado francés, el médico belga Philippe Boxho llega a España con un libro que reúne los casos más disparatados que han pasado por su morgue. "Yo no me río de los muertos, sino de la forma en la que mueren", asegura

Todos los muertos del doctor Boxho: "Una autopsia es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar"
FOTOGRAFÍAS: BERNARD BABETTE
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La primera vez fue hace más de 30 años. Le llamaron por un accidente de tráfico. El copiloto del coche siniestrado viajaba sin cinturón de seguridad, salió disparado a través del parabrisas y el raíl que separaba los dos carriles de la autovía le separó también a él por la mitad. «La cabeza salió rodando y los policías me llamaron con la esperanza de que yo la encontrara... Seguí el rastro de sangre y ahí estaba. La sujeté agarrada por el pelo, la alumbré con una linterna y vi cómo el policía que me miraba a lo lejos se caía redondo».

-¿Cuántos años tenía usted entonces?

-Tenía 27.

-¿Y no le impresionó aquella escena?

-¿Impresionarme? Para nada.

Después de aquella vinieron unas 3.000 más. Tres mil muertes y otras tantas autopsias. El médico forense Philippe Boxho (Lieja, Bélgica, 59 años) ha recopilado las más divertidas -si es que hay algo divertido en esto de morirse- en tres libros que desde 2022 se han convertido en un fenómeno editorial sin precedentes en el mercado francés: juntos acumulan más de un millón de copias vendidas. «Mi objetivo nunca ha sido hacerme famoso, ni siquiera hacerme escritor o escribir tres libros seguidos», cuenta. «Mi objetivo es dar a conocer mi trabajo, un trabajo en la sombra, tan maltratado por las series de televisión y las películas».

Su primer título, Los muertos tienen la palabra (Ed. Plaza & Janés), llega ahora a España antes de traducirse a otros 20 idiomas y presenta una colección de casos tan reales como increíbles en un relato cargado de humor negro que avanza entre los márgenes de CSI y A dos metros bajo tierra. Ésta es una historia irresistible de muertos vivientes, de combustiones espontáneas, de asesinatos y casi asesinatos, de suicidios, de momias, de muertos devorados por cerdos, cadáveres que sudan y penes electrocutados, de moscas y olores putrefactos, de falsos ahorcados y de crímenes imperfectos...

«Una autopsia es como una caja de bombones... -bromea Boxho-, nunca sabes lo que te va a tocar».

Para saber más

-¿Por qué nos fascina tanto la muerte, doctor?

-Porque es algo que nos va a llegar a todos pero no sabemos cómo ni por qué. Nada explica que en algún momento tengamos que morir; simplemente es el destino de todo ser viviente. Está escrito en nuestros genes. Es una pena, pero es así. Si la muerte no existiera, no cabríamos todos en la Tierra. Pero sigue siendo algo desconocido y por eso nos atrae. No es algo que podamos experimentar y luego volver a la vida para hablar de ello, y justo por eso es fascinante.

Bueno, eso de que no podemos volver de la muerte es relativo. Que se lo digan si no a la señora Lucette. Recuerda Philippe Boxho en su libro el día que le llamó la Policía con urgencia.

-¿Doctor? ¿Podría acercarse a examinar el cuerpo de una fallecida? Ya se dará cuenta, es un asunto singular.

Llegó el bueno de Philippe a casa de la señora sin entender demasiado bien la escena del suceso. Para su sorpresa, todas los cachivaches fúnebres ya estaban instalados en el salón. ¿Qué narices pintaba ahí un médico forense? Doña Lucette había fallecido a los 85 años de muerte natural. Un médico normal y corriente había certificado el deceso, la familia había llamado a la funeraria y ese mismo día comenzaron las visitas de rigor. Todo en orden hasta que Jeannine, vecina y vieja amiga de Lucette se acercó para presentar sus últimos respetos a la difunta. Justo cuando se encontraba frente al ataúd, Lucette resucitó de repente: «Oh, Jeannine, ¡qué bien que te hayas pasado a verme!», le dijo como si hubieran quedado para tomar un té con pastas. Lucette -explica Boxho- había sufrido un largo episodio de catalepsia. Jeannine, que era el motivo real de la visita del forense, cayó fulminada por un ataque al corazón.

