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Empecé en Meetic y acabé en Bumble, qué tiene la plataforma de citas de moda para que todo el mundo esté hablando de ella

Después de un deprimente mes en Meetic, cogí mi atillo emocional y me largué, por consejo de una amiga, a Bumble, la plataforma de moda para contactos amorosos. Y así ha sido mi experiencia. Spoiler: a los 5 minutos ligué con un italiano guapo.

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Empecé en Meetic y acabé en Bumble, qué tiene la plataforma de citas de moda para que todo el mundo esté hablando de ella
JUANA PALOMA / IA

Este artículo iba a titularse en principio algo así como 'Carta abierta a los varones mayores de 50 años que utilizan Meetic'. Después de pasar un mes en la famosa plataforma para realizar una serie de investigaciones que cristalizaron en mi artículo Ligar con un inculto. Lo hemos probado, así ha sido la experiencia,me di de baja, hastiada es poco. Y no sólo de las faltas de ortografía (lo de menos, de hecho). Sino de todos esos otros 'detallitos' que los hombres pasan por alto cuando deciden explorar the long and winding road del amor digital.

Porque, a ver: ¿en serio crees que vas a seducir a muchas mujeres utilizando como nickname 'Follador', amigo? ¿O que utilizando como foto de perfil una de tu Primera Comunión vas a engañar a alguien? Por no hablar de todas esas fotos movidas, borrosas, torcidas, esas otras donde obviamente estabas borracho, aquellas donde ni te habías peinado, las que muestran tus músculos frente al espejo emulando a Magic Mike o esas últimas donde posas en tu casa, con la cama sin hacer detrás y ropa sucia acumulándose en una esquina... Visto lo visto: ¿a quién le puede extrañar que en España, según datos del INE, los solteros mayores de 50 representen el 36% de la población (52% hombres y 48% mujeres), un total de 14,4 millones de personas? A mí, después de darme un buen baño de realidad en Meetic, no, desde luego.

Dios nos proteja de los 'sin pase'

Y eso que aún no he hablado de lo peor, la nutrida tribu de los 'sin pase'. Gente que no está dispuesta a pagar los casi 30 euros al mes que cuesta una cuenta en Meetic medianamente decente y pretende que la llames por teléfono saltándote el flirteo previo por escrito (que, obviamente, es un filtro la mar de recomendable para detectar señales de peligro antes de meter los pies en el fango).

Esos Antonio, Pepe, Javier, Andrés... Sin Pase, ¿no se dan cuenta de la imagen tan cutre que proyectan? En mi primer día en Meetic empiezo a chatear con un pavo y me dice al cabo de cinco minutos: "Toma mi teléfono, que se me acaba hoy el pase". Mi conclusión instantánea es: ¿tanto te intereso que ni siquiera vas a pagar un pase de una semana para poder seguir conociéndome? Adiós.

Total, que quedo a comer con una amiga, le cuento que me voy a dar de baja de Meetic porque todo lo que encuentro allí es absolutamente deprimente, y me recomienda darme de alta en Bumble, que es la plataforma de contactos de moda (a menos que seas millonario y puedas acceder a Raya, la más exclusiva; o tienes yate y mansión y te recomiendan, o no entras). "Y además", me convence, "hasta la interfaz es mona".

El relato de sus experiencias en esta red donde las mujeres son las que dan siempre el primer paso (nadie te puede escribir si tú no lo haces previamente), me convence: "Ha habido truños, como en todas partes, pero también he conocido gente estupenda". De hecho, está a punto de emprender su segundo viaje internacional para encontrarse con su último match, un francés apasionado, interesante y guapo -doy fe- con quien ha quedado en Roma.

Pues claro que me apunto a Bumble.

Nada en la vida es gratis, en Bumble tampoco

Como en Meetic, aquí hay que pagar si quieres llegar a alguna parte (ellos dicen que es gratis, "y siempre lo será", pero por cero euros apenas puedes hacer algo más que ver la vida pasar). Para probar, contrato la versión Premium durante una semana, por unos 17 euros. A cambio me dan likes ilimitados, descubrir a quién le gusto, rematches ilimitados, cambios de voto ilimitados, filtros avanzados, modo incógnito... Un montón de cosas que de entrada no entiendo en absoluto, claro (a estas alturas sigo sin entender qué narices son los

Primera impresión al pasar los 'cromos' de señores en Bumble: los usuarios ponen más amor en los retratos que se hacen y publican que los de Meetic. Buena señal. La elección de la foto dice más de una persona que incluso la información que contiene la propia foto. Foto borrosa: persona descuidada, con manifiesta falta de empatía y escasísimas dotes de seducción. Foto de hombre haciendo el payaso subido a una estatua en medio de una plaza: persona que no busca una pareja, sino un público. Foto de hombre subido en su megamoto: Hombre inseguro que cree necesitar un accesorio para resultar atractivo a las mujeres. Y así...

Le doy la razón a mi amiga: Bumble es bastante amigable, y eso en estas lides se agradece. El despliegue de información para crear el perfil es muy amplia. Si la quieres hacer amplia, claro. Por poder, puedes meter hasta tu cuenta de Instagram (nooooo) y tu cuenta de Spotify (ni muerta). Tanto te exprime que hasta puedes elegir entre las causas que más te remueven y defiendes. ¿Hay algo más cute que un hombre entre cuyas causas está ¡el feminismo!? Pues aquí, en Bumble, hay muchos (imposible saber si es una estrategia de seducción o no, pero chica, qué gusto).

