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Cualquier demócrata lo hubiera tenido difícil para ganar estas elecciones. La razón es simple: Estados Unidos va razonablemente bien. El semanario The Economist ha declarado que la situación de la economía es "de ensueño", con pleno empleo y el mayor crecimiento económico de ninguna nación del G7. Aunque hay dos enormes crisis exteriores -en Ucrania y en Oriente Medio- EEUU no se ha involucrado directamente en la primera y en la segunda, aunque sí lo ha hecho, del lado de Israel, solo ha sufrido tres muertes.
El mayor borrón es la inflación, que se ha comido casi una cuarta parte del poder adquisitivo de los ciudadanos. Pero eso no es algo exclusivo de EEUU y, además, el Gobierno federal no tiene control directo sobre la Reserva Federal, cuyo presidente, Jay Powell, fue nombrado por Donald Trump. Encima, la inflación está cediendo y los tipos de interés se encuentran a la baja, tal y como quedará claro hoy, jueves, cuando la Fed vuelva a recortarlos en un cuarto de punto.
Que EEUU vaya bien es un problema para los demócratas, porque les hace vulnerables a la retórica republicana de bajada de impuestos, liberalización y promesas de recorte del gasto público, que es una manera sutil de dirigirse al pecado original de los estadounidenses: la codicia. En 1992, con el país saliendo de una recesión, el demócrata Bill Clinton ganó.
En 2000, con pleno empleo y cuatro años de crecimiento al 4%, el republicano George W. Bush se impuso. Ocho años después, cuando el sistema financiero estaba nacionalizado para evitar su quiebra, Barack Obama llegó a la Casa Blanca. En 2016, EEUU rozaba el pleno empleo y llevaba creciendo ocho años, así que el testigo pasó a Trump, con sus promesas de bajadas de impuestos, pleno empleo, política industrial, aranceles, final de la inmigración ilegal, y hasta la maravilla de recortar el Presupuesto del Estado en un 40% solo por medio de la lucha contra "el fraude", que es una manera sutil de decir "lo que le están robado a usted sus vecinos". Hasta que llegó el Covid-19. En 2020, el día que Joe Biden juró el cargo, murieron 4.400 estadounidenses por la pandemia, según la Universidad Johns Hopkins. Y vuelta a empezar.
Fracaso
Ésa, sin embargo, es solo una parte de la explicación. El fracaso de Kamala Harris tiene un significado más profundo, y que se resume en una frase: el 53% de los varones latinos -un grupo que los demócratas consideraban que era existencialmente suyo- votó por Donald Trump. Eso de votar por alguien que te insulta tiene mérito. Pero acaso es que esos hombres se sentían más insultados por la paranoia demócrata de hablar de latinxs, con "x", para engendrar así un término inclusivo y a su vez más corto que el "latinos y latinas". Es imposible que a uno lo llamen 'latinx' sin que sienta que de alguna manera lo han confundido con un detergente.
Harris trató de evitar como gato escaldado esos estereotipos fabricados por la cadena de montaje de la corrección política. Su candidato a vicepresidente, Tim Walz, está, por aspecto, talante e historial, en las antípodas de eso. Pero esa cultura forma parte del Partido Demócrata y en especial de sus activistas de base. A eso hay que sumar las características propias del votante demócrata que probablemente no les gusten a muchos demócratas. Un ejemplo: en julio, el 44% de los afiliados del muy importante -y famoso, en parte por sus pasadas vinculaciones con la mafia- sindicato de camioneros, los Teamsters, apoyaban a Joe Biden, mientras que solo el 36% lo hacía por Donald Trump. Fue poner a Kamala y el porcentaje se invirtió y se fue al extremo. En septiembre, el 58% de los Teamsters, como se les conoce en EEUU, estaban por Trump, mientras que la tasa de respaldo a Harris había caído al 31%. ¿Qué se hace con esa gente? ¿Se les llama machistas y se les excomulga?
El hecho de que el Partido Demócrata haya caído entre las minorías, hasta el punto de que es probable que Trump acabe sacando más votos que Harris, es la gran sorpresa de estas elecciones. Como lo es que el ex presidente haya ganado en el segmento de la población más joven, la llamada Generación Z, que los demócratas -y la mayor parte de los expertos- pensaban que iban a rechazar el mensaje viejuno de Trump.
Dinero y unidad
Aparte se podrá decir que Harris se hubiera beneficiado de un proceso de primarias. Que su risa es desagradable. Que a mucha gente no le gusta su tono de voz. Todo eso es accesorio. Su campaña estuvo bien dirigida. Tuvo, literalmente, más dinero del que sabía gastar. El Partido Demócrata -al contrario que el republicano- se unió alrededor de ella. Y quienes dicen que su problema era que nadie sabía lo que había hecho en su carrera en política son los mismos que decían que Hillary Clinton llevaba demasiado tiempo en primera línea de la actualidad.
Esos son problemas de compaña. Los otros, estructurales. Por un lado, la percepción inconsciente de que los demócratas gestionan mejor las crisis pero que, cuando las cosas van bien, hay que poner a un republicano en la Casa Blanca para que la fiesta empiece en serio. Por otro, el problema de un partido -el Demócrata- a cuyos dirigentes no les gusta una parte considerable de sus votantes, que ven retrógrados, incultos o, simplemente, demasiado lejanos como para conectar con ellos. No deja de ser paradójico que dos millonarios educados en las mejores universidades del mundo -Donald Trump y JD Vance- hayan tumbado con la acusación de "elitistas" a dos probos funcionarios de partido de clase media que cursaron estudios en centros académicos muy normalitos, Kamala Harris y Tim Walz.