Tal vez uno de los fenómenos políticos más interesantes de estos tiempos convulsos sea la inesperada popularidad de una teoría que durante décadas fue tan minoritaria como aparentemente propia de soñadores, utopistas y freaks de la tecnología. Hablamos de esos anarcocapitalistas o libertarios que van un paso más allá de lo que en su día llamamos neoliberalismo, que no sólo quieren desregular los mercados y jibarizar los estados, sino que pretenden directamente abolir estos últimos.
La democracia, para ellos, no sería más que otra opresión más sobre la maleada libertad individual. Y algo peor: la democracia nos hace tomar las peores decisiones posibles, nos vuelve (aún más) irracionales.
La mejor exposición de tal diagnóstico es una obra ya clásica de 2007 de la que ahora Deusto publica una nueva edición en español: El mito del votante racional: por qué la democracia lleva a tomar malas decisiones políticas. Hablamos con su autor, el risueño economista estadounidense Bryan Caplan, profesor de la universidad George Mason en Fairfax, Virginia, que se encuentra estos días en Madrid para impartir una conferencia magistral en la Fundación Rafael del Pino.

Fin de los expertos, más desregulación y mucha política vengativa

¿Deben votar sólo los más preparados?
- Su libro se publicó en 2007. Entonces la democracia aún vivía días felices, pero luego llegó una década de crisis, pandemias y guerras que han alimentado el autoritarismo global. ¿Ha cambiado todo esto su visión sobre las limitaciones democráticas?
- Diría que mi visión sobre la democracia ha empeorado ligeramente, pero sigo evitando centrarme únicamente en lo que ocurre hoy, esta semana o incluso este año. Cuando escribí este libro, trataba de entender la democracia desde una perspectiva histórica amplia, observando cómo ha evolucionado en el largo plazo. Cuando la gente se queja de los problemas actuales, suelo responder: "Pero comparado con la década de 1930, estamos bastante bien, ¿no es cierto?". Por lo general, las personas tienden a sobrerreaccionar tanto ante las buenas noticias como ante las malas, así que yo prefiero mantenerme enfocado en una visión más general y equilibrada.
- Algunos tecnoutopistas libertarios proponen abolir la democracia y organizar los estados como empresas privadas. ¿Qué le parece? ¿Es usted un antidemócrata revolucionario o un reformista que busca contrapoderes independientes?
- Este no es un libro revolucionario. Mi propósito principal es ayudar a la gente a entender que algo no es necesariamente bueno solo porque sea democrático. Las democracias no solo cometen errores ocasionales, sino que suelen cometer errores profundos, constantes y repetidos. Aceptemos una verdad incómoda: la democracia no funciona tan bien como creemos, y deberíamos juzgarla con la misma exigencia con que juzgamos otros sistemas como el capitalismo. Reconocer que la democracia tiene defectos importantes no implica que debamos abandonarla por completo, pero sí debería llevarnos a preguntarnos qué alternativas existen. Una alternativa inmediata es simplemente depender menos del gobierno. Por supuesto que hay alternativas más radicales, sobre las que ya he escrito en otros lugares, pero el objetivo central de este libro es más modesto: dejemos de idealizar la democracia. Me sorprende especialmente esa idea común y absurda de que si algo funciona mal, la solución es "más democracia". ¿Más democracia resolvería el problema de los aranceles de Trump? ¿Acaso no son esos aranceles el resultado de la democracia?
- Propone un examen para votar, pero ¿no es también irracional asumir que los mejor formados toman mejores decisiones? Los bolcheviques, por ejemplo, eran universitarios, no obreros.
