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Cosas que me hubiera gustado saber a los 30 años y que me ayudan a estar más en forma que nunca a los 50

Lejos de ser un obstáculo, la edad nos brinda la herramienta perfecta para alcanzar nuestra mejor versión: el autoconocimiento.

Cosas que me hubiera gustado saber a los 30 años y que me ayudan a estar más en forma que nunca a los 50
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Dicen que los 50 son los nuevos 30. Pero, al igual que el naranja no tiene nada que ver con el negro por mucho que nos lo intenten meter en la cabeza, los 50 son los 50. Punto. Y, ante las señales que nos envía el cuerpo de que la cosa está cambiando de forma irremediable, la mente es tan sumamente poderosa que, a no ser que andemos algo 'despistados', tiende a compensar, 'pagándonos' en sabiduría lo que el tiempo nos 'birla' en lozanía.

Por eso, aunque los 50 no son los 30 (ni falta que hace), sentirse (e, incluso, verse) físicamente mejor que en la treintena no es algo tan loco como podría parecer si estamos un poco atentos a los mensajes que nos manda nuestro cuerpo serrano. Sin drama, ni presión externa. Simplemente, observando qué nos hace sentir bien y descartando lo que nos está perjudicando y que, muchas veces, seguimos haciendo por pura inercia.

Porque para estar bien no hace falta martirizarse con la dieta milagro que le ha hecho adelgazar 20 kilos en dos meses a Adele o machacarse con el entrenamiento con el que Chris Hemsworth esculpe sus bíceps de súper héroe, sino poner en práctica un ejercicio de autoconocimiento que nos permita dilucidar qué hábitos nos benefician. Estos son los míos...

1. Hacer deporte para arrancar el día. Es un hábito de limpieza física y mental al que no puedo renunciar. Es como lavarme los dientes o ducharme. Si me lo salto, no me aguanto ni yo.

2. Entrenar en ayunas. Me costó habituarme. Fui muy poco a poco hasta que, un buen día, mi cuerpo empezó a responder como esperaba y ahora no soy capaz de entrenar con el estómago lleno. Un café negro y un par de vasos de agua son más que suficientes.

3. Dejar pasar 12 horas entre la cena y el desayuno. Se supone que esta es la modalidad más llevadera de ayuno intermitente. Para mí, simplemente, es una forma de ordenar las comidas que me sienta bien: cenar temprano (si es posible, antes de las 21 horas) y desayunar después de entrenar (sobre las 8:30).

4. Cambiar los hidratos de carbono del desayuno por proteínas y 'grasas buenas'. Esto me lo recomendó mi amigo Javier Fernández Ligero, uno de mis nutricionistas de cabecera, y me ha cambiado la vida. ¿Por qué? Porque de esta manera mantengo los niveles de glucosa estables, no me dan bajones de energía, me siento saciada durante más tiempo y no me paso la mañana picando.

5. Moverme todo lo que puedo y más en mi vida cotidiana. Una hora de gimnasio tres a la semana no basta si luego nos pasamos el resto de la jornada con el trasero pegado a la silla. Caminar, subir escaleras... Todas estas actividades hacen que se active nuestro NEAT (Not Exercise Activity Thermogenesis), que es el gasto calórico que produce nuestro cuerpo llevando a cabo todas las actividades -físicas- diarias que no tenemos programadas, es decir, las que no entran dentro del ejercicio físico puro y duro.

6. Dejar de matarme a hacer aeróbico. Sí, yo también fui la que, desde los 30 hasta los 40 y muchos, me obsesioné con hacer aeróbico. Hasta que, además de mis articulaciones, el doctor José María Ricart, dermatólogo y fundador de IMR, me habló de la denominada 'cara de runner', que es resultado de un cóctel de desgaste físico y machaque solar que destruye el colágeno y la elastina, acelerando el envejecimiento de la piel.

7. Reducir al máximo el 'running'. Amo correr. Adoro la sensación de bienestar que me produce; esa explosión de endorfinas que no logro experimentar con ninguna otra actividad deportiva. Pero me machacado la rodilla. Y la cadera. El impacto, me temo, ya no es para mí.

8. Decir adiós a la épica. El 'imposible is nothing' mola y resulta tremendamente motivador siempre que el machaque muscular y articular del presente no nos condene, en un futuro cada vez más cercano, a convertir algo tan sencillo como bajar unas escaleras en una hazaña.

9. Hacer fuerza. Además de transformar el físico por fuera, es un 'seguro' de vida por dentro. Y es absolutamente maravilloso sentir como el cuerpo responde en la vida cotidiana que, al final, es de lo que se trata.

10. Trabajar la movilidad y la flexibilidad. Dos esenciales, junto a la fuerza, para poder desempeñar con soltura nuestras actividades cotidianas y no despertarnos, cada mañana, agarrotados como robots de carne y hueso.

11. No fijarme en modelos inalcanzables. No voy a tener jamás los glúteos de las Gemelas Pin (a las que amo), ni sus maravillosos hombros de nadadoras por hacer su tabla de ejercicios. Mi objetivo: estar más sana, más fuerte y más eficaz en mis movimientos.

12. Tomar la proteína suficiente. Este sí que es un reto. Sobre todo, si, como en mi caso, no se es demasiado amante de la proteína animal. Aquí no queda otra que tirar de suplementación.

13. Dormir. Algo absolutamente irrenunciable. Sin ocho horas, como mínimo de sueño, además de ponerme de un mal humor espantoso, se me descoloca todo, hasta el apetito. Los días que duermo poco me paso el día comiendo 'porquerías'.

14. Acostarme pronto. Seguir los mandados internos de nuestro reloj biológico es lo más natural. Acostarse pronto y madrugar, aunque socialmente puede que no esté bien visto, sienta maravillosamente bien.

15. No beber alcohol. Al eliminar el alcohol de mi vida (solo tomo una cerveza de vez en cuando) han desaparecido mis dolores de cabeza, esos, como dicen los americanos, 'love handles' que me habían 'brotado' en los últimos años y, cada mañana, me levanto mucho más despierta y con más energía.

16. Escuchar al cuerpo. Fundamento de la llamada alimentación intuitiva, se trata de estar pendientes de las llamadas de atención de nuestro organismo, de hacerle caso cuando nos pide más verdura, más agua o, también, carne o dulce.

17. Saber compensar. A nadie le amarga un dulce y tomarse una hamburguesa con patatas fritas es un placer para nuestras papilas gustativas. El secreto radica en saber equilibrar la balanza, en movernos y en reservar esos caprichos a momentos puntuales. Pero sin auto prohibiciones que, al final, no hacen más que alimentar nuestro deseo.

¡Feliz año!