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Para el común de los mortales, Ibiza echa el cierre en octubre. Como si a la isla entera se la tragara el mar del olvido una vez acabada la temporada turística. O como si alguien hubiese corrido un grueso telón sobre ella, la gran estrella española del turismo de sol y playa, hasta que el calor vuelva a llamarla a escena. De las 350.000 almas que pueden ocupar la isla en agosto, quedan entonces unas 162.000, los de aquí. Pero también, cada vez más, los de allí, esos forasteros que eligieron la mayor de las Pitiusas como hogar permanente (en los últimos 20 años, según el INE, los residentes fijos han aumentado en un 62%). Por algo será.
Será será, al menos en parte, por su otoño suave, que da aún opciones para el baño, pero que, sobre todo, levanta ese velo que en verano nos impide percibir una Ibiza más seminal y fuera del petardeo, donde ocurren cosas como la Fira de la Sal (del 17 al 20 de octubre) que celebra en el Parque Natural de Ses Salines y el pueblo de Sant Jordi los orígenes salineros de la zona, con actividades culturales, gastronomía, y de ocio.
Sant Josep de sa Talaia, un municipio de contrastes
Ambos forman parte de Sant Josep de sa Talaia, el mayor de los cinco municipios de la isla (al sur y el sureste), que alberga la paradoja de servir de suelo a algunos de los lugares con más turistas por metro cuadrado en verano (el aeropuerto y parte de Playa d'en Bossa, entre otros) y a otros tan poco conocidos y transitados como el yacimiento arqueológico de ses Païsses de Cala d'Hort o las decenas de senderos del mencionado parque natural, un ecosistema único donde la acción humana dialoga de forma permanente con la naturaleza, un must see en toda regla. De hecho, las salinas y todo lo que las rodea son excusas más que suficientes para una escapada a la isla.
La sal constituye la industria más antigua de la isla (los fenicios empezaron a explotarla en el 600 a.C), así que podríamos decir que ya forma parte de su ADN. Ibiza produce hoy entre 40.000 y 50.000 toneladas anuales de sal, cuyo destino es básicamente la exportación. El joven parque natural (su declaración es de 2001) se extiende sobre 3.000 hectáreas terrestres y 13.000 marinas en la zona de Ibiza (parte de Formentera también cae bajo su ala) y comprende las balsas y canales donde el agua (que adquiere un misterioso tono rosa) se despoja con el tiempo de todo menos de la valiosa sal; pueblos como el diminuto Sant Francesc de s'Estany;playas como la famosísima Ses Salines o la de Es Cavallet (la primera naturista de Ibiza, allá por 1978), y una extensa franja de tierra cruzada por una red de caminos que discurren entre dunas, pinos, sabinas y torres de vigilancia levantadas en el siglo XVI. Se han censado en la zona 210 especies de aves. La posidonia, por supuesto, es la reina del litoral.
El paseo, que encuentra en otoño la temperatura más cómplice del año, puede arrancar de varios puntos, pero es especialmente completo si se emprende en la Torre des Carregador, el característico monumento que pone punto final al sur de Playa d'en Bossa, y terminar en Sa Canal, en el extremo de la playa de las Salinas. Allí, la Fundación La Nave Salinas ha aprovechado una antigua construcción para crear un centro de exposiciones artísticas.
Sal de Ibiza, divino tesoro
La sal de Ibiza que se queda en casa en vez de volar rumbo a las islas Feroe (uno de sus principales destinos) ha desarrollado, gracias al creciente interés por lo gourmet, simbiosis interesantes con plantas autóctonas y otros saborantes como el chili, el azafrán, el curry... De la finca que las bodegas Can Rich tienen en el Parque Natural de Ses Salines, salen vinos ecológicos, aceites de oliva prémium y, por supuesto, sales ibicencas. Los probamos entre olivos, sobre panes de la zona, ya que la bodega ofrece visitas guiadas y degustaciones de producto. A destacar su Malvasía espumoso Blanc de Blancs Extra Brut, varias veces premiado, original y adictivo.
Viajes en el tiempo con vistas a la puesta de sol
Si la visita a Cala d'Hort para disfrutar de la puesta de sol frente al icónico islote de Es Vedrá es preceptiva, en cualquier estación (eso sí, te quedas sin disfrutar de los platos del restaurante homónimo, cerrado hasta mayo de 2025), otro enclave de Sant Josep de Sa Talaia mucho menos publicitado, muy cerca de allí, nos traslada a otra Ibiza, una que se extiende entre el siglo V a.C. y el VII d.C. El asentamiento púnico-romano de ses Païsses de Cala d'Hort, dentro de la reserva natural, vio las mismas espectaculares puestas de sol que nosotros hoy. Dos edificios y dos necrópolis, una púnica (20 tumbas excavadas en la roca) y otra bizantina dominan, con la enorme cisterna romana, la escenografía del lugar. Consejo: mejor con guía. Y mejor aún, si ese guía es el arqueólogo Juanjo Marí Casanova (teléfono 649 30 60 61).
¿Y dormir, dónde? Ya existen muchas fórmulas para atar bien atado ese extremo esencial de la escapada, casas rurales y hoteles urbanos abiertos todo el año. Pero si lo que se quiere es una primera fila de playa para disfrutar de la (ahora ya temprana) puesta de sol, nos quedamos en Can Salia, en la costa de Cala de Bou, que promete poner las mejores a tus pies. Su cocina actualiza la tradición, un plus para una escapada con mucho sabor a sal.
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