- Buena pregunta. Es cierto que las personas más locas del mundo suelen estar bien educadas. Pero también es cierto que, si tomas una muestra aleatoria de la población y evalúas su conocimiento, los individuos con mayor formación obtienen mejores resultados en casi todas las medidas. Especialmente cuando se trata de preguntas objetivas y factuales, como diferenciar bacterias de virus o situar históricamente la Guerra Civil Española: en promedio, quienes tienen más educación responden mejor. Ahora bien, sobre la propuesta concreta de un examen para votar, hay dos opciones distintas. Una sería otorgar votos adicionales a quienes tengan mayor nivel educativo formal. Otra sería realizar un examen para votar que evalúe directamente el conocimiento real, al margen de los títulos académicos. Un examen así permitiría que personas con menor educación formal puedan demostrar su conocimiento real, mientras que personas con mucha formación podrían fallar si realmente no dominan los temas evaluados.
- Si los votantes son irracionales, ¿podemos confiar en los mercados, que también están formados por seres humanos irracionales?
- La idea central de El mito del votante racional es que cuando tus errores tienen consecuencias directas sobre ti mismo, tiendes a ser más racional. No perfectamente racional, pero sí más cuidadoso. Si gastas tu propio dinero y tomas malas decisiones, tú sufres las pérdidas. Esto aumenta la probabilidad de que actúes racionalmente. Por el contrario, cuando las decisiones no tienen consecuencias personales directas, la racionalidad disminuye de forma drástica. Lo vemos en política: la gente muestra su peor versión, actuando de forma dogmática, irracional e injusta. Ocurre porque el voto individual apenas tiene consecuencias prácticas. Si votas por políticas nefastas, las consecuencias para ti son iguales que si hubieras votado racionalmente, porque eres solo una persona entre millones. Imagina que vas al supermercado y llenas tu carro con productos que no te gustan. Al salir, lamentarás haber gastado tu dinero así. Pero el sistema democrático parece diseñado precisamente para animar a la gente a defender ideas extremas o absurdas con consecuencias mínimas. Durante la pandemia se escuchaba mucho la frase: "Si salva una sola vida, vale la pena cerrar toda la sociedad". Eso es irracional. Siguiendo esa lógica, tendríamos que prohibir conducir los fines de semana o cerrar todas las piscinas. Gobiernos de todo el mundo adoptaron políticas desproporcionadas sin análisis serios de costes y beneficios. En política predominan eslóganes vacíos como "no importa el coste", que suenan bien pero conducen a enormes pérdidas a cambio de beneficios mínimos.
Me parece una locura pensar que, si mañana pulsáramos un botón y elimináramos de golpe el gobierno existente, las cosas funcionarían bien
- Las neurociencias y la psicología actual defienden que el libre albedrío es una ficción y que el ser humano es una maraña de sesgos, pasiones y mala estadística. Si fuera así, ¿defender la libertad sería inútil?
- Este libro no trata directamente sobre el libre albedrío, pero puedo decirle algo. El argumento principal contra el libre albedrío afirma que contradice la ciencia moderna: los humanos estamos hechos de átomos, sabemos cómo funcionan los átomos, ¿cómo podríamos ser diferentes solo por tener forma humana? Frente a eso yo diría lo siguiente: el principio fundamental de la ciencia es la observación, que incluye la introspección. La introspección es una forma especial de observación, porque nadie más que tú puede observar tus pensamientos o sentir tu dolor. Son observaciones internas genuinas, hechos reales del mundo. Si los niegas diciendo que son ilusiones, socavas toda la ciencia. Si podemos dudar de lo que observamos claramente, ¿por qué no dudar también de la existencia de la Luna? Los pensamientos, sentimientos y creencias, aunque no figuren en los manuales de física, son tan reales como cualquier otro fenómeno observable. "Pienso, luego existo". Esa certeza es absoluta. ¿Dónde encaja entonces el libre albedrío? Pues bien, todos tenemos la fuerte percepción interna de que somos capaces de hacer más de una cosa, que somos libres para elegir. Negar esta percepción profunda, sugiriendo que es una ilusión, es profundamente anticientífico. ¿Por qué no dudar entonces de todo lo demás?
- Se suele presentar usted como un anarcolibertario "pero no de los locos", no cree que pulsando un botón rojo todos nos convirtamos en anarquistas de la noche a la mañana. ¿Pulsó Javier Milei el botón rojo en Argentina?
