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Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977) es guionista, director y padre. También es más cosas, pero, confesión propia, lo que más tiempo le ocupa es básicamente sacar el tiempo suficiente de su condición de guionista, de director y hasta de padre para ocuparse de su hijo. Su nueva película, Los aitas, es, si se quiere, un homenaje a sí mismo y a los suyos. Es eso y, a su modo, un nuevo asalto al último de los tabúes. Tras ocuparse de ETA y la monarquía, ahora es el turno para la paternidad entendida, no tanto como deporte olímpico, que un poco también, sino como enfermedad sobrevenida, como accidente que no vimos venir. Es comedia, sí, pero bien podría ser la mayor y más sangrienta de las tragedias.
- Empecemos por lo básico. ¿Qué diferencia a un padre de un aita? De otro modo, ¿la lengua determina el concepto? Al fin y al cabo, una mamma italiana es algo más que una simple madre.
- No hay mucha diferencia, la verdad. Lo más determinante y peculiar es el hecho de ser padre en la margen izquierda del Nervión, que es un lugar donde llegó mucha emigración y, en general, no se habla mucho euskera. La forma que adoptaron lo de allí para integrarse en la sociedad fue diciendo Egun on y haciéndose llamar aita en vez de padre. También lo que hicieron fue afiliarse al PNV. Era muy frecuente ver a gente procedente de Extremadura con el carnet del PNV. Estamos hablando de cuando se iba a los altos hornos de Bilbao a conseguir trabajo.
- ¿Por qué ambientar la historia en los años 80? Al fin y al cabo, muchos de los comportamientos digamos paternales en la cinta son perfectamente reconocibles ahora mismo.
- Cuando me propusieron la idea, hubo un momento en el que se me asaltaron de repente todas las películas de padres que hacen cosas que, en la realidad, no quieren hacer. Como, por ejemplo, cuidar de sus hijas. Es un género de perfecta actualidad. Y, claro, para hacer algo diferente tenía que llevarme la historia a mi terreno. Lo primero fue que sucediera en Euskadi. Luego pensé que me venía bien contar mi experiencia como padre. Pero luego pensé que era mucho más interesante si contaba la historia no mía sino de mi padre. Juan Diego Botto, de hecho, hace de mi padre. Todo eso de no saber francés y creer que sí, la ropa comprada en Londres... Todo eso es mi padre. Como también es que mi padre fue colocado como jefe porque mi abuelo tenía una fábrica. Él no estudió, simplemente le dieron el puesto.
- Y luego está esa idea tan del pasado de que el puesto de trabajo era uno y para toda la vida...
- Sí, él estaba convencido de que el empleo era para siempre. Y llegó la reconversión industrial y se quedó fuera. Y hay más cosas, como eso de que el padre salía de casa antes de que los hijos se levantaran y volvía con ellos ya acostados, bien porque hacían horas extras en la fábrica o en el bar. Era eso de ser padres de domingo... También se daba mucho lo de no saber ni el curso ni los nombres de los profesores ni, por supuesto, de los compañeros de clase del hijo.
"Del mismo modo que se puso de moda el movimiento de malas madres, no pasa nada por admitir que eres un mal padre
- Entiendo que el padre Borja Cobeaga no es de ésos.
- No, entre otras cosas, porque mi hijo Pablo me hace pasar revista a sus profesores y compañeros de clase. Pero no quiero juzgar. En verdad, hemos pasado del padre ausente al padre helicóptero que está siempre preocupadísimo por todo. Siempre tenso. Y tampoco debería ser así. Vamos, que sí hemos mejorado, pero en ciertas cosas hemos ido a peor como en esa sobreprotección absurda.
- Es decir, la película no es un ajuste de cuentas...
- Para nada. Más bien al contrario. El adolescente que yo era y que vio como su padre se quedó en el paro lo vivió con un cierto reproche. Y ahora lo que más bien he buscado es un ejercicio de comprensión hacia ese hombre que un buen día se quedó sin saber cómo reaccionar. Además, no sería justo. Es como esos programas de humor que ponen chistes de hace 40 años y los juzgan con un aire de superioridad moral algo repugnante. Mi hijo, que tiene ocho años, no para de decirme: "Papá, creo que eres demasiado protector" y me deja de piedra.
- ¿Se lleva bien con su hijo o no cree que un padre esté para ser amigo de su hijo?
- Mi hijo es un poco dictador. Me dice cosas como: "Esta película te ha quedado bien. No como la anterior". O me explica que mi mejor película es Ocho apellidos catalanes. Y si le digo que es mi peor película, él me contesta que le gustan las películas malas. Es así de mal tipo. Yo a mi padre no le tenía tomada la medida y mi hijo a mí sí. Me tiene tomada la medida. De hecho, tengo un viejo proyecto basado en mi hijo. Va de un padre que se da cuenta que su hijo es la reencarnación de Hitler. Se llamaría Mi luchita. Los críos son pequeños dictadores.
