INTERNACIONAL
Guerra en Oriente Próximo

Israel se atrinchera en una 'zona roja' en el sur del Líbano

Mientras siguen evaluando los daños descomunales, los habitantes del sur del país temen que el ejército de Tel Aviv ocupe una franja junto a la frontera como hizo hasta el año 2000 o que el precario alto el fuego se desmorone

Residentes desplazados se abrazan frente a los escombros de su casa destruida en Baalbek, este jueves.
Residentes desplazados se abrazan frente a los escombros de su casa destruida en Baalbek, este jueves.AP
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Los transportes blindados del ejército llegaron a la localidad cristiana de Qlaiaah poco después de las 21:00. Marísa Salame, de 19 años, era una de las decenas de personas que se congregaron en torno a la estatua de San Jorge, que adorna el centro de la población. Algunos de los vecinos lanzaron arroz a los militares. Otros los recibieron con aplausos.

"El ejército es quien nos otorga seguridad. Necesitamos recuperar al estado", argumentó la muchacha.

Qlaiaah, junto a localidades como Marjaayoun o Ebel el Saqi -donde se encuentra ubicado el cuartel general de los soldados españoles-, son enclaves habitados por una minoría cristiana que apenas esconde su desconfianza hacia los grupos armados irregulares como Hizbulá, que se han enfrentado al ejército del país vecino durante más de 400 días.

Desde Qlaiaah y Marjaayoun se divisa la cercana ciudad de Khiam, convertida en un bastión inexpugnable de Hizbulá, cuyo acceso ha quedado cortado por un nuevo control de vigilancia establecido por los soldados libaneses.

Los militares también han cerrado las entradas a poblaciones como Deir Mimas, Merkaba y Odaisseh, donde todavía siguen instalados los integrantes de las fuerzas armadas israelíes.

"De la gasolinera hacia la frontera, todo eso es zona roja. Los israelíes han avisado que dispararán contra los que intenten acercarse. La guerra no ha terminado. Esto una pausa", explicó Farah Chabaia, que acaba de regresar al negocio propiedad de su marido, sito justo al lado de la entrada de Khiam.

Las palabras de Farah coincidieron casi en el tiempo con las informaciones que señalaban diversos incidentes en la región sureña, que confirmaban la precariedad del cese de hostilidades.

Tel Aviv reconoció que sus aviones habían bombardeado un supuesto objetivo al norte del río Litani, en el pueblo de Tebna, donde un portavoz israelí, Avichay Adraee, afirmó que se habían detectado "misiles". "Hemos eliminado la amenaza", añadió en el texto difundido por las redes sociales.

La artillería del estado vecino también abrió fuego contra otras poblaciones cercanas a Marjaayoun y más al sur, en Rmeich, y lanzó un dron contra otro coche que se aproximaba a la aldea de Markaba. El diario L'Orient Le Jour indicó que se habían registrado varios heridos.

A primeras horas de la mañana, las fuerzas armadas de Israel publicaron un mapa de la linde entre los dos países donde se divisa toda una zona roja -así está coloreada- que incluye a decenas de villorrios y algunas poblaciones como Kfar Kila, Markaba o Marhuahin, a los que se "prohíbe" regresar a sus habitantes. Quien lo haga, añade el comunicado, "se pone en peligro".

Ese largo listado se extiende desde las granjas de Chebaa, en el este, hasta la costa mediterránea, y se mueve a lo largo de la principal carretera que discurre de forma paralela a la divisoria.

Para la mayoría de los libaneses consultados en el sur, este gesto israelí pone en cuestión su disposición a retirarse del Líbano, como exige el pacto que entró en vigor esta semana.

A sus 70 años, Kamal Yahia no olvida todos aquellos años en los que este espacio respondía a la singular denominación de Estado del Líbano Libre, y se regía bajo la autoridad de las tropas de ocupación y la milicia aliada que creó en la década de los 70 el comandante libanés Saad Haddad.

"Tenías que pagar miles de dólares si no querías que te reclutasen a la fuerza para colaborar con los israelíes. El que mostraba cualquier simpatía hacia Hizbulá terminaba en la prisión de Khiam o de Ansar [dos centros de reclusión donde se cometieron incontables violaciones de los derechos humanos]. Mis dos hermanos terminaron allí. Uno durante tres años y el otro casi dos", relata en la vivienda que ocupa no lejos de Nabatiyeh.

Nativo de Kfar Kila, Yahia huyó en septiembre de ese lugar. Sabe que los israelíes han destruido su casa, pero no es la primera vez. "Creo que es la séptima vez", indica. "En Kfar Kila han muerto más de 80 personas. Es posible que esta vez no nos dejen volver. Que creen una franja casi deshabitada desde Khiam a Naqura [en el margen del mediterráneo]", comenta.

