María Jesús Montero siempre ha sido de sentarse en primera fila. Hace años que ocupa un lugar privilegiado junto al presidente del Gobierno y líder absoluto del PSOE, Pedro Sánchez. Se suele sentar a su lado en los asientos preferentes de los actos a los que acude y también se sienta en primera fila en el Consejo de Ministros, como todopoderosa vicepresidenta y ministra de Hacienda. Esta semana ha sumado otro puesto en primerísima fila, tras ser designada por Sánchez como su candidata a dirigir el PSOE de Andalucía, la mayor federación del partido, con sus 40.000 militantes, y que tiene la misión de reflotar para garantizarle a su jefe otra legislatura en La Moncloa.
Una doctora para curar al enfermo PSOE-A, aunque en su curriculum pesa, y mucho, el incendio que provocó en la sanidad pública andaluza cuando la gestionó como consejera en la Junta.
Montero, María Jesús (Sevilla, 1966), nunca ha estado tan en primera fila como ahora. Ni tan cerca del poder. Es lo que siempre quiso.
Cuando iba a clase -frecuentaba más las manifestaciones- en la Facultad de Medicina en la que se licenció, en la Universidad de Sevilla, se la veía en los pupitres más adelantados. A la entonces aspirante a médico le iba lo de estar cerca de quien llevaba la batuta. Aunque en el aula, cuentan algunos de quienes compartieron aquellos años con ella, pasaba más bien desapercibida, con su cuerpo «menudo», su tez oscura y su melena negra.
Otra cosa era fuera del aula y, sobre todo, cuando abría la boca y tomaba la palabra en las reuniones y actos de protesta que en aquellos años, principios de los 80 del pasado siglo, eran habituales en una universidad en ebullición y en transición hacia la democracia.
La recuerdan sus compañeros en el lado derecho del aula, aunque siempre se identificó más con la izquierda, mucho más radical en aquella época y de cuya militancia daba muestras a la mínima oportunidad. No en vano estaba muy próxima al comunismo y su trayectoria política se inicia en las Juventudes Obreras Cristianas (JOC), de las que formaba parte cuando, con solo 18 años, atravesó el dintel de la Universidad de Sevilla, matriculada en Medicina y Cirugía pero, apuntan sus colegas de promoción, más interesada ya en el poder que en curar.
«A ella no le interesaba ser médico, le gustaba el poder y ya está». Quien habla es Javier Gutiérrez Caracuel, cuyo rostro, bastante más bisoño, aparece en la misma orla universitaria en la que Montero ocupa uno de sus extremos.
Estuvieron juntos durante toda la carrera y luego se reencontraron en el Hospital Virgen del Rocío. Se cruzaron, cuenta este médico de urgencias, en un pasillo y él le preguntó si había vuelto para hacer la residencia. Montero le contestó: «No, soy tu subgerente».
La gestión, el mando, fue la verdadera vocación de la doctora Montero, que no llegó a hacer el MIR, como le recordó en aquel encuentro su compañero de promoción. En lugar de eso, hizo un curso de gestión en Barcelona y de ahí pasó a las salas de mandos de distintos centros hospitalarios, hasta llegar al Virgen del Rocío, el más importante de Andalucía y que sería su trampolín para entrar en la política con mayúsculas, en primera fila.
De aquellos primeros tiempos de filocomunista -llegó a frecuentar un grupo obrero cristiano en la parroquia de la Ó dirigido por el padre Manolo- le quedan aún vestigios a la ahora disciplinada militantes socialista. «Hasta la victoria siempre», dijo, emulando al Che Guevara, en la presentación pública de su candidatura esta semana en un hotel de Sevilla.
Otro médico, como ella, que la conoció en los tiempos de su despertar al activismo y a la política es Luis Pizarro. Miembro destacado de Izquierda Unida -llegó a ser candidato a la Alcaldía de Sevilla- y luego adjunto al Defensor delPueblo Andaluz, era el delegado de la Facultad de Medicina cuando llegó la novata Montero. «Coincidíamos continuamente, era muy diligente y muy comprometida y estaba metida en todos los follones», cuenta este médico y político -en eso también coincidieron- ya retirado y que vio en Montero, desde el principio, «dotes de mando, era mandona».
