"La Historia no se repite, pero muchas veces rima". A los estadounidenses les encanta esa frase de Mark Twain. En solo dos semanas en la Casa Blanca, Donald Trump quiere que Estados Unidos "se haga dueño" de Gaza, compre Groenlandia a Dinamarca (o, más bien, obligue a Dinamarca por medio de aranceles a vendérsela), ocupe todo Canadá (el segundo mayor país del mundo), y el Canal de Panamá.
Son ecos del pasado. Pura rima de la Historia. La última vez que Estados Unidos se anexionó un territorio fue en 1898, cuando conquistó Hawái. El precedente más cercado de compra de un territorio fue en 1917, el año en el que EEUU adquirió -precisamente a Dinamarca- lo que hoy son las Islas Vírgenes estadounidenses por 35 millones de dólares de la época, que hoy serían 591 millones de euros. Esa es, también, la última compra de un territorio de un país.
El inopinado anuncio de que va a ocupar Gaza, hacer una limpieza étnica al expulsar a la población que vive allí, y transformar el territorio en una zona turística parece ir por la senda de las promesas y amenazas incumplidas de Trump, de las que esta semana tuvimos dos buenas muestras, cuando el presidente estadounidense se comprometió a aplazar la guerra comercial contra México y Canadá a cambio de que vagas promesas por ambos países que son prácticamente imposibles de verificar en la práctica y, además, en el caso del segundo, ya habían sido anunciadas en diciembre para contentar preventivamente a Trump.
Hablar de ocupar un país es más fácil que hacerlo. Una intervención militar en el extranjero debe ser aprobada por el Congreso de EEUU, así que Trump no puede mandar a los soldados sin más. Sin embargo, la ley ha sido retorcida en muchas ocasiones. Reagan no pidió esa autorización para escoltar durante dos años a los petroleros kuwaitíes que sacaban petróleo de Irak en 1988 y 1989 y que culminó en varias batallas aeronavales entre EEUU e Irán. Tampoco lo hizo Obama con la intervención en Libia ni en Siria ni en Irak contra el Estado Islámico, que continuó Trump, de nuevo sin pedir permiso a nadie.
En el caso de Gaza, Trump podría decir que es una misión humanitaria, lo que en principio le eximiría de ese requisito. Es cierto que George Bush padre pidió permiso al Congreso para intervenir en Somalia y tratar de evitar una hambruna en 1992, pero aquellos eran otros tiempos. El actual presidente no tiene el menor interés en escuchar al Congreso.
Trump, sin embargo, tiene otro problema: sus votantes. Y, aunque su aliada, la cadena de televisión Fox News, diga que esto es solo "un plan de reconstrucción", Gaza aunque es muy pequeña -equivale al municipio de Granada- , es una zona de guerra en la que está en vigor una frágil tregua que puede estallar en cualquier instante. Una gran parte de los seguidores de Trump se oponen a aventuras militares en el extranjero.
Y, aunque una parte de los votantes evangélicos y judíos lo apoyaran, el sector más nacionalista del 'trumpismo' se opondría en redondo, como ya hizo el miércoles el senador republicano Rand Paul al tuitear: "Yo creía que habríamos votado [en las elecciones del 5 de noviembre] para que EEUU fuera para los estadounidenses. No se nos ha perdido nada para contemplar otra ocupación más que hunda nuestras finanzas y derrame la sangre de nuestros soldados".
La ONU, en contra
Otra opción podría ser una intervención humanitaria bajo el amparo de la ONU. Pero eso parece aún más difícil. El alto comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volcker Turk, declaró que "toda deportación o traslado forzoso de personas sin base legal está estrictamente prohibido". La Unión Europea -que tiene un país, Francia, con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU- calificó a Gaza "de una parte integral del futuro Estado palestino".Tampoco los países de la región lo quieren. Y eso es un problema crítico para Trump, que no quiere poner dinero estadounidense.
En realidad, el plan lanzado el martes por el presidente de EEUU es la reedición del 'Trato del Siglo', que él y su yerno Jared Kushner promovieron sin éxito en su primera presidencia. Según ese plan, los palestinos de Gaza y Cisjordania serían deportados a Egipto y Jordania, donde se quedarían para siempre. Arabia Saudí pagaría la operación, que ascendería a varias decenas de miles de millones de euros. La reconstrucción de Gaza -estimada en unos 35.000 millones- no parece contar, dado que sus habitantes serían expulsados.
Pero ahora Arabia Saudí tiene menos recursos y toda su energía está en alcanzar los objetivos de la Agenda 2030, un ambicioso -y controvertido- plan de desarrollo lanzado por el líder de ese país, el príncipe heredero Mohamed bin Salman, que es muy cercano a Kushner y a Trump. Así que no está clara la financiación.
Hace un año Kushner mencionó en una comparecencia pública las posibilidades turísticas "de un paseo marítimo en Gaza", y recomendó a Israel mover a la población del enclave "al desierto del Neguev y terminar el trabajo". Kushner dirige el fondo de private equity Affinity Partners, que ha lanzado varios proyectos en Israel y que cuenta con inversiones de Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos, ya mencionó en el pasado las oportunidades turísticas de una Gaza sin palestinos.
Trump, así pues, podría hacerlo 'a las bravas', o estirando la legislación estadounidense. Pero el problema es la limpieza étnica. Con 2,1 millones de palestinos, muchos de ellos simpatizantes de Hamas -y, desde luego, muy pocos cercanos a EEUU, el país que ha pagado un tercio de la factura de la guerra para Israel- Gaza podría convertirse en una nueva guerra de guerrillas. Y no hay cosa que más espante a la opinión pública estadounidense que un nuevo conflicto en Oriente Próximo. Con Afganistán e Irak tuvieron suficiente.
Para evitar eso, solo hay una opción: la deportación forzosa. A la cual, a su vez, se opone toda la comunidad internacional y supondría un golpe total al prestigio de EEUU porque ¿cómo se puede rechazar la limpieza étnica rusa en Ucrania y, al mismo tiempo, llevar a cabo una en Palestina?