CRÓNICA
Se podría reabrir el caso

Tras la pista genética definitiva para confirmar que Jack el Destripador era el polaco Aaron Kominski

Los restos de ADN y semen recuperados del chal de Catherine Eddowes, una de las víctimas, abren la puerta a reabrir la investigación para confirmar la identidad del criminal. Russell Edwards no tiene dudas: Jack era el barbero Kominski

Los callejones de Whitechapel en los que Jack cometió sus crímenes siguen oscuros, aunque transitados por curiosos.
Los callejones de Whitechapel en los que Jack cometió sus crímenes siguen oscuros, aunque transitados por curiosos.C. FRESNEDA
PREMIUM
Actualizado

El espectro de Jack el Destripador sigue pululando por los tenebrosos callejones de Whitechapel. La «gentrificación» de Londres llama a las puertas, pero se diría que una mano anónima ha decidido preservar los rincones más siniestros del legendario e infame East End, donde cada noche se codean decenas de curiosos y turistas, intentando rastrear los pasos del sanguinario.

En un recodo de Mitre Square, sin ir más lejos, apareció el 30 de septiembre de 1888 el cadáver de Catherine Eddowes, la cuarta de las cinco «víctimas canónicas» del Destripador. Su crueldad iba a más con cada uno de los asesinatos, y Catherine fue encontrada con la garganta cortada, el abdomen descerrajado, los intestinos extraídos, la nariz seccionada y una oreja arrancada, entre otras mutilaciones y heridas causadas por «un instrumento del tipo de un cuchillo, y bien afilado», según el informe del forense.

Catherine Eddowes.
Catherine Eddowes.

Ese crimen espeluznante, cometido apenas una hora después del de Elizabeth Stride en Dutfield's Yard, puede tener precisamente la clave para desvelar la identidad del despiadado asesino por los siglos de los siglos. Así lo atestigua a CrónicaRussell Edwards, autor de Naming Jack the Ripper, media vida consagrada a intentar resolver de una vez el enigma que ha tenido en jaque a policías, detectives, expertos y demás riperólogos.

«Jack el Destripador era Aaron Kominski, un barbero polaco que emigró a Londres con su familia en 1882», asevera sin ambages Edwards. «No fue acusado por falta de evidencia. Un testigo, judío como él, llegó a identificarle pero no quiso prestar declaración. Las conexiones masónicas de su familia pudieron servir para eludir la justicia. Acabó encerrado en un manicomio en Colney Hatch tras haber sufrido un colapso esquizofrénico».

Más de un centenar de sospechosos (entre ellos médicos, carniceros, barberos, periodistas y hasta gente famosa en la época) llegaron a figurar en la lista negra, aunque es cierto que Aaron Kominski se encaramó desde el principio al top ten y que la policía le llegó a tener bajo vigilancia. Según un informe confidencial, el sospechoso tenía «un gran odio a las mujeres, especialmente a las prostitutas, y fuertes tendencias homicidas». Posiblemente sufrió abusos sexuales de niño.

SANGRE Y SEMEN EN UN CHAL

Russell Edwards ha reconstruido con mayor detalle que nadie la vida de Aaron Kominski y ha sido sobre todo capaz de rastrear su huella genética, en un chal de seda encontrado junto al cadáver de Catherine Eddowes y preservado durante décadas en el Black Museum de Scotland Yard. Desde el 2007, cuando adquirió el famoso chal en una subasta, Edwards compaginó su labor como empresario con la de detective, sumergido en las brumas de Whitechapel, rastreando a los descendientes de las víctimas (y del supuesto asesino) y corroborando sus pesquisas en un laboratorio.

Pese al paso de los años, el chal conservaba salpicaduras de sangre y por tanto fragmentos del ADN mitocondrial, el que heredamos de la madre. Edwards contactó con Jari Louhelainen, profesor de biología molecular de la universidad John Moore, que detectó también la presencia en la preciada prenda de manchas fluorescentes que resultaron ser restos de semen, y que podrían servir en última instancia para identificar al agresor... «Jari ha sido el baluarte de esta investigación», reconoce Edwards a Crónica. «Toda mi pasión por los sucesivos descubrimientos se vio refutada con su aplomo científico y su paciencia».

Siete años tardó Edwards en ver recompensados sus esfuerzos. Primero dio con una descendiente de Catherine Eddowes, Karen Miller, que accedió a facilitar su ADN para establecer su relación con las manchas de sangre del chal. Durante un tiempo buscó autorización para desenterrar los restos mortales de Aaron Kominski en un cementerio judío; ante la negativa, recurrió a un genealogista que le ayudó a dar con una descendiente de tercera generación del barbero polaco.

El profesor Jari Louhelainen y su colega David Miller, de la universidad de Leeds, no solo confirmaron el «emparejamiento» de la muestras de ADN —tanto de la víctima como del supuesto asesino con sus respectivos familiares— sino que publicaron sus conclusiones en el Journal of Forensic Sciences. No faltaron críticas, de la posible «contaminación"» del chal al cabo de tantos años al valor relativo del análisis mitocondrial «para apuntar a un solo sospechoso».

Russell Edwards sale al paso alegando que es la primera vez que la ciencia avala una hipótesis sobre la identidad de Jack el Destripador. Su viaje continúa ahora con una petición al fiscal general Richard Hermer para abrir una nueva investigación a la luz de la evidencia. La jueza de instrucción de East London Nadia Persaud ha hecho saber que está preparada para dirigir la investigación si llega el permiso.

Edwards se apoya además en las familias de las víctimas (incluida la primera, Mary Ann Nichols) y en la sensibilización de los británicos ante la violencia hacia las mujeres: «Mi obsesión con Jack el Destripador empezó con la película Desde el infierno y fue creciendo con mis paseos por Whitechapel, intentando imaginar cómo era la vida en el barrio más infernal de Londres. A las víctimas les pusieron el estigma de prostitutas, yo las llamo desafortunadas, porque eso es lo que eran, en medio de aquella miseria. En plena era victoriana había unas 1.200 mujeres ofreciéndose en los callejones del East End. Para muchas de ellas, la alternativa era vender su cuerpo para alquilar una habitación o dormir en la calle, y acabar expuesta a la violencia».