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Todas las guerras acaban frente a un papel en el que ambos bandos firman las condiciones de la paz. Para Volodimir Zelenski ese escenario puede suponer el final de un proceso de estrés inimaginable que no eligió (y que no esperaba) cuando se presentó como candidato a presidente con su partido, bautizado literalmente como su serie de televisión: Servidor del pueblo.
Desde que comenzó la invasión rusa a gran escala, Zelenski ha sufrido varios intentos de asesinato (reconocidos por su propio servicio de seguridad), además de numerosas campañas en contra de la propaganda rusa, algunas focalizadas incluso en su esposa, Olena Zelenska, relacionada con unos viajes de lujo y gastos estratosféricos que en realidad nunca sucedieron.
También desde el interior de Ucrania han surgido voces en su contra por parte de sus adversarios políticos. Son conocidos sus choques con Vitali Klichkó, ex campeón de los pesos pesados y alcalde de Kiev, o con el ex presidente Petro Poroshenko, recién sancionado por las autoridades ucranianas. A estos nombres hay que unir el de su ex asesor Oleksi Arestovich o el del mismísimo general Valeri Zaluzhni, apartado por Zelenski de la dirección de la guerra el pasado año para mandarlo de embajador al Reino Unido.
Ahora mismo Zelenski se encuentra ante el segundo gran desafío de su carrera política. Si el primero fue el permanecer en su puesto con los rusos a 15 kilómetros de Kiev y galvanizar a la resistencia de su pueblo, el segundo no será tan heroico pero quizá sea más complicado: mantener el equilibro entre las cesiones territoriales a Rusia, que en cierta proporción parecen inevitables, y la de poner fin a la guerra aceptando el trato. Es decir, tiene que navegar entre hacer concesiones a Moscú sin que los ucranianos lo acusen de traidor pero a la vez sabe que si esas concesiones resultan inasumibles, también tendrá un coste, porque muchos ucranianos, deseosos de que la guerra termine, también se lo echarán en cara. Los soldados quieren volver a casa (también los rusos), y si no vuelven se van a enfadar.
Discutido dentro de Ucrania
Zelenski ha gozado, gracias a su carisma y a un personaje perfectamente trabajado por él, que es actor, de un gran prestigio internacional. Su trabajo de diplomacia denunciando la agresión rusa y el rostro imperial de Vladimir Putin ha sido todo un éxito más allá de las fronteras ucranianas, sin embargo el presidente es mucho más discutido dentro de Ucrania. Las razones son bien conocidas aquí: aunque llegó al poder con un mensaje anticorrupción y anticasta, no ha conseguido acabar con las malas prácticas enraizadas en la política ucraniana desde la era soviética. A la larga, esa corrupción endémica puede suponer un gran escollo para la entrada en la Unión Europea.
Otro de los problemas ha sido su dureza con la oposición en un momento en el que, tal vez, podría haber optado por un gobierno de unidad nacional al estilo Winston Churchill en 1940 (ten cerca a tus amigos y aún más cerca a tus enemigos). Eso ha llevado a roces continuos y polémicas en las que el estado ha perdido una energía que podría haber necesitado en el campo de batalla.
Por último, los problemas en el ejército también le han costado muchas críticas al presidente. Más allá de la valentía de sus soldados y la generosidad de sus voluntarios, que está fuera de toda duda, la organización de las Fuerzas Armadas ha revelado grandes lagunas que han podido costar avances enemigos irrecuperables. A esto hay que sumar una ley de reclutamiento tardía y cuestionable que no ha solucionado todavía, y puede que ya no lo haga, las dificultades para ocupar todas las posiciones defensivas en el frente con garantías.
Hace un par de años que Zelenski terminó su mandato, si es que el mandato se hubiera dado en un país bajo circunstancias pacíficas, pero Rusia decidió no sólo invadirlo, sino destruir buena parte de las ciudades del este del país, incluyendo miles de escuelas. La propaganda de Moscú, comprada de forma inesperada por algunos trumpistas, sugiere que el presidente ucraniano se ha atornillado al poder sin razón para ello. Pero la realidad es que, en este contexto de bombardeos y muertos civiles diarios y sirenas antiaéreas sonando resulta no sólo imposible, sino posiblemente irresponsable, montar unas elecciones.
La ley marcial, votada por la rada de Ucrania durante los primeros días del conflicto, permite además suprimir las elecciones, por lo que la situación de Zelenski, aún sin elecciones, es perfectamente democrática hasta que el final del conflicto permita convocar nuevos comicios.
Algunas voces han sugerido en los últimos días, siempre desde los círculos más prorrusos en Occidente, que Zelenski iba a ser vetado por Trump y obligado a convocar elecciones o a renunciar por otro candidato. Esa opción resulta impensable para Ucrania, por mucho que Zelenski tenga aquí sus opositores. Será Zelenski el que negocie el fin de la guerra, si llega, y tras ese final el runrún diplomático en Kiev habla de un exilio dorado en Londres para el hoy presidente. Pero si lo que pretende el lado más cercano a las tesis del Kremlin es que vuelva a gobernar un prorruso en la casa de las quimeras, está fuera de la realidad: la Ucrania actual no volverá a votar a un prorruso al menos durante esta generación.
Zelenski aún tiene que cerrar este capítulo. Su objetivo ahora es sentarse en la mesa de negociación y que nadie decida por él.