-¿Es el caso más sorprendente que ha vivido?

-No. Creo que lo más increíble que he visto es el tipo que necesitó 14 disparos para suicidarse. Es algo totalmente loco.

Ocurrió esto en la provincia belga de Luxemburgo. En la cocina de Jean había una nota de despedida y una caja de balas del calibre 22. Justo delante de la mesa, el difunto estaba tendido de espaldas. Entre sus piernas encontraron una carabina y un cargador de seis cartuchos. Y repartidos por el tórax hasta 14 huellas de impacto de proyectiles. No uno ni dos, 14 disparos. «Se trata de algo nunca visto para un presunto suicida», cuenta Boxho. Hasta 13 veces tuvo el tipo que expulsar un casquillo, volver a cargar la escopeta y disparar de nuevo. Dos veces tuvo que cambiar el cargador de seis balas. Un solo disparo en el corazón habría bastado para fulminarle, pero nuestro irreductible suicida nunca acertó del todo.

«Los proyectiles nunca llegaron a tocar el corazón. Perforaron el pulmón izquierdo, rompieron las costillas, algunos hasta atravesaron el cuerpo, incluido el que penetró por el brazo izquierdo y fracturó el húmero». Cuando la cavidad pleural izquierda se llenó de sangre, Jean se desplomó al fin. Tras perder unos dos litros de sangre, murió. «Este hombre debió de terminar pensando que era inmortal, pero demostró una fuerza de carácter fuera de lo común».

"Los muertos me han enseñado que hay que aprovechar la vida y disfrutar mientras estamos vivos. Porque sólo tenemos una"

Su libro se titula 'Los muertos tienen la palabra'. ¿Qué le cuentan a usted los cadáveres?
Lo que yo quiero que me cuenten son fundamentalmente dos cosas. En primer lugar, cuándo han muerto. Y después, cómo han muerto. El objetivo de la medicina forense general en cualquier parte del mundo es responder a esas dos preguntas.
Y para esto, ¿es más importante la escena del crimen o la autopsia?
Es indisociable. La escena es totalmente indispensable para recoger todos los elementos que pueden resolver un caso. A veces encontramos al autor de un crimen por un solo pelo. Además, el entorno del cadáver in situ nos permite medir su temperatura y saber cuánto tiempo lleva muerto. Hacer una autopsia sin visitar antes la escena es una pérdida increíble de elementos.
¿Cuál es el error más habitual en una mala autopsia?
Si la hace un verdadero médico forense, todo irá bien. El error clásico es enviar a ver un cadáver a un médico que no es forense.

Philippe iba para sacerdote hasta que el obispo de Lieja le recomendó que, antes de seguir los caminos del Señor, se matriculara en la universidad. Dudó entre Medicina y Derecho y eligió la primera sólo porque la ventanilla para presentar la inscripción abrió un segundo antes. Luego hizo la mili y abrió una consulta de medicina general. A finales de 1991 empezó a compaginar el malestar de los vivos con las vicisitudes de los muertos a tiempo parcial. «Me encantan los vivos, pero acabé dejando la medicina de familia porque me di cuenta de que curar del todo a la gente es imposible. Y me pesaba mucho no poder ayudar a todo el mundo», recuerda.

Hoy es forense, profesor de Medicina Forense y Criminología, director del Instituto de Medicina Forense de la Universidad de Lieja, miembro de la Real Academia de Medicina de Bélgica y miembro del Consejo Nacional de la Orden de Médicos. También es un bestseller. «Al final vivo de los muertos. Ellos ya no sufren, así que es perfecto. Ahora entiendo cosas que sé que un médico generalista dejaría de lado».

Ahí tienen el caso de Marie, una joven lesbiana que discute violentamente con su padre porque no acepta su relación con otra mujer. Marie, harta, decide acabar con él. Una noche coge la pistola que su padre guarda en un cajón, entra en su habitación mientras él duerme y le dispara. Trece tiros. Luego deja el arma sobre la cama y huye con su amada.

