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Pongamos que se llama Estela. Tenía 11 años el día de autos, aquel en el que, como quien no quiere la cosa, vio en el Whatsapp de su padre un chat desconocido. Una mujer, que no era su madre, le enviaba muchos corazones. Qué curioso. Desde su inocencia, la niña pregunta: "¿Tienes una admiradora, papá?". No sabemos qué le pasó por la cabeza a este hombre ante semejante pillada, pero seguro que nunca hubiera imaginado que iba a ser su hija quien destaparía la caja de los truenos.
Al poco tiempo, la pareja se rompe y Estela y su hermana pequeña hilan los hechos. Tienen dudas y quieren respuestas, así que acorralan a su madre. Ella, frente a este tercer grado infantil, reconoce la evidencia: su padre le ha puesto los cuernos. "Los niños son niños, pero no gilipollas", espeta la afectada, una mujer en sus 40 que prefiere no revelar su nombre. "Pedí ayuda profesional y me recomendaron ser honesta con mis hijas y explicar la situación adaptada a su edad. Intenté separar el duelo familiar del de pareja, insistiendo en que él era un padre estupendo independientemente de lo sucedido entre nosotros", cuenta.
Él, en cambio, optó por negar la infidelidad y dos años después sigue en sus trece. "Las niñas no entienden por qué no lo admite. Creo que es una enseñanza doble para ellas: por un lado, les explicas que el día de mañana pueden encontrar a otra persona y no pasa nada; y por otro, que no tienen por qué aguantar una infidelidad si no quieren, como fue mi caso", concluye.
Si son pequeños, mejor una mentira piadosa
Con las dos opciones sobre la mesa, ¿cogemos el toro por los cuernos (parece un chiste pero es un dicho popular) o escondemos la cabeza como un avestruz y les contamos a los hijos cualquier historieta?
La psicóloga y psicopedagoga Maribel Gámez propone soluciones diferentes en virtud de la edad de los niños. Si son pequeños y no son conscientes de la infidelidad, aboga por no tirar de la manta y, si hay ruptura conyugal, "presentarla como un acuerdo entre los padres, aunque no sea cierto".
Esta mentira piadosa conviene, sostiene, porque un niño de 5 años, pongamos por caso, "no puede entender un asunto tan complejo". Además, los pactos son un buen modelo de resolución de conflictos que enseñar a los hijos para que lo apliquen en el futuro si lo necesitan. "Es un esfuerzo que merece la pena aunque el que la ha sufrido tenga que omitir hablar del dolor que su pareja le ha provocado", zanja.
Mariana Capurro es psicóloga y acaba de publicar Permiso para educar (Zenith). Para ella, la clave es ofrecer a los niños explicaciones claras "sin exponerlos a conflictos innecesarios" y, ojo, esto no significa ocultar la realidad, «sino no entrar en detalles dolorosos, como una infidelidad», explica. Ana Kovacs, también psicóloga, coincide: "No es necesario que los hijos conozcan todos y cada uno de los detalles íntimos de la pareja y los motivos de la decisión de separarse. Eso pertenece a la esfera de los adultos".
Es decir, un poco sí y un poco no, porque no brindarles información para protegerlos puede tener un efecto peligroso: "La intuición emocional de los niños es poderosa y, cuando no reciben explicaciones claras suelen llenar esos vacíos con suposiciones, muchas veces atribuyéndose la culpa de la separación", continúa Capurro.
Los adolescentes no maduros para tanta transparencia
Cuando hablamos de adolescentes, la cosa cambia, aunque no tanto. Cristina Cuadrillero, psicóloga especializada en esta etapa, prefiere silenciar que el motivo de una separación es una infidelidad si no ha saltado la liebre: "Creemos que lo mejor es la transparencia y sinceridad totales, pero la mayoría de las veces no tienen la madurez suficiente para entender por qué ha pasado. Ellos lo verán como una gran traición, y no debemos olvidar que hay programas de televisión que fomentan el odio por los infieles", señala, en alusión al famoso reality La isla de las tentaciones, en el que varias parejas son expuestas a situaciones críticas para medir la lealtad (carnal) que se profesan.