- Por supuesto que Milei no presionó un botón rojo que convirtió automáticamente a todos en libertarios. Lo que hizo fue aplicar cambios en algunas políticas del gobierno argentino, algo mucho más modesto y realista. Y los cambios van mejor de lo que cualquiera podría haber esperado razonablemente hace 18 meses. Por supuesto, en términos absolutos la situación todavía no es buena, pero debemos recordar que Milei empezó en condiciones terribles. Pero quiero aclarar lo que quiero decir cuando digo que "no soy un libertario de los locos". Me parece una locura pensar que, si mañana pulsáramos un botón y elimináramos de golpe el gobierno existente, las cosas funcionarían bien. Sería un desastre absoluto porque no habría nada que lo reemplazara, y además porque la gente esperaría caos. Cuando las personas esperan que un sistema falle, es muy difícil que funcione. Imagine que lleva la democracia a la España de hace mil años. Si en aquella época alguien hubiera propuesto elecciones, todo el mundo se habría reído: "¿Qué pasa si pierde el rey? Simplemente asesinará al ganador y seguiría gobernando". Y tendrían razón en reírse. En cambio, hoy, si un partido perdedor en España propusiera matar a sus oponentes, nos reiríamos nosotros. Es una idea impensable y por eso hoy no funcionaría. Es verdad que algunas ideas no funcionan aunque la gente crea en ellas, como el socialismo. Pero otras sí. Creo que el anarcocapitalismo es similar a la democracia en este sentido: en una sociedad que no espera ni conoce un sistema así, sería un desastre. Pero en una sociedad habituada, donde la gente espera y acepta jueces privados, policías privados y leyes privadas, tal sistema podría ser estable.
- Es usted un libertario extraño. En España los libertarios que conozco son contrarios a la inmigración.
- Realmente no entiendo cómo es posible ser libertario y estar en contra de la inmigración. Ser antiinmigración implica creer que el gobierno debería controlar estrictamente el mercado más importante del mundo, que es el mercado laboral. Este mercado representa el 70% de la economía global. Decir "quiero libre mercado excepto para la inmigración" es como decir "quiero libre mercado excepto para todo lo que no sea agua embotellada". No es una pequeña excepción, es una contradicción enorme. Y entonces surge la pregunta: ¿por qué crees que regular fuertemente el mercado laboral es bueno, mientras que regular cualquier otro mercado es malo? Si analizamos la inmigración con herramientas económicas estándar, veremos claramente que sus beneficios son enormes. España acepta a un trabajador de Venezuela. En Venezuela esa persona apenas produce nada, ya que toda la sociedad es disfuncional. Pero al trasladarlo a España, inmediatamente esa misma persona puede producir y aportar diez veces más. Este es uno de los ejemplos más claros del daño que causa la regulación excesiva y del increíble potencial del libre mercado. Basta con quemar un papel que dice "no tienes permiso para vivir aquí" y entregarle otro papel que diga "puedes estar aquí". De golpe, esa persona multiplica por diez su contribución al mundo. Otorgarle al gobierno el poder absoluto de decidir quién tiene permiso para simplemente respirar en un país es casi totalitario. Me resulta incomprensible que a algunos libertarios les importe tanto la opinión de un gobierno incompetente y corrupto sobre quién tiene derecho a existir en un determinado territorio. ¿Por qué solo nos importa la libertad básica de quienes ya son ciudadanos?
"Decir que un político es "bueno" me parece absurdo: todos mienten, todos hablan sin saber, pretenden gobernar países enteros sin abrir nunca un libro de texto"
- Describe el proteccionismo como una de las decisiones más irracionales. En EE.UU, los libertarios apoyaron a un presidente como Trump que prometía aranceles. Y ha cumplido. ¿La polarización política hace extraños compañeros de cama?
