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En la búsqueda de los mayores alicientes para sus usuarios, las estaciones de esquí españolas no limitan sus esfuerzos a modernizar las instalaciones y a la búsqueda del equilibrio con el medio ambiente. Sus intereses desbordan los límites de las pistas, y añaden a su oferta los atractivos de los valles. Hasta el desarrollo del esquí en nuestro país en los pasados 60, los valles de las montañas españolas echaban el cierre con la caída de las primeras nieves, hasta bien entrada la primavera. "En invierno solo quedaban en casa las mujeres, los ancianos y los niños; los hombres bajaban con el ganado a veces hasta Zaragoza.
Hoy, gracias a Formigal, todo es más fácil", recuerda Mariano Fanló, antiguo director de la Escuela Española de Esquí de la estación aragonesa y hoy, con 94 años, el vecino más venerable del valle de Tena. Seis décadas después de la inauguración de la estación, la unión de esquí y apresquí ha convertido la comarca en objetivo turístico de primer orden. Fuente de trabajo y riqueza que, no solo impide que se marchen los jóvenes de las áreas de montaña, sino que atrae a otros de fuera.
Un turismo que se pliega a las nuevas tendencias. En Formigal, muchos de sus visitantes no vienen precisamente a esquiar. Su objetivo es La Marchica. Exportada a otras estaciones por todo el mundo, es ejemplo destacado de lo que es el apresquí actual. Lineup nacido para el disfrute al acabar la jornada de esquí, hoy recibe visitantes de toda España que vienen a vibrar con la música de los mejores djs del momento, a pie de pista y sin pensar en calzarse las tablas.
Cuando se hizo oficial la unión de sinergias de la comarca de Arán y la estación de Baqueira Beret, Anna Diaz Morelló, consejera de Turismo, señaló: "Es justo reconocer que el valle comenzó a caminar turísticamente cuando se inauguró Baqueira. No podría entenderse nuestro valle sin la estación".
Paradigma del apresquí más rural, Arán explota como pocos lugares la combinación de los atractivos de la nieve con los que reposan en el fondo del valle, donde caminan de la mano la tradición gastronómica y la histórica con la modernidad de wellness y spas. Señalar que Arties es un pueblo con encanto, es caer en la redundancia. No deja de ser, sin embargo, una invitación para visitar sus calles y monumentos. Partido en dos por la tumultuosa ribera de Valarties, la población conserva un núcleo con varios edificios destacados: la casa Portolá, la casa Çò de Paulet y la iglesia de Santa María de Arties.
Construida entre los siglos XII y XIII, la esbelta torre parroquial es el faro que guía a los encandilados por el arte. Su interior acoge un extraordinario conjunto de pinturas, Reproducción del Juicio Final, sus inquietantes personajes hacen que se compare con las pinturas de El Bosco. En el pueblo, Urtau es uno de los imprescindibles del valle. La primera tauèrna, como dicen aquí, de la comarca. Fundada hace más de sesenta años como casa de comidas, colmado y refugio para matar las largas noches de invierno. Cuando la familia Sanmartí abrió sus puertas en 1963, Urtau era el Amazon de Naut Arán. "Aparte de las comidas, en la tienda se vendía de todo. Desde legumbres, patatas, carne y otros alimentos hasta herramientas del campo. Los vecinos pedían cualquier cosa que necesitasen y nosotros se lo traíamos", recuerda Mónica Sanmartí, miembro de la tercera generación, hoy al frente del negocio.
La llegada de un cocinero vasco abrió una nueva era en Urtau. Importó al valle la irresistible costumbre de los pintxos, que pronto se convirtieron en seña de identidad. Hoy, un centenar de estas delicias gastronómicas en miniatura colmata el mostrador de Urtau. "Si no existiera Baqueira, no tendríamos esta oferta, incluso es posible que hubiéramos cerrado", reconoce Javi SanMartí, al frente de la barra desde hace medio siglo.
Sin salir de Arties, Casa Irene es otro hito del turismo en el valle. Este hotel-restaurante-spa comenzó en 1965 como casa de comidas de la mano de Irene España y su marido Gabriel Vidal. Sesenta años después, su hijo Andrés Vidal recuerda aquel tiempo, cuando el acceso a Arán se hacía por el viejo túnel de Viella. "Tenía puertas de madera, que se cerraban para que no entrase el aire y la nieve".
En Casa Irene la experiencia gastronómica es punto y aparte. Alta cocina, no solo por la altitud de Arties, también por su calidad de proximidad con toques contemporáneos. Los nombres de sus platos bastan para definirla. Aquí van unos ejemplos: canelón de oca de Gers con colmenillas, civet de jabalí con puré de castañas o trucha al vino blanco con chutney de manzana.
Valle abajo se sucede un rosario de pueblos que piden a gritos a los viajeros que hagan una parada. Imposible nombrarlos todos. Unha es de los más interesantes. A pesar de sus mínimas dimensiones, acoge el interesante Museo de la Nieve. Cerca, Baguergue es buen destino para recuperar fuerzas. En el pueblo más alto del valle de Arán, 1490 metros, los hermanos Tarrau son los artífices de Hormatges Tarrau, los productores de quesos artesanos más importantes del valle.
