En el cuerpo de Ali Hasan (32 años) aún hay rastros de la guerra civil en Siria. "Tengo fragmentos de bala en el esternón y en la cadera", cuenta. No puede mover su mano derecha con normalidad por fracturas que sufrió en su hombro. En la parte baja de su espalda, del lado izquierdo, tiene otra herida que le causa dolor en esa pierna. También fue herido en el intestino. Pero, desde hace una semana, la esperanza se convirtió en la anestesia que mitiga cualquier dolor.
La caída del régimen de Bashar Asad el pasado 8 de diciembre es la razón. "Hemos recibido la noticia con mucha alegría", expresa Ali. En esta semana, cientos de refugiados, sobre todo de Turquía y el Líbano, han vuelto a Siria convencidos de que ya nada puede ir a peor. En esa línea, países europeos como Alemania, Italia o Bélgica han suspendido las solicitudes de asilo de estos ciudadanos, obligándolos a volver a su país.
El Ministerio del Interior español, por el contrario, no ha comunicado ningún cambio al respecto. Ali y su esposa Rahaf Khalid, junto a sus cuatro hijos, están como refugiados en España desde el 11 de marzo de 2024. Reciben a Crónica en su hogar temporal, en el centro de acogida de la ONG Accem ubicado en Villafranca de los Caballeros (Toledo). En el lugar, un antiguo convenio, conviven a su vez ucranianos, africanos y latinoamericanos.
Al llegar, Rahaf (26 años) está en su clase de español. Ese día la profesora Belén Domínguez enseña cómo dar la hora. Con un reloj de agujas dibujado en la pizarra acrílica, ella borra las flechas que marcan las horas y los minutos y las redibuja para preguntar a los estudiantes qué hora es. Rahaf es la alumna aventajada. En el reloj, la aguja pequeña apunta al cinco y la grande al tres. Un compañero dice que son las 5:40 y Rahaf lo corrige con delicadeza: "No, son las cinco y cuarto".
Ella y su esposo se turnan para aprender el idioma. Mientras uno estudia, la otra cuida de Mohamed, su hijo más pequeño, de un año. Sus otros tres hijos, Haidar (6), Jaafar (8) y Reen (9, la única niña), ya están escolarizados y hablan tan bien el español que son los traductores oficiales de sus padres. Rahaf y Ali, que carecen de esa facultad de la infancia para absorber información rápidamente, comprenden el español, pero les cuesta un poco más hablarlo. Para conversar con este suplemento, prefieren expresarse en su idioma natal. Así que, desde el teléfono, Wesal Abdul, también siria, hace de intérprete.
En Siria, antes de la guerra, Ali trabajaba como taxista y también tenía una panadería. "Vivía una situación más o menos buena". Rahaf, por su parte, estudiaba cuarto de la ESO. Y entonces comenzaron las protestas en contra del dictador. A Ali lo detuvieron dos meses, tiempo en el que vivió distintas atrocidades.
"Me apretaron contra una puerta que tenía barras de hierro en la parte superior. Me pidieron que metiera las manos a través de los barrotes. Me dejaron de pie tres días y golpearon mis manos", relata. Tras rogar múltiples veces que lo soltaran, le dijeron "sí, saca tus manos de las barras". Pero tenía las manos tan hinchadas que ya no podía "ni moverlas del dolor". Así que siguió de pie más días hasta que las manos se le deshincharon y por fin pudo sacarlas. Otra de las torturas consistía en ponerlo en "una habitación muy pequeña, de metro y medio por metro y medio, de pie durante 15 días junto a otras ocho o 10 personas, sin siquiera poder dormir".
"TODAS LAS CÁRCELES SON SEDNAYA"
Ali no estuvo recluido en Sednaya, la cárcel del terror asadista, pero aclara que "todas las cárceles que hay en Siria son Sednaya, todas igual de horribles y controladas por monstruos". Al salir de la cárcel, ya en plena guerra, Ali fue herido en múltiples ocasiones. "Por eso no podía seguir viviendo allí y salí de Siria", resume. Huyó con su madre hacia el Líbano. Tenía 22 años.
Poco antes, Rahaf había escapado también al Líbano con su familia. Ella se fue porque pararon los colegios. Pero especialmente por el miedo a ser violada o que una bomba acabara con su vida. Ella tenía entonces 15 años.