Para Cuadrillero, conocida como @miadolescenteyyo en redes, es necesario que el adulto engañado se contenga: "Si en un momento de odio y rencor escupimos la verdad, esta información irá cargada de matices y sesgos que ellos no podrán filtrar. Les podemos causar un daño irreparable. Fomentar el odio por la expareja puede traer consecuencias a corto y largo plazo", considera.
Si se enteran, no hay que ocultar la verdad
Ahora bien: si los hijos de la pareja tienen indicios solventes de los cuernos, las expertas aconsejan no negar los hechos. "Les generaría más problemas tener que conciliar lo que ellos han percibido con lo que sus padres cuentan, lo que les provocaría mucho sufrimiento", dice Maribel Gámez.
Como hizo la mujer anónima del principio, Cuadrillero es clara partidaria de la honestidad "para evitar que ellos construyan su propia versión con información errónea". No es necesario entrar en detalles, sostiene, pero sí dar una explicación de qué ha pasado y por qué ha podido ocurrir. Si usted es el infiel, esté preparado y apriete músculo: "No esperemos gran empatía por su parte. Lo más importante es explicarles que no tiene nada que ver con ellos y que no afecta en absoluto a su relación".
La forma de comunicar una infidelidad y el carácter de los hijos condicionan en gran medida el perdón de los hijos al traidor. Estela destapó la infidelidad de su padre y la pertinaz negación de este no favorece a la relación entre ambos. Tampoco ayuda a la aceptación de su nueva pareja, aquella mujer desconocida del chat con corazones.
La brecha de género del perdón
Para Cuadrillero el perdón filial es un bien preciado que se vende más caro a las madres. "La sociedad ha sido siempre más indulgente con la infidelidad masculina", afirma. Además, la figura materna se asocia al sostén afectivo de la familia, que se rompe por su culpa. "Los hijos llegan a vivirlo como una traición hacia ellos mismos. Por eso la penalización que recae sobre ellas es mayor y les crea más resentimiento", concluye.
Como le sucede a la niña de este testimonio, tras unos cuernos que acaban en separación puede venir una relación estable. Gámez apuesta por eliminar del discurso los señalamientos hacia esa tercera persona que la dibujen como culpable de la ruptura familiar. La experta recomienda al infiel explicar a los hijos, según su edad, "sus motivaciones para buscar la felicidad personal fuera de la pareja". También es esencial introducir a la nueva relación de modo muy gradual en la vida de los hijos: "Hay que respetar los tiempos de niño o del adolescente. Siempre hay que empezar por espacios lejos del domicilio familiar".
Mariana Capurro señala en este punto el asunto de la lealtad dividida: si se sienten presionados para elegir entre el padre o la madre, pueden sentir angustia, culpa e, incluso, problemas de conducta. Los niños necesitan la seguridad de que "no están traicionando" a ninguno de sus progenitores al aceptar a la nueva pareja con la que, si la relación prospera, pueden llegar a convivir.
La infidelidad cuando los hijos son adultos
Niños, adolescentes... Pero ¿cómo afrontar los cuernos en familia cuando los hijos ya son adultos? Maribel Gámez señala la consecuencia lógica: el perjuicio reputacional que sufre el infiel en tanto que repercutirá negativamente en la imagen que ha proyectado durante los años. El batacazo suele ser notable, además, porque los hijos tienden a idealizar la relación de sus padres, viéndolos como un modelo de amor y estabilidad.
En Los puentes de Madison, el lacrimógeno filme que protagonizaron Clint Eastwood y Meryl Streep en 1995, una mujer es infiel a su marido durante unos breves pero intensos días. Ella (spoiler) elige quedarse con su familia y renunciar a una vida que le augura felicidad y altas pulsaciones. A su muerte, sus hijos descubren esa vida oculta a través de su diario y habemus cataclismo.
Como sucede en la película, las psicólogas destacan que el impacto que producen noticias inesperadas como esta "desencadenan en los descendientes una crisis de identidad y de valores", explica Mariana Capurro. Lo que creían sobre la familia, el amor y el compromiso se tambalea y a partir de ahí solo queda abordarlo con perspectiva y comprensión. "Hay que aceptar que nuestros padres, como cualquiera, tienen fortalezas y debilidades", termina.