Pueblos con encanto
Camino de Francia se localiza el lugar donde nace el más exclusivo y sorprendente producto de Pirineos: el caviar Nacarii. Situada en Les, esta piscifactoría trabaja con esturiones de especie siberiana criados con aguas del río Garona. La iglesia de Sant Miquèu de Vielha brinda reposo románico. Conserva en su conserva la expresiva talla del Cristo del Mig Aran, una de las obras más importantes pirenaicas del arte medieval.
Sin perder la pista monumental, un corto tránsito lleva al epicentro del arte románico de estas montañas: Boí, valle donde se localiza el más importante conjunto de iglesias románicas de los Pirineos. Ocho iglesias y una ermita conforman un conjunto declarado Patrimonio Mundial por la Unesco. Emblema del románico catalán, la espigada torre de Sant Climent atrapa las miradas de quienes suben a la estación de Boí Taüll, que extiende sus pistas en la cabecera del valle. Ascender al campanario es una experiencia. Más aún contemplar el videomapping que recrea las pinturas originales trasladadas al Museo Nacional de Arte de Cataluña. La vecina Santa María de Taüll acoge la reproducción de las pinturas del ábside central y un retablo barroco policromado.
Sea una estación de esquí grande o pequeña y se localice en cualquier montaña, el esquí y el apresquí son algo inseparable. Valdezcaray, pequeño centro enclavado en la Sierra de la Demanda, es buen ejemplo de la beneficiosa influencia que ejerce una arraigada tradición turística sobre la estación de esquí.
La geografía urbana del centro de la villa mantiene un marcado carácter medieval, con sorpresas como la histórica fábrica de mantas, la Real Fábrica de Paños y la iglesia de Santa María. Los muros de estos monumentos devuelven el eco de acontecimientos tan vanguardista como el festival de jazz. Además de ello, como en toda tierra de La Rioja, la gastronomía es punto y aparte. Y aquí entra en acción Francis Paniego.
Considerado uno de los más sólidos cocineros del país, Paniego atesora en su restaurante familiar El Portal de Echaurren dos estrellas Michelin. Casa centenaria, el apasionado chef es la quinta generación que está al frente de un negocio cuya carta es una singular constelación de recetas de la gastronomía local: buñuelos de pastor, pencas de acelga en emulsión de ibérico, ciervo con queso Tondeluna, bullabesa de río y, por supuesto, sus inolvidables croquetas. ¿Quién dijo que a la nieve solo se viene a esquiar?
Gastronomía de altura
El mundo de la nieve y el turismo de montaña no es ajeno a la tendencia actual que sitúa a la gastronomía como uno de los más apreciados valores de cualquier destino que se precie. Esto ha permitido que afamados fogones hayan abierto sucursal en mitad de las pistas de nuestras estaciones de esquí. La extensa nómina de bares, restaurantes, refugios y demás tipos de gastrogaritos regala un recorrido impensable hace una década.
El Möet Winter Lounge de Orri, camino de Beret, es buen sitio para abrir el apetito con unas copas de champagne. Acompañadas de unas ostras, esto sí, que asienten el espumoso para no salirnos de las pistas. A continuación nada mejor que recalar en el 5J Grill Baqueira, restaurante que, a 1.800 metros y rodeado de la nieve del Alto Arán, despacha más de 400 perniles pata negra cada temporada invernal.
Algo parecido se encuentra en Formigal, la estación bandera del Pirineo aragonés, donde la sofisticada Terraza Boutique Sarrios by Veuve Clicquot, patrocinada por la marca francesa de champagne, es obligada parada cool. No menos elitista, La Glera es otra de las joyas de la estación oscense. Espacio gastronómico situado a 2.000 metros, solo se puede llegar a sus alturas esquiando o a bordo de una máquina pisapistas. De acceso menos exigente, el restaurante Cantal ofrece rotundos menús de cercanía.
Sin abandonar el Pirineo, el refugio Niu de l'Aliga es el must de la restauración de La Molina. Situado en el entorno de la cima de la Tosa, la cota más elevada de la estación, al que se accede en telecabina, junto a los mejores atardeceres de la comarca, regala degustaciones gastronómicas que pueden prolongarse con una estancia en sus alojamientos. O, los más activos, regresar a casa con un descenso de esquí a la luz de la luna.
Si lo que se quiere es prolongar la jornada de nieve con una buena velada nocturna, el Restaurante Pla de Masella y el Mood Lounge ofrecen a 1600 metros de altitud el Masella Night Après-Ski, donde la gastronomía de la alta Cerdaña y la música más actual disipan la oscuridad de la noche.
En la otra punta de la nieve hispana, Sierra Nevada también tiene mucho que decir. Una inconfundible bandera helvética señala el flamante Chalet Suizo by quesos de Suiza. Punta de lanza de una oferta gastronómica que abarca una veintena de puntos de restauración esparcidos por el dominio esquiable, este restaurante es una ventana abierta al producto gastronómico por excelencia del país alpino y a su comida tradicional, donde reinan fondues y raclettes.
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