"La sociedad es más madura de lo que pensamos y, desde luego, mucho más madura que la clase política"
- ¿Cuándo acabaremos con ese insistente y muy cargante recurso a los 80?
- No, no he querido caer en esa falsa nostalgia. No es eso del imperio de cine y todo eso. Y tampoco me gusta el discurso de que antes se tenía trabajo fijo y la gente pagaba su hipoteca. Sí, pero también se pateaba homosexuales en la calle.
- ¿Es hora de acabar por fin con los 80?
- Desde luego, lejos de mi intención reproducir ese sentimiento de Stranger Things y de cómo molaba todo. En realidad, si hablo de los 80 es porque quería reproducir mi sensación de esa época, que fundamentalmente tiene que ver con un viaje que hice con 14 años en autobús a la Expo desde San Sebastián a Sevilla. No dabas con la postura para dormir, te morías de sed, los bocadillos de mortadela eran de pan gomoso... Recuerdo que llevábamos una tele portátil pequeña porque había un programa en Telecinco que era erótico. Una cosa terrible... Todo era desolador.
- La película también cuestiona ese escenario idílico de la Transición...
- Sí, se nos vendió el gran pacto que solucionó todo y, en verdad, las cosas se solucionaron regular. Y hasta la Movida está completamente mitificada.
"Hemos pasado del padre ausente al padre helicóptero que está siempre preocupadísimo por todo"
- ¿Diría que su película es una contestación a la nueva ola del cine español de investigación y reflexión sobre la maternidad?
- Más que contestación es imitación. Yo veo en el cine y la literatura cómo las madres reniegan del papel ideal que la sociedad les ha asignado. En cambio, los padres se han convertido (nos hemos convertido) en unos seres de luz para los que la paternidad es lo más importante. Pues bien, yo que soy padre entiendo perfectamente a los que no quieren tener hijos. Cuando eres padre tocas el cielo y el infierno constantemente. Me marcó mucho lo que viví en la pandemia. Durante el confinamiento, mi mujer trabajaba de sol a sol, de ocho de la mañana a diez de la noche, y yo me quedé con mi hijo intentando que no viera la tele todo el rato. Tenía tres años entonces y fue durísimo.
- Pregunta estúpida, ¿qué ha aprendido de sí y de su paternidad haciendo esta película?
- Bueno, me sentí un poco como un estafador. Precisamente por culpa de la película me perdí el recital de piano de mi hijo. La película da una lección que fui incapaz de seguir. Creo que es importante hablar de la paternidad con soltura. Del mismo modo que se puso de moda no hace tanto el movimiento de malas madres, no pasa nada por admitir que eres un mal padre.
- De alguna manera, es otra vez el humor vasco. ¿Diría que ha cumplido un ciclo desde Vaya semanita a Fe de etarras pasado por Ocho apellidos y Negociador?
- Es como si hubiera acabado el ciclo ETA y empezara el ciclo padre. No sabría decir. Pero sí es verdad que con los años me he dado cuenta de que lo que más me apetece hacer es poner en pantalla cosas que veo en la calle. Te das cuenta de que romper tabúes funciona. Y eso ya pasó en Vaya Semanita y ha vuelto a pasar con los chistes de la monarquía en Su Majestad con esta cosa del nacionalismo madrileño. De hecho, la protagonista es muy Ayuso.
"Cada vez noto más que se crea desde el miedo"
- ¿Es la comedia la forma más inteligente de relajar la tensión que como sociedad vivimos? Y la más clásica de las preguntas: ¿se puede hacer comedia de todo?
- La sociedad es bastante más madura de lo que pensamos. Desde luego, mucho más madura que la clase política. Cuando hicimos 8 apellidos vascos había cierto miedo de los productores. Cada vez noto más que se crea desde el miedo. Los remakes que se hacen son un ejemplo evidente. Y eso nos ha pasado siempre. "Pero ¿cómo vas a hacer un chiste con esto? Pero ¿cómo te vas a reír de ETA?", nos decían. Y luego no pasó nada. Se juega a la sátira y la gente lo entiende. Es más, ahora nos pasa que, hagamos lo que hagamos, la primera reacción es: "Me lo esperaba más bestia". La comedia te ayuda a relativizar. Es lo que decía Mel Brooks: "Yo no soy soldado ni soy político, yo soy cómico. Y lo único que puedo hacer contra los nazis es reírme de ellos". Luego están los políticos que intentan hacer chistes y que dan mucha vergüenza, pero eso es otro asunto.