ASIA
Asia

¿Qué hacer en Japón más allá de Tokio y Kioto? Viaje 'slow' por el reino de los samuráis donde no llegan los turistas

Aunque los principales atractivos de Japón se suelen relacionar con sus grandes ciudades, todavía quedan aldeas donde disfrutar la vida slow de los japoneses de hace siglos. Ahora que Madrid vuelve a tener vuelos directos con Tokio, es el momento de descubrirlos

Las casas tradicionales de Shirakawago, en Japón.
Las casas tradicionales de Shirakawago.JOSÉ LUIS M. VADILLO
Actualizado

Los neones, las torres de altura descomunal, la música estridente de pop infantilizado, la estética otaku, los rascacielos iluminados, los karaokes, el estruendo de los locales de máquinas con bolas que esconden tesoros absurdos... Parece que todo en Japón conduce a una idea muy urbanita, ultramoderna y acelerada de la vida, donde las personas son pequeñas briznas anónimas que flotan en megaurbes como Tokio u Osaka. ¿Todo? No (y aquí podríamos sacar la lupa como en las viñetas de Astérix dibujadas por Uderzo). Todo no, porque hay pequeñas aldeas que resisten el paso del tiempo y se conservan como hace décadas, siglos incluso. Como si las impresionantes nevadas que reciben en invierno hubieran congelado sus calles, sus casas, su estilo de vida, y permanecieran en el mismo lugar, pero en otra época.

Todo esto se encuentra en el centro de la isla principal de Japón, en los conocidos como Alpes Japoneses, y Shirakawago, Gokayama y Ainokura son los pueblos que lucen con más orgullo ese estandarte de tradición. El primero, de hecho, es un fijo en las listas de localidades más bonitas del país que regularmente elaboran en Japón, donde son muy aficionados a los rankings. Y todos ellos abanderan un concepto de turismo slow que cada vez gana más adeptos: no acumular más chinchetas en el mapa de lugares visitados, sino empaparse de la calma y el gusto por la orfebrería del detalle que sigue caracterizando el espíritu japonés.

Shirakawago es el pueblo de las casas de estilo gassho-zukuri, con sus altos tejados de paja en forma de uve invertida. Cualquier japonés al que se pregunte por las viendas de esta localidad hará el gesto de una oración con las manos. De hecho, su nombre se podría traducir como "las casas de las manos para rezar", por la forma de sus tejados. En total, hay 59 casas históricas aquí, y muchas de ellas son visitables, como la Kanda House, una impresionante construcción de cuatro pisos y un altillo, todo en madera, donde se puede ver ropas antiguas, objetos de labranza de principios del siglo XX e incluso un teléfono de pared instalado en 1890.

Es posible que durante la visita huela a humo. No hay de qué preocuparse: cada día encienden en el salón principal de la planta baja un hogar para ahuyentar a los insectos devoradores de madera del tejado.

Una de esas casas históricas ha sido convertida en área de descanso abierta al público de forma gratuita, para refrescase un poco, descalzarse y tumbarse sobre sus esterillas de bambú a ver pasar la gente.

Además de alguna visita puntual, como al santuario Shirakawa Hachimangu, un auténtico remanso de paz, lo más apetecible en este pueblo es deambular por sus calles y disfrutar del valle buscando la mejor perspectiva para una fotografía del conjunto: con nenúfares, con un templo de fondo o con flores multicolores en verano. Y mejor aún, subir en un paseo al mirador de Ogimachi, desde donde se domina de un vistazo el valle perfectamente definido y el pueblo, para preguntarse cómo es posible que la vida se haya detenido en el tiempo y a pesar de ello Shirakawago no sea sólo una postal, sino un pueblo donde los niños corren con sus bicis y de vez en cuando se oye a lo lejos el ruido de las labores del campo.

Vida campestre en Gokayama, Japón.
Vida campestre en Gokayama.J. L. M. V.

