- Royals El príncipe Hisahito de Japón se gradúa en Secundaria mientras crece la ansiedad por su futuro matrimonio
- Royals La polémica idea de Japón para que las mujeres no ocupen el trono: la adopción de varones
- Royals El emperador de Japón celebra sus 65 años con la preocupación creciente por la posible extinción de la familia real
La mañana del 15 de noviembre de 2005 amaneció lluviosa y desapacible en Tokio. Aquel día se celebraba una boda, nada menos que la de la única hija de los entonces emperadores reinantes, Akihito y Michiko. De haberse tratado del enlace de una descendiente de cualquier soberano del resto del mundo, toda la ciudad se habría engalanado, decenas de miles de curiosos habrían abarrotado las calles e invitados de la realeza extranjera se habrían desplazado hasta la capital japonesa. Sin embargo, lo más que hubo esa jornada fue un millar de ciudadanos en las inmediaciones del Palacio Imperial que despidieron, algunos con los ojos llorosos, a la princesa Nori, a la que vieron abandonar el recinto en un elegante coche cerrado. La hija de los emperadores se dirigió a un cercano hotel donde, en la más absoluta discreción, tuvo lugar su ceremonia de matrimonio, oficiada por un sacerdote sintoísta, con apenas 30 invitados presentes -naturalmente, casi toda la familia imperial incluida-.
En ese momento, Nori, que contaba ya con 36 años -una edad considerada muy avanzada en la costumbre del país del sol naciente para casarse-, dejó para siempre de ser princesa. Su unión con Yoshiki Kuroda, un urbanista del Ayuntamiento de Tokio que, pese a tener orígenes aristocráticos y de descender de un antiguo linaje cercano a la dinastía imperial no dejaba de ser un plebeyo, convirtió de un segundo para otro a la única hermana del actual emperador Naruhito en una ciudadana común, en una plebeya burguesa que adoptaba el nombre de Sayako Kuroda, y de la que la prensa japonesa no volvería a hablar más.
El caso de Nori es exactamente el mismo destino que les ha aguardado y les aguarda a todas las princesas japonesas que dan el paso de casarse, dado que las férreas normas por las que se rige la dinastía reinante más antigua del globo las aparta de la institución en cuanto mezclan su sangre con la de un plebeyo. Más que apartadas, se podría decir que son totalmente borradas.
Pero lo que durante tanto tiempo no ha sido sino una costumbre incuestionable, en la actualidad ha venido a agudizar la grave amenaza de peligro de extinción que se cierne sobre la familia imperial. Porque la dinastía que ocupa el Trono del Crisantemo desde hace 2.500 años -aunque los primeros monarcas del linaje son en realidad míticos- ya sólo cuenta con 17 miembros, varios de ellos de la tercera edad. Apenas una docena siguen en activo. La ley sálica consagrada en la Constitución vigente (de 1947) no sólo impide reinar a las féminas en Japón, sino que las excluye de la transmisión de derechos sucesorios y las despoja del estatus imperial, como decíamos, cuando se casan. La dinastía sólo tiene hoy cinco hombres: el emperador Naruhito; su hermano -heredero del trono-, el príncipe Akishino; el hijo de éste, Hisahito (18), llamado a ser en su día el futuro emperador -sobre sus hombros pesa la tremenda carga de asegurar la continuidad de la familia imperial-; el príncipe Hitachi, tío del soberano y que a sus 89 años ni piensa en reinar ni tampoco ya en engendrar hijos; y el ex emperador Akihito, de 91 años.
Así, se comprende bien que el hecho de que el destino de las princesas sea dejar de serlo tras pasar por el altar amenaza con que, en pocos años, la dinastía esté en los huesos, sin miembros suficientes para cumplir con los elevados y exigentes cometidos de la familia imperial, incluida la participación en decenas de rituales sintoístas a lo largo del año.