- Sí. En el tema de la inmigración reconozco que hay muchos libertarios que tienen posiciones equivocadas. Sin embargo, no conozco personalmente ningún libertario que esté en contra del libre comercio. Probablemente los hay, pero son raros. La elección suele ser entre el mal mayor y el mal menor. Puede que un político se equivoque en algunos aspectos, pero acierte en otros. Entiendo a quien dice: "Este candidato es malo pero es mejor que la alternativa". Pero siempre me sorprende cuando alguien asegura que un político es realmente bueno. Decir que un político es "bueno" me parece absurdo: todos mienten, todos hablan sin saber, pretenden gobernar países enteros sin abrir nunca un libro de texto. Esa afirmación sí me parece completamente loca. Pero reconocer que votas por alguien porque es el mal menor al menos permite una conversación razonable sobre quién es ese mal menor. Respecto al proteccionismo, la crítica habitual es sencilla: estar en contra del comercio internacional es prácticamente lo mismo que oponerse a la tecnología. Los argumentos contra el libre comercio son iguales a los argumentos contra cualquier innovación tecnológica. Es como decir: "Si permitimos internet, los agentes de viaje perderán su trabajo". Bueno, siguiendo esa lógica no tendríamos ningún progreso. Toda nueva tecnología desplaza a alguien o perjudica a algún grupo específico. El propósito de la tecnología precisamente es ahorrar mano de obra para usarla en cosas más valiosas. Lo mismo ocurre con el comercio internacional. Si conseguimos maíz más barato desde México, algunos agricultores estadounidenses perderán sus empleos, pero millones de personas obtendrán productos más baratos y esos agricultores podrán dedicarse a otra cosa para la cual no tengamos una alternativa barata y eficiente.
- Dicen que el trumpismo tiende dos almas, la conservadora nacionalista y la libertaria tecnológica. ¿En algún momento Trump tendrá que elegir entre Steve Bannon y Elon Musk?
- Creo que Trump ya ha elegido claramente apostar por el enfoque nacionalista, que es el principal y el único que realmente le interesa. Luego, en cuestiones que no le importan demasiado, es posible que adopte algunas políticas libertarias o tecnolibertarias, pero incluso ahí tengo mis dudas. Por ejemplo, estoy muy decepcionado con DOGE, el Departamento de Eficiencia Gubernamental. Al principio fui algo optimista, pero ahora parece claro que simplemente mienten o exageran sus resultados. Dicen estar ahorrando cantidades enormes de dinero, pero no es cierto, es algo puramente simbólico. Así que sí, en resumen, el nacionalismo ya ganó. Las pocas políticas libertarias que pueda implementar serán únicamente en áreas que a Trump no le interesan demasiado.
- ¿Qué le viene a la cabeza cuando escucha la célebre frase de Churchill sobre que la democracia es el peor de los sistemas exceptuando todos los demás?
- Esa actitud es lo que los jóvenes llaman "cope", es decir, una manera de consolarse o autoengañarse diciendo: "No me preocupan los fracasos de la democracia, porque no hay alternativas mejores, así que no quiero escuchar críticas, ni propuestas de mejora". Sería como si alguien señalara un problema en los mercados y otro respondiera: "El mercado es el peor sistema, excepto por todos los demás, así que no quiero oír críticas". Es un error. Si piensas que la democracia funciona perfectamente, vas a ser demasiado optimista y entregarás alegremente demasiado poder al gobierno. Pero si tienes una visión más realista sobre cómo funciona realmente el gobierno, serás mucho más escéptico a la hora de darle tanto control sobre nuestras vidas. No sorprende que Churchill, un político democrático muy exitoso, no quisiera que la gente hiciera demasiadas preguntas sobre la democracia. Pero nosotros debemos hacerlas, porque el sistema actual realmente no funciona tan bien como se cree. La democracia es profundamente decepcionante, y quien no esté decepcionado es porque no está prestando suficiente atención.
El mito del votante racional: Por qué la democracia lleva a tomar malas decisiones políticas
Editorial Arpa. 344 páginas. 19,90 euros. Puedes comprarlo aquí