Este encanto de una imagen del Japón que parecía perdido en el tiempo se acentúa en Gokayama, a pocos kilómetros, donde lo primero que llama la atención es su peculiar acceso: desde el aparcamiento se desciende y se atraviesa por un túnel peatonal para bajar al valle.

Aquí los rincones enfocados al turismo son minoría, aunque hay rincones como el puesto de fideos Arai donde se puede probar el típico gohei-mochi, una especie de piruleta grande de arroz bañado en una salsa deliciosa, y los noodles con verduras extravagantes a nuestros ojos. Tanto en este pueblo como en Shirakawago hay que olvidarse de los típicos souvenirs y fijarse en la artesanía local, sobre todo en los pañuelos de seda (que fabricaban desde hace siglos en los altillos de las gassho) y en los móviles y campanillas de madera o bambú.

En Gokayama hay una veintena de estas casas tradicionales y merece la pena buscar el mirador que sale del aparcamiento para admirar el conjunto, con las parcelas de arroz de un intenso verde amarillento en verano, como brochazos de Van Gogh cuando están recién segadas.

Sólo a unos pocos kiómetros está el tercero de estos pueblos tradicionales, Ainokura, el más auténtico de todos, donde incluso en temporada alta apenas llegan los turistas. Eso sí, hay que afinar la vista: lo que aparenta ser sólo una vivienda alberga un alojamiento o una casa de comidas. La vida cotidiana sigue su curso y es un buen lugar para charlar con los amables lugareños (o al menos intentarlo con señas) y buscar algún punto desde el que observar al atardecer el conjunto entre los bancales de arroz dispuestos en terraza.

Una calle del casco antiguo de Takayama, en Japón.
El casco antiguo de Takayama conserva la esencia del Japón tradicional.J. L. M. V.

Takayama como base de operaciones

Estas visitas son muy fáciles de organizar desde la estación de autobuses de Takayama, la localidad de referencia en esta zona de la prefectura de Gifu. Lo más recomendable es reservarla previamente y tomar el primer transporte (Nohi Bus) del día para aprovechar más la jornada. O también optimizar el tiempo haciendo la escapada en coche de alquiler. La prudencia estricta de los conductores japoneses compensa las dificultades que añaden los volantes a la derecha y la circulación por el carril izquierdo.

En cualquier caso, Takayama no es sólo una buena base de operaciones, sino todo un atractivo en sí misma, con un casco antiguo mucho más que pintoresco en torno al río Miyagawa. No hay que dejarse amargar por algunos hoteles de estética setentera que han crecido a las afueras: pasear por el eje que traza el puente de Kaji-bashi con sus dos esculturas de bronce (una con piernas largas y otra con brazos enormes) también significa retrotraerse en el tiempo, una invitación a dar pasos cortos y detener la mirada en los detalles.

Por las mañanas, lo mejor será ir al mercado de productos locales de Miyagawa, con vistas al río. Aunque no madruguemos, siempre quedará algún puesto callejero abierto para probar la afamada carne vacuna de Hida, que se cría en la zona, en brochetas que se hacen muy lentamente al calor tenue de barbacoas. O los bollitos de carne y cebolla. La oferta gastronómica es muy amplia, pero siempre las opciones carnívoras son las que salen mejor paradas. Y un café y una tarta de queso esponjosa en la cafetería Don, que desde el año 1951 ofrece un rincón de calma y una atención casi familiar.

Después de degustar las viandas, es imprescindible pasear por el casco histórico, el Sanmachi Suji, que se reduce a tres largas calles que han conservado todo el sabor del floreciente periodo Edo (siglo XVII). Es cierto que entre sus casas bajas de madera apenas quedan viviendas en uso, pero muchas son visitables, especialmente las bodegas de sake donde probar este licor casi sagrado para los japoneses y las tiendas de kimonos, una forma de convertir los recuerdos de esta parte de Japón en auténtico prêt-à-porter. Incluso algunas de las opciones de ocio más populares parecen ancladas al pasado, como las galerías de tiro con arco.