Al día siguiente el doctor Boxho se presenta en la casa como si fuera Sherlock Holmes. Como hace desde hace 30 años, deja en la entrada la bolsa con sus instrumentos de trabajo, se mete las manos en los bolsillos para evitar manchar la escena con sus huellas dactilares y pasea por el lugar. Busca alguna nota, manchas de sangre, algún rastro. Mide la temperatura, comprueba si hay alguna ventana abierta o si está encendida la calefacción. Examina la estancia en la que se encuentra el cuerpo. Toma notas sobre su posición. El cadáver del padre de Marie está en la cama en decúbito lateral izquierdo, hecho un ovillo. La señora de la limpieza le cuenta a la Policía que alguien desconectó la alarma de la casa hacia las dos y media de la madrugada. Sin embargo, el doctor Boxho calcula que la muerte se produjo un rato antes, hacia las 11 de la noche. Parece un asalto y un asesinato evidente hasta que deja de serlo. La autopsia confirma después que el padre de Marie murió de una hernia cerebral repentina tres horas antes de que su hija le vaciara un cargador en el pecho. Ella no le pudo matar porque ya estaba muerto. Así que la joven nunca fue condenada.

"Si muriera mi mujer, sospecharían de mí enseguida porque todo el mundo sabe que un forense puede cometer el crimen perfecto"

¿Existe el crimen perfecto? ¿Se puede engañar a un forense?
Sí, pero no le diré como...
¿Podría cometerlo usted entonces?
Bueno... Sí. El crimen perfecto existe porque a veces no tenemos los medios para descubrir qué ha pasado. Y personas como yo podríamos cometerlo.
Me está dando usted miedo.
Si muriera mi mujer, enseguida sospecharían de mí porque todo el mundo sabe que un médico forense puede cometer el crimen perfecto. Si yo tuviese que matar a alguien, nunca se encontraría el cuerpo.
Me quedo más tranquilo...
...

(...)

A punto estuvo de conseguirlo Laurence, una mujer que asesinó a su marido tras descubrir él que ella tenía un amante y lo quemó después en una pequeña estufa que tenía en casa. ¿Cómo se puede quemar a un hombre en una estufa de leña empotrada en la pared? El doctor belga se presentó perplejo en aquella escena. Laurence, que había trabajado en una carnicería, se cargó a Jean-François de un hachazo en la cabeza y otro en el pecho. Luego descuartizó su cuerpo como se despieza a un cerdo y fue metiendo las partes en bolsitas herméticas para nevera. El cuerpo estaba ya entero (pero por piezas) en el congelador del garaje cuando los niños volvieron del cole. Cada noche, cuando los pequeños se iban a la cama, Laurence lanzaba una de las bolsas a la estufa. En sólo unos días no quedaba ni rastro de Jean-François.

-Dígame, señora, ¿hubo alguna parte que fuera más difícil de quemar?- le preguntó el forense a la asesina durante la reconstrucción del crimen.

-Desde luego, doctor, la cabeza. Tuve que echarla al fuego cuatro veces.

Después de tantos años, tantas escenas y tantos cadáveres, ¿cuál es la principal lección que ha aprendido de estos años tratando con la muerte?
Que hay que aprovechar la vida y disfrutar de ella mientras estamos vivos. Porque mientras no se demuestre lo contrario, sólo tenemos una.
¿Entonces no hay nada después?
Yo he creído en Dios durante mucho tiempo... Hasta que dejé de hacerlo. Ahora soy forense y todavía no sé qué es la muerte. Sé en qué se convierte el cuerpo después de morir, pero eso no es la muerte.
¿Y le da miedo?
La muerte no. Me da más miedo la forma de morir.
¿Hay alguna buena forma de irse?
No hay demasiadas muertes dignas. Sí es verdad que hay algunas más tranquilas que otras. El ahorcado, por ejemplo, es horrible y el ahogado también. Y morir porque te lanzas por la ventana y tu cabeza explota en la acera tampoco es muy divertido.

Luego está aquel joven belga que decidió acabar con su vida pero quería que la muerte le pillara durmiendo. Era electricista y no estaba del todo bien de la cabeza, aclara Boxho. La combinación perfecta. Se le ocurrió idear un mecanismo para empalmar (con perdón) su pene a la luz. La idea era que, por la noche, aprovechando una erección nocturna, se activara la corriente. ¡Bingo! Murió electrocutado.

Y Boxho se muere de risa. «Yo siempre me río», celebra. «Pero no me río de los muertos, sino de la forma en la que mueren y sus circunstancias. Si yo contara la historias del marido que mata a su mujer, deja la pistola sobre la cama y llama a la Policía, eso no interesaría a nadie. No tiene ningún misterio, no hay suspense. Es mucho más gracioso cuando alguien mata a su marido con un picahielos».