Ambos se conocieron -y enamoraron- en un campo de refugiados en el Líbano. A los pocos meses, se casaron. "Fue una boda secreta porque a mi tío lo acababan de meter en prisión en Siria", recuerda Rahaf. "Fue muy difícil vivir allí porque nuestra vida en Siria era muy diferente, pero después de tres años nos acostumbramos", continúa ella. En su espacio en el campo hicieron una cocina y una habitación "para que fuera mejor". Cinco años después, lograron alquilar un piso.
En el Líbano tuvieron a sus cuatro hijos y, precisamente por ellos, decidieron emigrar a España. "Allá los niños no pueden estudiar en un colegio público, tiene que ser en uno privado y cuesta mucho dinero. Y si queremos volver a Siria, no les vale el título. Allá no tienen futuro", argumenta Rahaf. Además, Ali relata que en el Líbano vivieron mucho racismo. "Aquí al principio fue difícil porque no tenemos a nadie, es una cultura y un idioma diferentes, pero ahora estamos mejor".
"Cuando llegaron transmitían incertidumbre, miedos e inseguridades", relata Carmen Aroco, responsable del centro de acogida de Accem en Villafranca de los Caballeros. "Esos miedos e incertidumbre los siguen teniendo porque ellos todavía tienen a familiares en el país de origen y ha habido momentos críticos en los que les ha llegado noticias de, por ejemplo, un bombardeo, y no localizaban a sus familiares. Esos días tuvieron atención psicológica directa en la crisis", agrega Agustina España, responsable de Accem Toledo. Sin embargo, Carmen destaca que están "más tranquilos" y que "se ha notado un cambio en ellos en estos nueve meses".
El programa de Accem en el que están dura máximo 18 meses. Carmen explica que ahora están en la fase de acogida, en la que "se trabaja con ellos la intervención social", es decir, "las habilidades y las rutinas de la vida diaria". A su vez, se les brinda apoyo para realizar trámites administrativos y acompañamiento médico.
Dentro de la intervención, señala Agustina, cuentan con talleres de contextualización para entender, por ejemplo, los sistemas educativo y sanitario. "En cualquier tipo de actividad, la unidad familiar está involucrada y participando desde el primer momento".
En Accem España, entre 2011 y noviembre de 2024 han atendido a 12.954 refugiados sirios, siendo 2015 el año que más personas atendieron, un total de 4.060. En el caso de esta familia, "el objetivo es la integración en el país de acogida y la inserción laboral en un futuro. Los estamos preparando para que sean autónomos e independientes y que, fuera de los recursos de acogida, hablen perfectamente el idioma y puedan buscar un trabajo", según especifica Carmen.
De vuelta a la familia protagonista, cuentan lo que consideran que es lo más atroz que hizo el régimen asadista: "Hemos visto chicas pequeñas de 15, 16 o 17 años a las que encarcelaron y, ahora que han abierto las cárceles, tienen 30, 31, 32 años, y también tienen dos tres o cuatro hijos. No saben ni quién es el padre por todas las veces que las violaron".
Rahaf y Ali echan de menos su país, pero admiten que no quisieran volver, especialmente ahora que sus hijos se han integrado. "Lo que más nos gusta es ver a nuestros hijos felices y estudiando. Aquí donde vivimos hay gente muy amable y buena", expresan. Eso sí: sueñan con visitar a sus familiares en Siria e ir de vacaciones. "Lo primero que haría al volver sería besar la tierra", manifiesta Ali, quien también espera ver a su padre de 95 años con vida.
Judith García, responsable del eje jurídico de Accem, considera que es precipitado hablar de un retorno generalizado a Siria. "La inestabilidad en la región nos lleva a mirar al futuro con prudencia. Los próximos meses serán clave para valorar si el nuevo gobierno toma forma pacíficamente y si los diferentes actores implicados son capaces de entenderse".
Por ello, Judith señala que "paralizar el estudio de solicitudes de asilo o realizar programas de repatriación y deportación a Siria implican exponer a riesgos de persecución o violencia generalizada... Las decisiones deberían ser individualizadas, y en cualquier caso suspenderse las devoluciones a Siria hasta que no se pueda determinar que el país es seguro para el retorno".
Aunque hay incertidumbre, la pareja siria con nueva vida toledana mantiene el optimismo por su país y por su gente que aún habita la tierra que los vio crecer. "Somos un gran pueblo con un buen corazón... Sentimos más esperanza que miedo", concluyen.