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La Mirada del Corresponsal

El hilo que une a las refugiadas palestinas con su identidad

Las refugiadas palestinas en el Líbano transmiten de generación en generación el tatriz, el arte del bordado tradicional, para preservar su herencia cultural

Hanan Zarura, en su taller en el campo de refugiados de Shatila (Beirut).
Hanan Zarura, en su taller en el campo de refugiados de Shatila (Beirut).ROSA MENESES
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Puntada a puntada, Hanan Zarura se esmera con paciencia en el bordado. Sus manos van tejiendo un tapiz en punto de cruz que cuenta una historia. La historia de su pueblo. Palestina refugiada en el campo de Shatila (oeste de Beirut), esta mujer lleva 32 años dedicada a enseñar las técnicas del tatriz, el bordado tradicional palestino, a sus compatriotas. "Es muy importante que preservemos nuestra herencia porque es parte de nuestra historia y de quiénes somos. Es nuestra identidad", hilvana.

"Cada patrón geométrico pertenece a un área, a un pueblo de Palestina. Este, por ejemplo, es de Ramala, este es de Belén y aquí está la estrella de Jerusalén", nos explica rodeada de madejas, tapices, manteles, cojines, chales y vestidos. Así, con la vestimenta bordada, solía identificarse la procedencia de la persona que la llevaba. "Los colores reflejan los de la naturaleza. También hay un código de vestimenta a través del color. Por ejemplo, si llevas el color rojo en tu vestido, significa que estás casada. Y si llevas azul, es que estás divorciada o viuda", describe.

Extiende su labor y explica que narra una boda típica palestina, con la novia llegando a lomos de un corcel negro, las ofrendas de abundante comida y los hombres bailando 'dabke' cogidos de las manos. Hanan Zarura es la directora artística del proyecto de Bordado Palestino de la Institución Nacional de Asistencia Social y Formación Profesional (NISCVT, en sus siglas en inglés), una asociación que emplea a 125 mujeres de los campos palestinos de todo el Líbano, de las que 35 se encuentran en Beirut. "Este es un proyecto para sostener a las mujeres. Para apoyarlas financieramente, especialmente a las que no pueden salir a trabajar. Pero también para mantener nuestra herencia cultural. El bordado es algo que aprendemos y que enseñamos a nuestros hijos, que se transmite de abuelas a madres y nietas durante generaciones", explica.

Ganan entre 50 y 100 euros al mes y para muchas mujeres y sus familias es su único medio de vida en un país, el Líbano, que prohíbe a los refugiados palestinos trabajar en ciertas profesiones. Nasrin Sayed es una de las bordadoras del proyecto. "Estoy muy orgullosa de este arte. Es nuestra identidad. A veces, cuando llevo una prenda o un bolso con los bordados, alguien me reconoce y me pregunta si soy palestina y eso me enorgullece. Mis hijas, de 12 y 15 años también lo han aprendido y les gusta", expresa. Tiene 50 años y lleva bordando desde los 17. "Me enseñó mi madre", sostiene. A veces, es para ellas un modo de encontrar belleza en medio de la dureza de la vida. "Bordar me hace sentir relajada, en paz, feliz", confiesa.

Bordar una pieza de tamaño medio puede llevar hasta 20 días de labor, comenta Nasrin, que trabaja también como maestra de infantil. Le atrae más el diseño tradicional que el moderno. "Me gusta bordar los árboles, los pájaros y las flores", añade. Las creaciones con hilos de seda, lana, lino o algodón conectan las telas directamente con la naturaleza y los paisajes típicos rurales de la Palestina que añoran estas refugiadas, muchas ya nacidas en tierra extraña de padres desarraigados tras ser expulsados de sus pueblos y desposeídos de sus cultivos tras la creación de Israel en 1948. Las tardes de bastidores y agujas, son también un lugar de encuentro de mujeres y de intercambio intergeneracional donde fluyen los cuentos y leyendas tradicionales, las canciones y recuerdos. El tatriz es memoria.

Mujeres como Nasrin o la propia Hanan bordan para ellas mismas pero bordan también para sentirse parte de un tapiz infinito cuyos hilos de colores las une con sus ancestros. El tatriz, que significa en árabe bordado, y cuya tradición palestina está inscrita como Patrimonio Inmaterial de la Unesco desde 2021, es un símbolo de resistencia para las refugiadas palestinas, que se aferran de forma persistente a su identidad cultural para conservarla y transmitirla aunque estén lejos de su patria.

Para enganchar a las nuevas generaciones y coserlas a una extensa red solidaria que trasciende la historia, Zarura ha ideado creaciones modernas, con nuevos colores y patrones geométricos. "Queremos que los jóvenes se interesen en preservar el tatriz, por eso hacemos nuevos diseños", pespuntea enseñando cojines con elegantes composiciones, bolsos de mano inspirados en geometrías japonesas, camisetas y estuches y hasta un vestido de novia que están bordando para una clienta que se casa en Estados Unidos.

"Tenemos que luchar por conservar nuestro bordado tradicional porque ahora hasta Israel se ha apropiado de nuestro tatriz para etiquetarlo como suyo y venderlo", lamenta Zarura mencionando el hecho de que, en los últimos años, diseñadores israelíes han presentado el bordado tradicional palestino como propio de la historia israelí en un nuevo episodio de desposesión cultural.

-Nasrin, ¿qué significa para ti el arte del tatriz?

-'Al watan', la nación. No puedo hacer nada por Palestina, pero puedo darles algo a los jóvenes a través de mi labor, para ayudar a mantener vivas nuestras tradiciones. Es así como puedo alentarles y darles coraje para seguir.