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Hace un año vi un ¡Hola! que anunciaba el enamoramiento de Carlota Casiraghi con un escritor francés llamado Nicolas Mathieu. ¡Nicolas Mathieu! Yo había leído con entusiasmo a Mathieu y había tratado con él por trabajo, perdonen que me envanezca. En fin: no creo que Mathieu me reconozca ni que vaya a decirme un día «oye, llama y cenamos con Charlotte si vienes a París», pero un día charlamos 40 minutos y otra vez intercambiamos correos por un reportaje que no salió. Es un maravilloso novelista, que conste.
Ahora tenemos un libro nuevo de Mathieu, El cielo abierto (ADN), que no es una novela sino el dietario de un enamorado. Qué pena: Carlota no es la mujer de El cielo abierto. La (ex) amante retratada es una mujer anónima, fumadora, madre de dos hijos, empleada en alguna consultora cara y casada. Durante cinco años, juntos siguieron una rutina agotadora de encuentros breves y hoteles Accor. No gastaré energía en juzgar el adulterio, pero estoy seguro de que ni el más ligero de nosotros querría una relación así.
En las notas de El cielo abierto no hay escenas específicamente sexuales, pero es obvio que la permanente inminencia del desastre hizo que los amantes se entregaran con desesperación cada vez. Y hay otra forma de carnalidad en el libro: en muchas páginas, Mathieu se detiene en detalles como un pie desnudo del que pende una chancla, en imágenes que le conmueven pero que le recuerdan que su amor está maldito, que nunca será un proyecto vital, que los maantes nunca llevarán a los niños a ballet ni a tenis... Esas cosas que tanta gente vive como una losa. La broma pesada que nos hace la vida no es «ganarás el pan con el sudor de la frente». La broma de la vida es «desearás lo que no tienes».
Hay algo interesante en El cielo abierto: la incomodidad de su tema. Representar el enamoramiento en 2025 es un camino espinoso que tiene dos direcciones marcadas. Por un lado tenemos los cuentos moralizantes, ese marco antipático que llamaría a la historia de Mathieu «amor tóxico» y que se ha filtrado en la novela romántica. La segunda opción nos asaltará si dedicamos 20 minutos de coche a una radiofórmula. La música pop actual está llena de cortejantes que se retan y se disputan los papeles de depredador y presa. Qué sé yo. En otras épocas tuvimos a los enamorados pasivo-agresivos de las canciones de Radiohead, nada de lo que presumir. Pero me enfada esta sensación de que no hay nada entre el moralismo y el cinismo. En medio, si acaso, están Nicolas y Carlota.