El doctor Gutiérrez Caracuel va un poco más lejos y asegura que «no tiene escrúpulos, aunque le reconoce que «no es tonta». El médico sevillano no le perdona a su antigua compañera el expediente que le abrió la Consejería de Salud, con Montero de consejera, que a punto estuvo de costarle la carrera después de que se filtrara un vídeo robado en el que comentaba la muerte del futbolista Antonio Puerta.
El trampolín a la política con mayúsculas
Con los años, aquella estudiante -que no fue demasiado brillante y destacó más fuera que dentro del aula- demostró que se le daba bien el mando. Primero en el área hospitalaria de Valme y, más tarde, en el Virgen del Rocío, donde llamó la atención del que era en aquel momento consejero de Salud de Manuel Chaves, Francisco Vallejo (uno de los condenados por los ERE antes del borrado del Constitucional), que fue el que le fichó como viceconsejera en 2002.
Montero tardó poco en ocupar su puesto, apenas dos años, y desde 2004 se sentó ya en la primera fila del consejo de gobierno de la Junta de Andalucía, sobreviviendo a tres presidentes: Chaves, con el que entró; José Antonio Griñán, que la mantuvo y SusanaDíaz, que la colocó en Hacienda.
Un antiguo consejero socialista, con el que compartió gobierno, destaca su capacidad de trabajo y lo que le gustaba picar canapés de salchichón antes de las reuniones en el Palacio de San Telmo.
«Desde el principio, se veía que tenía potencial», recuerda Pizarro echando la vista atrás.
Otro compañero de promoción, hoy un distinguido médico especialista, le recuerda el mismo carácter. «No ha cambiado mucho, era igual de chillona que ahora», dice bajo condición de anonimato. Es autónomo, señala, y ya le han hecho unas cuantas inspecciones tributarias.
También la recuerda como «radical y sectaria» y rememora una ocasión en la que, como delegada de clase, «no movió un dedo» por un grupo de compañeros que se había marchado un año al ejército y que, a su regreso, le pidió que mediara para que pudieran hacer los exámenes del primer trimestre. «Como decía que éramos unos fachas, ni lo intentó», afirma.
Entre los compañeros con los que ha contactado Crónica son pocos los que la elogian y menos aún los que no la critican por su gestión de la sanidad andaluza.
Hay muchas muestras de ello en el grupo de WhatsApp de la promoción 1984-1990 (en el que ella no está, por cierto) y, cuentan algunos de sus miembros, en el hecho de que no acudiese a la celebración de los 40 años de la graduación, en el Círculo de Labradores, en Sevilla, hace unos meses.
«No vino porque sabía cómo la iban a recibir», dice uno de sus compañeros de facultad.
Pero si hay un médico que la tuvo entre ceja y ceja ése fue el granadino Jesús Candel, más conocido por su alias Spiriman. Él lideró la rebelión de los sanitarios andaluces contra algunas de las medidas estrella que promovió, precisamente, Montero. Sobre todo la llamada fusión hospitalaria, una reestructuración del sistema público que incendió la sanidad andaluza.
El malogrado Spiriman (murió de cáncer de pulmón) le culpó en sus vídeos virales de haber montado «una trama corrupta» para nombrar a dedo a los altos cargos del SAS y la culpaba, además, del desastre provocado por la creación de las unidades de gestión hospitalaria, una fusión encubierta de hospitales hasta entonces independientes que dio tan mal resultado que acabó rectificada.
Entre los que sí la defienden destaca Manuel Romero, jefe de Digestivo del Virgen del Rocío y amigo incondicional de la ministra. Los dos formaron parte del grupo de amigos de la facultad, compartían apuntes y horas de estudio. La doctora Montero «No tiene parangón», resume.