Roca Rey aterrizó y despegó en Valencia con su fuerza atronadora. De rock and roll star a estrella del cine. Esa aura que le precede y llena el escenario para desplegar un poder telúrico. Que estalló en toda su dimensión con un toro estratosférico. O la transcendió. Frenoso fue la categoría absoluta de Victoriano del Río, sin frenos, creciente en su bravura. Esa profundidad torrencial pero rítmica. Cuando pasadas las 19.45 balanceaban por la puerta grande al astro peruano en una procesión mesiánica, entre la marabunta, dejaba atrás la huella de un coloso. Se cumplían 10 temporadas desde que Valencia lo lanzó a la cima. Y ahí sigue.
Desde que apareció Frenoso por toriles encantó su porte exacto de toro caro. RR lo cuajó ya con el capote, bajas las manos, vuelta la palma de la de fuera. La embestida ya abajo, más celosa que suelta. La gente aplaudió el remate. No tanto como el quite por chicuelinas y tafalleras sin rectificar. Y, sobre todo, la resolución accidentada, con Roca en el suelo, perdida la vertical, en el suelo, haciéndose casi un autoquite. Lo picó poco. La faena estalló al uso, brindada a un público que ya estaba en pie. De rodillas y por cambiados. ¡Booom! De pronto la plaza boca abajo, y el toro en la mano. Distancia y ligazón. Un poderío asombroso. Pero también la reunión, la ligazón, la verraquera. Tan profundo el trazo como la embestida. O viceversa.
Todo creció. Nada fue a menos en el círculo de fuego. Tan atalonado el torero en sus plantas que quemaba. El cambio de mano por la espalda anuló los espacios de la física para vaciar el de pecho. Discutí conmigo mismo un matiz de la izquierda de una faena indiscutible. Las series de naturales se redondeaban en sus finales. Por allí quedó un intento de arrucina como un remate sobrehumano, y la huella colosal del número 1. Se arrancó la gente a pedir el indulto. Roca se lo pensó. Abrochó con ayudados por alto. Se perfiló una vez y luego otra, mirando a la presidencia. Que hizo el gesto de "a matar". Y lo mató con un espadazo de apabullante contundencia, algo contrario. Dos orejas de mayúsculo peso. Como la vuelta al ruedo en el arrastre para el toro Frenoso que no tenía frenos.
No pudo Roca Rey elevar con el quinto el triunfo al máximo. Muy hondo el toro, de fuerte embestida. Un golpe de salida dejó al torero cojitranco. Le pesaron al bruto las querencias, las tablas. A RR le desarmó dos veces antes de que le interpretase correctamente los terrenos. Y el sitio. Que era cerca. Y desde ahí le echó raza, aplomo y poder. Se acabó imponiendo. Volteó la faena y la plaza. Lo mató bien, necesitó del verduguillo y saludó una ovación.
Alejandro Chicharro se había convertido en matador de toros en los albores de la tarde con Alabardero, número 140, uno de los dos cinqueños -también el cuarto- del superior envío de Victoriano del Río, importante corrida por fuera y por dentro. Un toro de notables hechuras, armoniosa seriedad, guapeza de cara. La definición del lujo y la calidad definida. Desde que salió con el galope templado para colocarse en los vuelos, ese temple excelente que acentúa un poder medido. Sostiene Rafael de Paula que el temple habita en el toro. Como don de la bravura. Alabardero movió sus 550 kilos con buen tranco, fijeza primorosa y empleo de calidad. Más abundante por el derecho.
El madrileño Chicharro accedía a esta alternativa, un tanto forzada y fuera de lugar en Valencia, que ha de leerse con las claves de la plaza de Madrid. Que dirige la misma empresa. Cumplió desde el explosivo principio de rodillas hasta las bernadinas. Entre una cosa y la otra, elevó siempre las series de largo trazo con rotundos pases de pecho a la hombrera contraria. La finura reducida de la embestida no halló su espejo y se fue gastando hasta un final más apagado. Un pinchazo y descabello, un aviso, una oreja. Convenció la ovación en el arrastre para Alabardero.
Cerró la tarde un toro colorao, bastito pero bueno. El lote para hacer el toreo fue el suyo. No lo hizo pero casi triunfó. Desde que se fue a porta gayola. Sólo la espada se interpuso entre él y la puerta grande con un plaza gritando "¡torero, torero!" como una turba de borrachos. Finalmente paseó el anillo con agridulce sensación.
Alejandro Talavante se topó con un toro no precisamente hermoso, no sé si más feote por su escaso perfil o aún más por su plano frontal. Zancudo y desordenado. También por el modo de mansear de caballo a caballo. Hasta cinco veces. Sin maldad y sin humillar, siguió con la cabeza a su aire. Fácil por cuanto se abría y pasaba. Fácil también lo paseó Talavante. Quería irse. El toro, digo. Completó un lote horrible el cuarto, muy feo también, confirmando lo mal enlotada que estaba la corrida. Un tío de cinco años que no se prestó ni se sabía qué hacía ahí. Los lunares de la más que notable corrida de Victoriano del Río fueron esos.
Ficha
PLAZA DE VALENCIA. Sábado, 15 de marzo de 2025. Cuarta de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Victoriano del Río, dos cinqueños (1º y 4º); bien presentados, serios ; extraordinario el 3º, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre; buenos el 1º y bel 6º; bruto con sus querencias y su fondo el 5º; deslucidos los feos 2º y 4º.
ALEJANDRO TALAVANTE, DE CANELA Y ORO. Pinchazo y estocada (saludos). En el cuarto, media estocada defectuosa y descabello (silencio).
ANDRÉS ROCA REY, DE AZAFATA Y ORO. Estocada contraria (dos orejas). En el quinto, estocada y descabello. Aviso (saludos).
ALEJANDRO CHICHARRO, DE BLANCO Y PLATA. Pinchazo hondo y descabello.Aviso. (Oreja). En sexto, pinchazo tendido, pinchazo y descabello. Aviso (vuelta al ruedo).