El príncipe Hisahito aún es muy joven. Mientras avanzan los preparativos para su ceremonia de coronación o Kawan-no-Gi el próximo 6 de septiembre -día de su 19 cumpleaños-, esta semana ha ingresado en la Universidad de Tsukuba (Prefectura de Ibaraki, al noreste de Tokio), donde ya se encuentra estudiando en la Facultad de Ciencias Biológicas.
Por ello, los ojos se posan sobre las cinco princesas solteras que tiene la familia imperial: la princesa Aiko (23 años), única descendiente de los emperadores Naruhito y Masako; la princesa Kako (30), segunda hija del príncipe Akishino; la princesa Akiko (43), hija mayor del difunto príncipe Tomohito de la familia Mikasa; la princesa Yoko (41), hermana de la anterior; y la princesa Tsuguko (39), hija mayor del difunto Norihito de Takamado.
Las tres últimas, primas en segundo grado del emperador, probablemente han decidido no casarse y van a continuar siendo princesas imperiales y asumiendo una importante carga de actividades institucionales. En concreto, Akiko tiene gran experiencia diplomática y representa a la Corona en muchos viajes en el extranjero.
Los ciudadanos japoneses sí se preguntan, en cambio, si habrá a la vista boda de la princesa Kako, lo que la apartaría, insistimos, de la familia imperial, igual que le ocurrió a su hermana Mako tras casarse en 2021 con Kei Komuro, un enlace que se vio envuelto en la polémica por una disputa financiera de la madre del novio. El asunto provocó un preocupante cuadro de estrés en la entonces princesa, hoy una ciudadana totalmente anónima que reside con su esposo en Nueva York.
Y, sobre todo, los japoneses se duelen de que el destino de la princesa Aiko sea igualmente perder algún día su estatus imperial. La hija de Naruhito no sólo no podrá ocupar el Trono por ser mujer, a pesar de que casi el 90% de los ciudadanos es partidario de abolir la ley sálica, sino que se convertirá en una plebeya si decide contraer matrimonio.
Desde hace años, se suceden las discusiones en el Parlamento, por ahora sin éxito, para modificar la Ley de la Casa Imperial, con el fin de asegurar el futuro de la Monarquía. Y una de las reformas sobre el tapete es la de permitir que las princesas sigan siéndolo tras casarse. Pero los parlamentarios del PLD son renuentes a que a sus esposos y a los descendientes que tuvieran se les reconozca estatus de miembros de la familia imperial. Y los expertos alertan del problema de cómo hacer compatible que esos ciudadanos comunes, libres de participar en actividades políticas y de trabajar en el sector privado, no interfieran en la neutralidad y dignidad de la Corona. Como explica a LOC el periodista japonés Yohei Mori, especialista en la institución, "los dirigentes tienen miedo a que en la Monarquía japonesa pueda haber casos como el de Iñaki Urdangarin".
Los meses previos de la boda de la princesa Nori fueron mucho más estresantes que los de cualquier novia. Porque, a los desvelos propios de todo enlace, se sumó que la hija del emperador se tuvo que sacar el carnet de conducir -dado que como plebeya iba a tener que olvidarse de su chófer-, y aprender a marchas forzadas cosas que no había hecho jamás, como hacer la compra en un supermercado o una limpieza doméstica a fondo. Uno puede imaginarse a estas princesas que dejan de serlo de la noche a la mañana con la misma sensación insólita que el último emperador chino al salir de la jaula que era la Ciudad imperial, tan bien retratada en su monumental película por Bertolucci.
Para cambiar completamente de vida, la princesa Nori recibió del Gobierno nipón una dote de casi 1,5 millones de euros. "Con los recuerdos de los días con la familia imperial en mi mente, me enfrentaré a una nueva vida como miembro de la familia Kuroda", expresó la novia a punto de dar el sí quiero. "Nuestros lazos familiares no cambiarán, así que ven a vernos de vez en cuando", le rogó su padre, el emperador. Es el destino de las mujeres de la dinastía que, valga la paradoja, fundó una fémina, la diosa Amaterasu. Llegaron después los hombres, los varones, se entiende, para imponer su heteropatriarcado.