Las inmediaciones de la zona roja son un recorrido por una total devastación que excede de largo la que sufrió el sur del Líbano en el 2006. De Khiam a Nabatiyeh, y de allí a Tiro -la capital del sur-, todas las poblaciones por las que pasa la calzada acumulan ruina tras ruina. Harouf, Doueir, Ansar...

Farah Chabaia explicó a la entrada de Khiam que los servicios de rescate locales todavía están retirando cadáveres de los escombros en esa localidad. En otros enclaves, se ven equipos de operarios limpiando las carreteras de despojos para permitir el tránsito de vehículos. En Al Doueira lo hacen creando un pasillo entre ladrillos y metales con una excavadora.

Al paso por Ansar, los viajeros pueden divisar una serie de edificaciones aplastadas. Entre los escombros sobresalen los restos de una camioneta con lanzacohetes.

Los daños que se observan en el centro de Tiro y el cercano barrio de Al Hosch emulan a los ingentes estragos que afectan a Nabatiyeh. Hay decenas de torres de apartamentos hundidas, centros comerciales arrasados y cientos de vehículos transformados en puro metal calcinado o retorcido. Algunos lugares siguen humeando.

"El tiempo del derrotismo ha pasado; es la era de la victoria", se lee en un cartel colgado por Hizbulá. Los militantes de la formación chií y sus aliados de Amal han colocado retratos del difunto líder o banderas de sus agrupaciones sobre las montañas de cascotes.

Hassan Remaite intenta recomponer los tres negocios que tenía en Al Hosh: un supermercado, una carnicería y un almacén de alimentos. A escasos metros, un misil aplastó una torre de ocho pisos.

El libanés de 34 años volvió este martes desde Beirut, a donde huyeron cuando comenzó la ofensiva a finales de septiembre.

Pese al desastre que le rodea, Hassan mantiene el tono triunfalista de los seguidores de Hizbulá. "Todo lo que han destruido en Tiro o Nabatiyeh eran negocios. No eran posiciones de Hizbulá. Lo hicieron a propósito para dañar nuestra economía. Quieren que nos enfrentemos a Hizbulá, pero se equivocan, son nuestros hijos. Siempre estaremos a su lado", argumenta.

Cuando se le inquiere sobre la presencia en la franja sureña de los israelíes, Hassan regresa a la historia. "Ya los echamos a tiros en el 2000, y si se quedan, lo volveremos a hacer", apunta.

El jefe la Unión de Municipalidades de Tiro, Hassan Dbouk, tampoco se cuenta entre los optimistas. Ahora mismo sólo tiene tiempo para responder al teléfono -que no cesa de sonar- y apuntar cifras que reflejan el desafío que afronta la metrópoli.

"Tenemos 50 bloques de apartamentos de los que no quedan más que escombros. Otros 250 o 300 tendrán que ser derribados. Y los que tienen más o menos daños, son miles. Han hecho en Tiro lo mismo que en Dahiyeh. Le tienen manía a las torres de viviendas", cree.

La tensión ha hecho que Hassan vuelva a fumar. Otra de las llamadas inquiere por la posible restauración del agua corriente. Los israelíes reventaron las instalaciones de ese servicio. "Es un crimen de guerra", recuerda.

"Israel y Líbano representan dos mensajes. Nosotros defendemos la coexistencia. Ellos el odio. Son dos formas de ver la vida y por eso tendremos más tarde o más pronto otra guerra", apostilla.

Sentado en su domicilio de Ebel El Saqi, Marcos Diab -conocido por las cascos azules como El Lobo- reconocía que la noche en la que entró en vigor el alto el fuego tuvo que terminarse la botella de whisky que se ve vacía junto a la mesa "para poder dormir".

"Fue un infierno. Esto no era vida. Regresé aquí hace 15 días y me encontré con una manifestación de perros. Se estaban comiendo el pienso que le dejé al mío. Esto se quedó desierto. No se podía salir. Bombardearon por todas partes. Sólo podías esperar tu destino", asevera.

Las calles de esta aldea se han acostumbrado a los guiños hacia los cascos azules españoles, cuya base principal se encuentra muy cerca. Desde los carteles en castellano que informan sobre obras para rehabilitar la infraestructura local, hasta negocios con nombres como Ibiza.

Marcos, de hecho, se expresa con perfección en el idioma del país europeo, que aprendió gracias al contacto cotidiano con los visitantes. El libanés de 58 años es uno más de los libaneses que ansían que el cese el fuego derive en una paz duradera.

"Los civiles, los libaneses y los israelíes, somos los más perjudicados. Ya está bien que paguemos la factura de los gilipollas de ambos lados", concluye.