Por regla general, desconfío de los hombres cuyo perfil se reduce a cuatro sobrias afirmaciones acerca de sí mismos: religión, hijos, orientación política, fuma, bebe... Chico: si no te tomas la molestia de dedicar ni 15 minutos a crear tu perfil... Verás: se trata de atraer a la otra persona, ¿qué podemos esperar de ti, hijo mío, si no te esfuerzas lo más mínimo? Ejemplo real como la vida misma: perfil de varón de 52 años: católico, no bebe, no fuma, no hijos, idiomas: español. En serio: ¿crees que con esos datos y una foto puedo tomar algún tipo de decisión sobre si me gustas o no? Sólo puedo pensar que eres un negado para las relaciones. Descartado.

Cuando haces like ya no hay stop

La mecánica de la plataforma es sencilla. Cuando le haces like a un perfil que te gusta, puedes escribirle. O esperar a ver si a él también le gustas, claro (mi caso. No soporto el desdén y el ninguneo: en Meetic me hicieron un ghosting y me sentó fatal, con lo mona que soy). En ese caso (el de que le gustes a él también), su carita aparecerá en la sección de chat y podrás entablar conversación. Importantísimo: tienes que iniciar tú la conversación y además sólo tienes 24 horas para hacerlo, si no, el match desaparecerá de la sección, como absorbido por un agujero negro. Esto está muy bien para gestionar los arrepentimientos. A veces llegas con un entusiasmo que no sabes ni de dónde sale, empiezas a dar likes porque te ha gustado que toque el violín o le guste navegar o sea ginecólogo, y al cabo del rato, o de las horas, te arrepientes. Pues aquí sencillamente dejas pasar el tiempo y adiós. Limpiamente. Sin rencores.

Si te cuesta arrancar y no sabes qué decir, Bumble te ofrece un sistema llamado Opening Moves, con preguntas orientadas a romper el hielo. Pero no sé, no me encaja preguntarle a nadie: "Si fueras un alimento, ¿cuál serías y por qué?", como me propone el sistema, o "¿Algo que esperas que ocurra con ilusión?". Mejor me invento yo algo.

El caso es que aún no he comprendido del todo cómo funcionan las herramientas de Bumble (¿qué son los SuperSwipe?) y ya me sorprendo a mí misma chateando con un italiano la mar de atractivo que va a pasar por Barcelona dentro de poco. Es sagitario, hace mucho deporte, tiene estudios de posgrado, bebe a veces, no fuma, no quiere bebés y es ateo como yo. Le gustan el arte, los conciertos, los paseos por el campo y domina tres idiomas. Pintón. Quedamos en vernos en Barcelona, en unas cuantas semanas. Si todavía aguanto en Bumble, igual esta cita se hace realidad.

Lo que un perro ha unido, lo separe un sarcasmo

Digiriendo lo anterior estoy aún cuando aparece Sebastián. Tiene el mismo perro que yo, y eso siempre es un plus. Se describe como de ciencias y sarcástico. Desde que empezamos, no para de hacer bromas. Y yo venga a decir "jajaja". Se cuece una cita, pero cuando me dice que el tipo de Rhythm & Blues que le gusta seguro que es distinto al que me gusta a mí, sin conocerme de nada, me sienta fatal, oye. Me parece que es una persona que está todo el rato desafiándose a sí misma para ser ocurrente en cada frase y demostrarte su superioridad. Se me hace estresante (el humor por escrito es complicado, que lo sé yo muy bien). Abandono.

Por fin inicio una conversación con Pablo. Agradezco enterarme por las fotos que ha subido a su perfil de que le sobra un poquito de barriga (no porque me gusten las barrigas, noooo, sino porque prefiero saberlo por las fotos que darme de bruces con ellas en la realidad), lo que sin duda se debe a su (documentado) consumo de cerveza. Tiene pelazo y se expresa de maravilla, y no hay nada más sexy para mí que un perfecto dominio del idioma, sobre todo si va lo acompaña un buen pelo. Pero pasados unos cuantos intercambios de información básica y la excitación por la novedad, parece como si los dos nos hubiésemos desinflado y dejamos el chat ahí, suspendido en el éter. "Tanto morbo igual nos mata", pienso irónica y desanimada. Y ahí queda.

Ahí andamos, para quedar, y se me amontonan los likes en la correspondiente sección. Al final el pulgar (si mueves la foto hacia la izquierda es eliminar, hacia la derecha es que te gusta) se maneja sobre las fotos de posibles candidatos con increíble celeridad. Hasta que me equivoco de sentido (yo en realidad quería volver atrás, pero aquí la marcha atrás no funciona) y le hago un megalike a un señor de 63 años que se describe como prejubilado, casero, católico y que posa con un bigote enorme abrazado a un gaitero escocés. Igual somos tal para cual, pero creo que paso de descubrirlo. Al final , por mucho Bumble que te pongan por delante, conocer a otra persona supone un trabajo enorme. Y a mí, oye, me da una pereza...