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Cuando llegaron aquí todo era maleza, tuberías rotas, paredes comidas por la humedad y escaleras que se venían abajo, relata Mohamed Said, un marroquí de 51 años nacido en Tánger. De aquello hace ya seis meses. Pronto se fueron sumando más y más personas a aquellos pocos primeros pobladores, hasta alcanzar los 60 que son ahora, entre los que se encuentran varias madres solteras. Una de ellas tiene un bebé que no alcanza el año de vida.
«Esto que ves —dice Mohamed, describiendo con su mano derecha un arco de lado a lado— parecía una jungla. Había ratas más grandes que muchos perros», añade. «Ya hemos llenado de escombros y basura una veintena de cubas. Las ramas de los árboles se metían por las ventanas. Nosotros hemos adecentado este lugar, hemos rehabilitado las casas como hemos podido...No es justo que nos quieran echar así como así. Aquí tenemos parte de nuestras vidas».
El malagueño Ángel Fernández asiente mientras escucha a Mohamed. Ángel se erige en portavoz, una especie de alcalde, de esta comuna donde conviven españoles, marroquíes (son mayoría) y unos pocos subsaharianos, asentados en un antiguo camping abandonado a finales de la década de los años 90 del siglo pasado. Todavía hay un letrero que dice Recepción.
LA CITACIÓN JUDICIAL A LA QUE NO FUERON
Cerca de 20 de los 60 okupas son menores de edad. Uno sufre discapacidad severa. El grupo ha ocupado 18 viviendas con vistas al mar de Marbella. Están a 30 metros de la playa. Tienen acceso directo al agua cruzando un paseo de madera por el que circulan caminantes y deportistas. Algunos inquilinos, como Mohamed, un vecino del propio Ángel, tienen hamacas en la terraza de su vivienda. También una barbacoa. «Alguno dirá que esto es un lujo. Pero nada de eso. El lujo es el entorno, no este lugar. Somos ricos pobres, siempre lo digo, pero a cualquiera que lo malinterprete le cambiaba yo su realidad por la nuestra. ¡A ver qué pensaba entonces!».
Este es un lugar único en la costa marbellí sobre el que puso el ojo la cadena hotelera Four Seasons. Sobre estos terrenos se construirá un hotel de lujo, que será el más caro de Andalucía. La parcela donde se ejecutará el proyecto es propiedad del empresario malagueño Ricardo Arranz, dueño de otro hotel cercano de renombre, el Villa Padierna.
Arranz se ha aliado para este desarrollo urbanístico con la firma norteamericana Fort Partners y la inmobiliaria de capital belga Inmobel. Four Seasons participará en la gestión del hotel y dará su nombre al conjunto del desarrollo, que incluye, además de un cinco estrellas gran lujo con 130 habitaciones, 180 residencias privadas y 50 villas premium. El complejo incluirá también una zona de cabañas en la zona de la playa, que será la primera en construirse.
La inversión estimada ronda los 650 millones de euros. Se prevé crear hasta 4.000 empleos durante la ejecución de las obras y generar alrededor de 750 trabajos fijos una vez se abra al público todo el complejo. Pero ahora los promotores se han encontrado con el problema de unos okupas que, por el momento, se niegan a marchar. Los promotores han tenido que recurrir a la justicia para tratar de echarlos. El lunes 24 de junio estaban citados en el juzgado. Pero ninguno de los ocupantes de este lugar se presentó en sede judicial.
Crónica se paseó este miércoles por esos terrenos ocupados. «La Policía vino aquí para explicarnos que nos teníamos que presentar en el juzgado. Pero fue una citación verbal», explica el alcalde de los okupas. «Nosotros necesitamos un papel por delante. ¿Para qué se nos convocaba? ¿En base a qué se nos reclama? Tendré derecho a saber por qué quiere un juez que nos personemos en el juzgado, ¿no? Mientras no llegue un papel firmado, no nos presentamos».
Ángel explica que «ninguno» de los inquilinos ilegales de estos terrenos son delincuentes, a pesar de que la madrugada del domingo pasado se detuviera aquí a dos marroquíes a los que se les acusó de apuñalar a un taxista que intentó evitar que le robaran el móvil y que se fueran sin pagar. El hombre necesitó que le pusieran 30 puntos en la mano con la que se protegió de las puñaladas.
«El que hizo eso no vive aquí. Quien tiene casa aquí es el otro, pero ése no hizo ni dijo nada. El hombre que venía con él se escondió en su casa, nada más», defiende el portavoz de los okupas. Ángel Fernández asegura que se les está «criminalizando en las redes sociales» y en algunas noticias de otros medios que «ni siquiera se han dignado a acercarse aquí a conocer la realidad y a hablar de manera amistosa».
Chatarreros, empleados de hotel, conductores de VTC, trabajadores de la la limpieza, albañiles... Por la mañana, este camping convertido en un fuerte de okupas está medio vacío. Pasadas las tres de la tarde, sus moradores comienzan a llegar. Vienen, dicen, de intentar ganarse la vida.