Si uno quiere alejarse de los grupos de turistas y seguir disfrutando de una visita slow, es la ocasión para ir a los templos de Higashiyama, un recorrido de unos tres kilómetros en el que sentarse en cualquier momento casi en soledad para ver el atardecer.

Por la noche la vida (sin excesos) se limita al barrio rojo de Takayama, el Asahimachi, donde se alternan los locales oscuros con puestos de comida más que recomendables.

Casa de té en el punto más alto de la ruta Nakasendo, en Japón.
Casa de té en el punto más alto de la ruta Nakasendo.J. L. M. V.

La ruta Nakasendo

Aunque no pertenece a los Alpes Japoneses, otra vuelta al pasado se encuentra a dos horas en coche de Takayama: la ruta Nakasendo. No se trata de una caminata de montaña, sino de un paseo que comunica los pueblos de Tsumago y Magome, dos paradas en el camino a pie que durante siglos unió la actual capital de Japón con Kioto. El paso de viajeros propició su florecimiento, que decayó con la llegada de los transportes mecánicos. Pero estos dos municipios se empeñaron en conservar su legado, y a día de hoy es complicado ver elementos modernos en sus calles.

Aunque se pueden visitar en autobús local, lo mejor es animarse a hacer la ruta desde Tsumago a Magome como los japoneses del periodo Edo, a pie. Se puede hacer al revés, pero hay dos motivos que lo desaconsejan: en el sentido contrario hay una pendiente significativa por una carretera poco atractiva, y además, hay que dejar lo mejor para el final, y Magome es excepcional.

El paseo puede completarse en dos horas y media o tres, dependiendo de lo que nos entretengamos, aunque hay que paladear los momentos, entre bosque y fincas locales, con una parada ineludible en una casa de té en el punto más alto del camino, gestionada por un simpático anciano que no pide más que la voluntad de los viajeros a cambio de un té y un descanso.

Tsumago se ordena en torno a la calle de lo que en su día fue el camino imperial, con casas bajas de madera a ambos lados. No cuesta mucho esfuerzo llevar la imaginación siglos atrás y pensar en samuráis caminando ante las viviendas, rezando en sus altares callejeros o tomando té en sus locales.

Cuando uno se ha empapado del pasado, es el momento de hacer el tramo de la ruta Nakasendo. Aunque no hay puntos especialmente destacados, es un disfrute pasar junto a los bosques de bambú o escuchar el salto del agua de las cascadas Odaki y Medaki.

Centro del pueblo de Magome, en la ruta Nakasendo.
El pueblo de Magome era una de las paradas de la ruta Nakasendo.J. L. M. V.

La llegada a Magome es realmente espectacular. También aquí hay una sola calle primorosamente cuidada, donde cada fachada, cada tejado de madera, desprenden autenticidad. Aquí hay más posibilidades para picar unos oyaki, bollitos dulces con nueces, o comer en alguno de sus restaurantes tradicionales, como la casa de té de Dairyoya, y probar las bandejas con multitud de platillos. Y después seguir paseando y husmeando en los talleres de artesanos locales, carpinteros, zapateros... tomarse alguna foto junto al molino, ya al final de la calle (y del pueblo). Su situación en una pendiente hace que la vista desde la parte más baja sea una verdadera postal en la que ondean banderines de comercios con los vistosos caracteres japoneses y de vez en cuando se cuela alguna turista local luciendo su tradicional yukata.

El regreso a Tsumago después de comer puede ser a pie o en autobús, en función de lo activo que sea cada uno, aunque lo más recomendable es apurar la luz del día en Magome y dejarse llevar en una de las tartanas que cubren la ruta por la montaña lentamente.

Puedes seguir a El Mundo Viajes en Facebook, X e Instagram y puedes suscribirte a nuestra newsletter aquí.