INTERNACIONAL
Geopolítica

Nueva era en Oriente Próximo: el auge del 'nuevo imperio otomano', el declive del 'persa' y la indiferencia de Estados Unidos

La 'victoria' de Turquía en Siria, el debilitamiento de Irán y la errática posición de EEUU, a punto de cambiar de liderazgo y estrategia en la región, impulsan una nueva etapa en la región

Un rebelde armado vigila la entrada de la Mezquita de los Omeyas, en Damasco, este lunes.
Un rebelde armado vigila la entrada de la Mezquita de los Omeyas, en Damasco, este lunes.EFE
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"Desde luego, ya está habiendo gente que habla del renacer otomano, especialmente gente fuera de Turquía. Pero estamos en una época en la que nadie puede ganar completamente las guerras en Oriente Próximo. La idea de que el ganador en Siria -Turquía, al que muchos asimilan al Imperio Otomano, aunque hoy en día no tenga nada que ver con aquél- se va a quedar con todo el poder en el país no es sostenible. Va a necesitar algún entendimiento con Irán o con Rusia".

Con esas palabras se expresaba el domingo Trita Parsi, vicepresidente del think tank de Washington Quincy Institute, situado en la izquierda del Partido Demócrata, y fundador del Consejo Nacional Iraní-Estadounidense (NIAC), una organización que ha defendido la negociación entre Washington y Teherán. Sus declaraciones a EL MUNDO reflejaban un nuevo Oriente Próximo consecuencia de las guerras de Ucrania, que ha debilitado a Rusia, y de las de Gaza y Líbano, que han fortalecido a Israel y ha destruido gran parte del poder de Irán - la antigua Persia - en la región.

Una región que parece encantada con que Joe Biden se vaya y de que llegue Donald Trump, cuya política transaccional - yo te doy esto a cambio de aquello- encaja mucho mejor en lo que Oriente Próximo quiere que los constantes titubeos, falta de efectividad y, en último término, de autoridad deBiden, a quien todos ven ya como el ex presidente de EEUU.

Parsi estaba en Qatar, en el Doha Forum, una reunión que organiza todos los años el Gobierno de ese Emirato, que ha logrado la cuadratura del círculo en Oriente Próximo: llevarse bien con todo el mundo, hasta el punto de que acoge a enemigos jurados e irreconciliables, a saber: los talibán afganos, que tienen sus embajadas oficiosas en Doha, la capital de Qatar, a cuyas afueras está la mayor base aérea de EEUU en Oriente Próximo, la de Udeid, en la que también hay una significativa presencia británica; Irán, con quien se reparte la explotación de yacimientos de gas en el Golfo Pérsico; Turquía, Rusia y Hamas, de quien ha sido el mayor financiador, aunque, al contrario que Irán, no le ha dado armas.

Uno de los pocos países con los que Qatar no tenía buena relación era la Siria de Bashar Asad, así que, aunque las celebraciones no son oficiales, el emirato está satisfecho con la eliminación de su régimen. Una eliminación en la que parece que todos tienen algo que decir, con una notable excepción: el Gobierno de Estados Unidos.

Un día antes de que Damasco cayera, el hombre de confianza de Joe Biden para las relaciones con los productores de petróleo y también para Israel, Amos Hochstein, habló en Doha. Lo hizo justo 10 minutos antes de que el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergéi Lavrov, lanzara rayos y centellas contra todo y contra todos -incluyendo, indirectamente, el país anfitrión, Qatar- por la que entonces parecía la muy difícil -pero todavía no imposible- capitulación de Asad.

Hochstein no dijo ni media palabra de Siria. Aunque, indirectamente, sí habló de Irán. O, más bien, de su brazo ejecutor en Siria y Líbano, Hizbulá, a quien describió como poco menos que pulverizado tras cuatro meses de guerra con Israel. El asesor de Biden, que es quien forjó el alto el fuego entre Israel y Hizbulá que comenzó el 26 de noviembre, justo un día antes de que las fuerzas de oposición sirias iniciaran su victorioso ataque relámpago a Damasco, resumió lo que entonces eran los problemas de Asad para mantenerse en el poder como "una consecuencia que no había sido buscada, algo que se debe a movimientos tácticos, no estratégicos".