"Me gustaría saber cómo voy a morir, pero no cuándo. El peor regalo que puedes hacerle a alguien es decirle cuándo va a morir"

¿Cómo hace usted para apartar las emociones en cada suceso?
No tengo ninguna receta. Es algo natural para mí. He estado en Kosovo. He autopsiado a más de 100 personas asesinadas por los secuaces de Milosevic, a víctimas de atentados yihadistas... No me afecta. Lo que me afecta realmente es ver después a los familiares y ver su dolor. Cuando trabajo, deshumanizo el cadáver. Si volviera a casa con mis muertos, no podría vivir. Pero eso no significa que no sea complicado. Para cualquier médico forense lo más duro es la autopsia de un niño.
¿Y cuál es el peor muerto en una morgue?
Los que están en un estado de descomposición avanzado porque huelen mal, son muy grasos y es difícil manejarlos y además pierden el 50% de los indicios que podrían ayudarnos a resolver un caso.
¿A qué huele la muerte?
A varias cosas, porque el cuerpo evoluciona con el tiempo. Primero pasa por un olor que no podría ni siquiera definir. Luego llega un olor más de amoniaco, un olor cuaternario con grasas muy rancias que huelen fatal. Es un olor que se pega a la ropa y a la nariz. Se queda impregnado hasta en la saliva.
¿Se puede uno acostumbrar a ese olor?
Yo no me acostumbro.
En el libro habla también bastante de las moscas. Parecen casi sus ayudantes...
Es que el mejor socio que podemos tener los forenses son las moscas, porque nos ayudan a evaluar el momento de la muerte. A las moscas les atrae el olor del cadáver y ese olor no es el mismo en función de la evolución de la descomposición. En la medida en que conocemos los ciclos de reproducción de las moscas, podemos evaluar el momento de una muerte.
¿Qué es lo más raro que se ha encontrado dentro de un cadáver?
Lo más increíble que he encontrado es una bola de nieve.
¿Perdón?
Me refiero a una bola de estas de cristal que le das la vuelta y cae nieve dentro. Vi que el ano del cadáver no estaba en buen estado y pensé: 'Bueno, por aquí ha entrado algo'. Pero no esperaba ver esta bola de nieve dentro del recto. Inclinaba el cuerpo en mi mesa de radiología y veía caer la nieve de un lado. Le daba la vuelta y caía la nieve del otro lado. Era algo extraordinario.

Y Boxho se parte por última vez.

Para tratar de olvidar la inclasificable imagen de una nevada en el recto de un cadáver, acabaremos con un final feliz: el caso de Maureen. Resumiendo: hablamos de una chica de 17 años que se marcha de viaje, pero lleva tres semanas sin dar noticias a su padre. La Policía sospecha que puede haber sido una fuga hasta que una mañana dos agentes se presentan en casa de Jacques y le comunican que ha aparecido en Francia el cadáver de su hija. El hombre pide ver el cuerpo, pero le dicen que la joven fue asesinada hace más de 10 días y que sus restos se encuentran en avanzado estado de descomposición. A Maureen la entierran junto a su madre, fallecida unos meses antes. Después del funeral, Jacques organiza una comida y se marcha a casa a descansar. Esa misma tarde, suena el teléfono fijo en el salón.

-¿Diga?

-Hola, ¿papá? Ya he vuelto, ¿puedes venir a recogerme? Estoy en la estación.

Maureen está viva. ¿A quién enterraron entonces?

«Sin duda, esa es la pregunta correcta», ironiza Philippe Boxho en su libro.

¿Usted ha pensando cómo le gustaría morir? No sé si tiene algo planeado.
No, la verdad es que no he previsto nada. No me gustaría morir quemado ni ahogado. Son las peores muertes. Tampoco bajo las torturas del medievo.
¿Y le gustaría saber cómo va a ocurrir?
Claro. Saber el cómo sí, pero no quiero saber cuándo. El peor regalo que puedes hacerle a alguien es decirle cuándo va a morir.

Los muertos tienen la palabra

Plaza & Janés. 224 páginas. 21,90 euros. Puede comprarlo aquí