«NOS SUBÍA EL PRECIO DEL ALQUILER O NOS TENÍAMOS QUE IR»
La marroquí Hakima Lkourt, de Kenitra, una ciudad costera al norte de Rabat, permite acceder a la vivienda en la que se ha metido. La mujer sostiene en brazos a su hija, de cuatro años. Su marido no ha vuelto aún del trabajo. Lleva una semana trabajando como conductor de Uber. Ella enlaza empleos como cocinera, como limpiadora... Pero el sueldo no les da, asegura.
«Mi marido y yo estábamos de alquiler en Fuengirola hasta hace cuatro meses. La dueña nos dijo que nos subía el precio del alquiler o nos teníamos que ir. Nosotros no podíamos pagar más y nos vimos en la calle. Siempre hemos sido trabajadores», cuenta la mujer, cuya vivienda es una estancia abierta, sin habitaciones, sin muebles, sin armarios. Duermen sobre dos gruesos colchones.
«Yo me voy de aquí mañana mismo si el Ayuntamiento de Marbella o cualquier otro me pone un piso de alquiler social. Yo quiero pagar, pero quiero hacerlo por algo acorde a mis ingresos», cuenta Hakima, que tiene la documentación española en regla. La mujer niega que exista violencia o se trafique con drogas dentro de este antiguo camping. «Somos una familia. Entre todos nos ayudamos. Hay chicos jóvenes que se ganan la vida como pueden, pero aquí no hay mala gente. Si la hubiera, ¿crees que quienes tenemos hijos pequeños estaríamos aquí? Ya te digo yo que no».
Naima es tía de Hakima. Naima vive en otra casa okupa de este terreno donde en algún momento llegarán el lujo, las botellas heladas de champán, los turistas adinerados de medio mundo. La mujer se ha instalado en otra de las viviendas que tenía el camping. Ella y su marido, Nour Eddine, de Tetuán, tienen un niño enfermo con un grado 59 de discapacidad. Cuando uno encuentra empleo, el otro no puede trabajar para cuidar del crío, y viceversa. Ahora mismo es Naima la que trabaja en un restaurante de Marbella durante nueve horas al día.
«Aquí no estamos por gusto. La vida es muy dura, ¿sabes?», se queja Naima mientras conversa con el periodista sentada a una mesa junto a su esposo y su hijo. «La gente cree que todo es oro en Marbella, pero no. Yo cobro 1.200 euros. Por mi hijo, que nació en Ceuta, nos dan 300 euros de ayuda. Si los alquileres aquí y en pueblos cercanos [como Estepona o Fuengirola] superan los 1.000 euros, ¿cómo comemos luego, pagamos la luz, el agua...? Yo puedo dormir en la calle o dentro de un coche. Pero mi niño no. Por eso estamos aquí. Hasta que nos dure».
Por las tardes, la mayoría de los inquilinos de esta Torre de Babel marbellí se encargan de adecentar sus viviendas. Unos a otros se echan una mano. Arreglan tuberías porosas, limpian suelos, instalan cristales, retiran maleza. El día que este reportero les visita están esperando a un camión para que se lleve una cuba llena de basura. Les cuesta 210 euros cada una. Tienen una bolsa común que la van engrosando a 10 euros por cabeza. De ahí costean ese tipo de gastos, según explica Ángel, el alcalde, quien vive junto a su pareja, Lamia, marroquí, y su hijo de ocho años.
Ángel dice que hasta diciembre del año pasado trabajaba conduciendo un coche de Google Maps. Fue uno de los primeros moradores de este lugar destinado al lujo. Llegó poco después de quedarse en paro. A su vivienda se accede por un antigua escalinata de cemento y losa que hoy sólo tiene tablones de madera sujetos con clavos. Él se considera uno de los privilegiados aquí. Tiene cocina, ducha, lavavajillas...
«Cogemos el agua de un pozo que tenía el propio camping. El motor todavía funcionaba cuando dimos con él. Lo que sí tenemos enganchada es la luz, no te voy a engañar», admite. «Pero esto que ves era una selva. Claro que pensamos que tendría un dueño, por supuesto, pero estaba totalmente abandonado. Y amigo, si la necesidad aprieta, uno se cobija donde puede. Lo único que pedimos para irnos es que se nos facilite un lugar que podamos pagar. Es muy sencillo criminalizarnos desde fuera, decir que somos unos getas por vivir en Marbella a pie de playa sin pagar un duro. Pero eso sólo se disfruta cuando la cabeza está tranquila. Aquí a nadie le pasa».
Son casi las cinco de la tarde. Este lugar con aspecto de favela puede tener los días contados si el juez atiende la petición de sus propietarios y ordena el desalojo forzoso de sus pobladores. Mientras tanto, sus inquilinos tratan de abstraerse de las miradas de quienes caminan o corren por una pasarela de madera que va paralela al mar y a la que hay acceso desde aquí a través de una puerta de hierro. Una de ellas es la murciana Esther, de 30 años. Trabaja por horas en un hotel como limpiadora, tres días a la semana. Su marido tiene un empleo en la obra. «No somos okupas de lujo. Somos okupas por necesidad. Si nadie nos cree, que se pase por aquí unas horas y verá».