En otras palabras: la coincidencia de las guerras de Ucrania, que ha golpeado a Rusia, y de Líbano, que casi ha destruido a Hizbulá. El problema para Washington es que esas declaraciones de Hochstein, que tiene una enorme influencia en el equipo de Biden, indican que, lisa y llanamente, EEUU no tiene un plan para Oriente Próximo. No lo tiene Biden, posiblemente por incapaz. Y no lo tiene Trump porque no quiere.

Así lo dio a entender el ex enviado para Oriente Próximo de Donald Trump en la primera Presidencia de éste cuando habló el domingo en el Fórum. "Siria no es un problema de Estados Unidos. Es, ante todo, un problema de la región. [Trump] ayudará, se involucrará en el diálogo. Ayudará en lo que pueda. Pero no va a haber botas estadounidenses sobre el terreno", dijo, en clara alusión a la presencia de más soldados estadounidenses en la región, pese a que EEUU tiene un contingente de cerca de 1.000 militares en el este de Siria.

La futura Presidencia de Trump estará del lado de los centros de poder en la región: Israel, Qatar, Arabia Saudí, los Emiratos y el Consejo de Cooperación del Golfo. También va a intentar reactivar los Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones entre Israel y cuatro países árabes, concluyendo los Emiratos, Bahréin y Marruecos. El objetivo ahora es lograr que Arabia Saudí lo haga. Era algo que el Gobierno de Biden tenía previsto conseguir el verano pasado, hasta que la guerra de Gaza dio al traste con el proyecto. En todo ese panorama, Washington no parece tener el menor interés en resolver la cuestión palestina, aunque Trump sí quiere que, cuando llegue a la Casa Blanca, no haya combates en Líbano ni Gaza y que las negociaciones entre Hamas e Israel -que se celebran en Qatar- consigan la liberación de los rehenes que el grupo terrorista mantiene lleguen a buen puerto antes del 20 de enero. Trump quiere llegar a la Casa Blanca y generar la idea de que las guerras de Oriente Próximo (y, después, de Ucrania) eran cosa de Joe Biden.

Es algo para lo cual cuenta con el apoyo de su aliado, Benjamin Netanyahu, que concentró todos sus ataques en las semanas preelectorales estadounidenses, en lo que muchos demócratas de Washington ven como un claro -y exitoso- intento de agravar todavía más la sensación de debilidad del Gobierno de Biden, que ha cedido ante Tel Aviv en todo momento.

Este relativo resurgir otomano y la relativa decadencia persa también favorecen a Trump por dos motivos. Uno, porque el futuro presidente se lleva muy bien con los hombres fuertes, también llamados autócratas o, más a la antigua usanza, dictadores. Recepp Tayip Erdogan, que dirige Turquía desde hace 21 años, se encuadra en una de esas definiciones, según el grado de simpatía que se tenga hacia el personaje, de modo que su interlocución con Trump no debería ser mala. Al mismo tiempo, tanto por su base evangélica como por su cercanía a Netanyahu, Trump es totalmente opuesto a Irán.

El nuevo presidente estadounidense cuenta con otra baza a su favor: la debilidad en que Israel ha dejado a Hizbulá, la milicia proiraní que constituía una de las fuerzas militares más influyentes de Líbano y Siria. Como dijo Hochstein, ese grupo "ha perdido entre el 50% y el 70% -probablemente la cifra real esté más cerca del 70% que del 50%- de sus armas", además de "una porción importante de sus combatientes, que está muerta o incapacitada para luchar, y con una moral baja y sin el líder carismático que llevaba más de 30 años al frente de la organización", en referencia a Hasan Nasrallah, asesinado por Israel el 27 de septiembre.

Ahora, además, el colapso del régimen de Asad deja a Hizbulá sin su vía terrestre de acceso a las armas de Irán. Eso hace que Hochstein vea un futuro en el que el Ejército de Líbano, que tiene el apoyo de EEUU, ocupe las posiciones que tenía Hizbulá cerca de la frontera con Israel, y que ese partido se resigne a ser una formación política más en Líbano. Parsi, sin embargo, no lo ve así. "Hizbulá afronta tiempos duros, es cierto, pero Irán ha encontrado formas de apoyar a sus aliados en la región incluso cuando no tenía vías de acceso terrestres. Está armando por barco a los hutíes de Yemen por barco y, si creemos a Israel, también a Hamas en Gaza. Encontrará vías para apoyar a Hizbulá. Además, los chiíes son mayoría en Líbano, y no se les puede dejar de lado".