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Sale al escenario Avril Lavigne y de lejos parece la misma chiquilla que hace dos décadas alcanzó una popularidad inmensa con sus canciones de pop malote. En su tiempo fue una artista esencial en la banda sonora de los institutos de medio mundo, y ahora que ha sido recuperada para la música gracias a la magia de TikTok, ha aprovechado la oportunidad subiéndose al tren exactamente igual que lo dejó. Vestida como una colegiala rebelde con la edad de una profesora, 39 años (nada que reprochar, pocas estrellas del rock se arriesgan a aceptar su edad cuando pasa el tiempo), vuelve a cantar Girlfriend y What the Hell y con ella también canta una muchedumbre que se divierte a rabiar.
Y de seguido va Complicated, un baladón sentimentaloide elevado a himno generacional, y en 10 minutos el concierto ya ha adquirido la categoría de acontecimiento.
En su primer concierto en Madrid en 17 años, la cantante canadiense ha sido una de las protagonistas de la última jornada del Mad Cool, el festival madrileño que este sábado echa el cierre a su séptima edición con The Killers, The Kooks, 2 Many DJs, The Gaslight Anthem y Bring Me The Horizon, entre otros, ante 57.000 personas.
Esta edición de Mad Cool acaba así sin apenas incidentes, tras los problemas de movilidad y de accesos de 2023, y mira al futuro con la esperanza de continuar creciendo en el recinto de Villaverde Alto, en el que durante estas cuatro jornadas se han congregado más de 220.000 asistentes, según datos de la organización.
Ahora aquella pequeña chavala despreciada por la élite del punk-rock como la versión desnatada de su guerrilla contracultural, engullida rápidamente por la el rodillo de la novedad y olvidada mientras caía enferma, resulta que no solo es la heroína de una nueva generación de estrellas como Taylor Swift, Olivia Rodrigo y Billie Eilish, sino que los oyentes más impresionables incluso la definen como una pionera, aunque en puridad no haya inventado nada. Su rock de sitcom adolescente es una acumulación de clichés más o menos resultones y por supuesto ni siquiera inventó los smokey eyes al borde del efecto mapache, aunque debe reconocerse que su estilo cristalizó en algunos éxitos gigantescos de la última FM, cuando los valores noventeros de la autenticidad y la integridad empezaban a pasar de moda (nótese la ironía de la expresión).
Hoy el punk-pop de hace 20 y 30 años ha sido descubierto por la generación Z y corre cuesta abajo por TikTok, como también se pudo comprobar en la noche del viernes en el multitudinario concierto de Sum 41 en este mismo festival.
Avril Lavigne interpreta viejas canciones como My Happy Ending, Sk8er Boi y He Wasn't, otras baladas de autocompasión y revancha como I'm with You y si The Who han estado cantando durante décadas My Generation, ¿por qué no va ella a defender un elogio de la adolescencia como Here's to Never Growing Up agarrando una botella de champán? Su mensaje ahí no es para sus nuevos fans, escasos entre el público, sino para los treintañeros y cuarentones que la amaron hace dos décadas y que este sábado esperaban al sol por miles media hora antes del concierto.
Este torrente de nostalgia por Avril Lavigne es un inesperado giro de guion que se produce justo 10 años después de que la artista contrajera la enfermedad de Lyme por la picadura de una garrapata. La mujer sobre la que se desarrolló una teoría conspirativa según la cual se había suicidado en 2000 y había sido sustituida por una actriz llamada Melissa, pasó desde 2014 varios años en la cama forrada a antibióticos (etapa en la que se divorció de Chad Kroeger, el cantante de Nickelback, poco después de casarse). Fue un largo periodo de incapacidad, fisioterapia y medicación intensiva. Cuando logró estabilizar su salud, Lavigne lo celebró con un disco de rock cristiano, Head Above Water, que pasó completamente desapercibido y que esta tarde no ha tenido apenas presencia en el repertorio de su concierto.