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Irak: la guerra que encogió a EEUU

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La invasión norteamericana, de la que se cumplen 20 años, supuso una quiebra en las reglas del juego internacional que dio munición a las autocracias para golpear hasta hoy los cimientos del orden mundial

Un soldado estadounidense intimida a un preso iraquí con un perro. AP
Un soldado estadounidense intimida a un preso iraquí con un perro. AP

Pocas veces se ha visto un ejercicio de autocrítica tan brutal desde la cúspide del poder. El único pero es que fuera involuntario. Hace casi un año, George W. Bush reconoció que la invasión de Irak fue «brutal y totalmente injustificada». La frase dejó atónita a la audiencia reunida en Dallas para escucharle dar doctrina sobre el imperialismo de Putin: «La decisión de un hombre de lanzar la brutal e injustificada invasión de Irak...», dijo, para después rectificar entre risas, «quiero decir Ucrania». Aquello probaba que la guerra de la que se acaban de cumplir 20 años sigue viva. Y no sólo en la cabeza de su comandante en jefe.

Los rescoldos del incendio que prendió la «liberación» de Irak siguen abrasando a día de hoy Oriente Próximo. El saldo de la intervención que en tres semanas tumbó la estatua de Sadam es pavoroso: en sangre se cobró 300.000 muertos oficiales (probablemente hubo muchos más). El vacío de poder que abrió luego una transición sin plan empujó al país a otro precipicio: el de un conflicto sectario en el que sus vecinos dejaron de llamarse por el nombre de iraquíes para convocarse por el apellido de suníes o chiíes como ha ocurrido otras veces a lo largo de la Historia (en la propia Yugoslavia, donde, muerto Tito, sus ciudadanos se descubrieron serbios y bosnios, albaneses y croatas...).

La intervención estadounidense cambió además los equilibrios de poder en la región, alfombrando el ascenso de Irán. Pero sobre todo supuso una quiebra en las reglas de juego internacionales que ha dado munición a la autocracia para golpear los cimientos del orden mundial. China y Rusia a menudo se refieren a aquel conflicto para justificar afanes expansionistas.

Las mentiras sobre las que se edificó la causa contra Irak en 2003 -al calor de la venganza tras el 11-s- minaron también la credibilidad de unos servicios secretos de los que se llegó a desconfiar hace un año cuando alertaron de los planes del Kremlin para Ucrania. Y es que al acabar el conflicto iraquí no había rastro de armas de destrucción masiva o vínculos de Sadam con Al Qaeda. De lo que sí hubo pruebas más tarde fue de las torturas a presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, convertida en el escalón más bajo del infierno. Y las hubo porque fueron los soldados quienes las recabaron, en selfies del horror que contribuyeron a encoger la imagen de EEUU en el mundo y a precipitar su posterior repliegue en otros escenarios: Siria, donde Obama permitió a Bashar Asad cruzar la «línea roja» de las armas químicas. Afganistán, un frente paralelo al iraquí que se fue desmoronando poco a poco hasta la humillante retirada de 2021 .

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