MADRID
La ley de la calle

La vida en el Lavapiés de los años 70: "La violencia en el barrio era total. La única forma de salir adelante era ser un tipo duro. Los más malos eran los Antoñitos"

Juan, en pleno entrenamiento de boxeo.
Juan, en pleno entrenamiento de boxeo.EM
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Mi amigo Juan nació en 1952 en la calle Provisiones, en el barrio de Lavapiés. Se trata de un testigo privilegiado de lo que fue la vida del barrio durante los años 60 y 70. Tras sentarnos en un bar cercano a la estación de Atocha, comienza a relatar su historia: "A mi me echaron del colegio porque me pillaron con pornografía que vendía mi tío en un puesto del Rastro. Era el Colegio La Salle, en Puerta de Toledo. Mi tío vendía libros y revistas de segunda mano. Bueno, todo tipo de cosas de segunda mano. Pero sacaba más beneficio de la pornografía. Le quité seis o siete revistas y me las llevaba al colegio. Y me pillaron enseñándole una revista a un compañero".

Tras echarle del colegio, Juan dejó los estudios. Su primer trabajo lo consiguió en una feria itinerante. "Había coches de choque y otras atracciones. Mi jefe vendía almendras y tenía, además, una pequeña tómbola. Se llamaba Pastrana. Su hijo era torero y murió al ser corneado por un toro. Íbamos por todos los pueblos de la Comunidad de Madrid. En la feria todos estaban centrados en ayudarse unos a otros. Tras dejar ese trabajo, trabajé en una pastelería, luego en una droguería y acabé en una imprenta".

En un momento dado, Juan comenzó a boxear profesionalmente. "Entrenaba en la Ferroviaria, en Antón Martín. Yo era peso mosca. Te pagaban 500 pesetas por un combate de boxeo, que era una auténtica mierda. Toda la gente que rodeaba el boxeo era mala gente, unos aprovechados".

Según Juan: "Lavapiés era un barrio de hijos de puta, porque era la única forma de salir adelante. En casa no había ducha, y era necesario bajar hasta la casa de baños de Embajadores para poder ducharse, que sigue abierta. Ahí iba toda la gente pobre que no tenía ducha en casa. Los macarras más famosos de mi época eran los Antoñitos".

Continúa: "Eran unos tíos que se dedicaban a dar hostias en los bailes. Ellos serían del 49 o el 50. Llevaban pantalones de campana y el pelo largo. Los llamaban así porque muchos de ellos se llamaban Antonio. Paraban en La Corrala de la calle Tribulete. Cerca estaba el Molino Rojo, un cabaret que estuvo abierto hasta principios de los años 80".

Juan, de fiesta en en un bar flamenco en Lavapiés.
Juan, de fiesta en en un bar flamenco en Lavapiés.EM

Sigue con su relato: "Era un cabaret de putas. Yo con 16 años me colaba por ahí. Era el típico bar grande donde se podía bailar. En la entrada había un molino. Era una sala de fiestas pequeñita donde iban las putas para sacarte las copas. Y había casas cerca con habitaciones para irte luego con ellas. El portero era Alfonsín, que era un hijo de puta. Un tío del barrio, pero muy malo. También había un sereno que se pasaba todas las noches por el Molino Rojo para tomarse una copa. Cuando era invierno siempre andaba metido ahí. Se llamaba Luis. El sereno era el chivato de la policía. Comunicaba a la policía quién era cada cual. Mi hermano estaba metido en política y el sereno fue quien le denunció".

Robos y cárcel

"Los Antoñitos", continúa Juan, "paraban en la plaza que había debajo de La Corrala. En la plaza montaban espectáculos. Por ejemplo, ahí actuó Manolita Chen. También ponían caballitos y cosas para los niños. Ahí era donde los Antoñitos planeaban sus robos, puesto que eran ladrones. Y robaban en el propio barrio, a sus propios vecinos. Al final, cada uno de ellos se fue por su lado. Algunos se casaron, otros acabaron en la cárcel. Un amigo mío, Luis Gumiel Pérez, perteneció a los Antoñitos y, cuando se separó de ellos, acabó trabajando en la UGT. Era una gran persona".

Juan, entrenando en un parque de Lavapiés.
Juan, entrenando en un parque de Lavapiés.

En esos años la identidad de barrio era fundamental. "Si los Antoñitos veían que eras extranjero, que no eras del barrio, te sacudían pero bien... También venía gente de otros barrios a pegarse con ellos. Gente como los Ojos Negros, de Legazpi. Yo nunca tuve problemas con ellos porque ya sabían que yo no me andaba con hostias. En el barrio la violencia era total. Si montábamos una bronca en un bar, destrozábamos todo el bar. No nos andábamos con chiquitas. Una vez en la Plaza de Lavapiés uno de los Antoñitos me atacó y le di en la cara con una botella de Casera. A partir de ahí, no volvieron a molestarme".

Pregunto a Juan si alguna vez tuvo problemas con los grises: "A nosotros, cuando nos pillaba la policía nos llevaba a la calle Escuadra. Ahí llamaban a tu padre, porque normalmente éramos menores de edad. En cambio, si eras mayor de edad, ibas a la DGS, en Sol. Ahí sí que te daban hostias sin parar".

Los prostíbulos y las casas de juego no escaseaban en Lavapiés durante esos años. "Había dos casas en la calle Tribulete a las que íbamos a jugar. Yo siempre fui jugador de ventaja, porque juego muy bien y hago muchas trampas. Lo que hacía era marcar las cartas con la uña para saber qué cartas tienes. Eran pisos donde jugábamos toda la noche, casas particulares. Ahí la gente bebía, pero también se fumaban porros, que no estaban ni prohibidos. Luego bajábamos a la calle Peñuelas. Ahí había dos clubes de prostitución. Íbamos mucho. Ya, cuando salíamos del barrio, íbamos a los Bajos de Argüelles, sobre todo a darnos de hostias".

Iñaki Domínguez

Es autor de Macarras interseculares, editado por Melusina, [puedes comprar el libro aquí], Macarrismo, editado por Akal, [puedes comprar el libro aquí], Macarras ibéricos, editado por Akal, [puedes comprar el libro aquí], la La verdadera historia de la Panda del Moco. [puedes comprar el libro aquí] y San Vicente Ferrer 34 [puedes comprar el libro aquí], Bufones: Humor, censura e ideología en los tiempos de internet [puedes comprar el libro aquí].