Una de las mentiras más cómodamente instaladas dice que Madrid es el exponente de lo peor de España, en contraposición con la bondad natural y la sana colaboración que operan en tantas comunidades autónomas. El PP no madrileño contribuye soterradamente a esta idea, pero nada comparable con el nacionalismo periférico. Cataluña y sus medios se esfuerzan, aunque el copyright secular corresponde al País Vasco.
Un ejemplo fácil es la medalla de Ayuso a Milei. Lo criticable no es tanto la medalla como el discurso elogioso con el que agasajó al presidente argentino, que es una opción comprensible ante la desesperación y la ruina, pero también un populista (¡iliberal!) de manual. La medalla y el discurso no representan a una parte de los madrileños (ni siquiera de los votantes del PP), es evidente. Por suerte la realidad del País Vasco es diametralmente distinta.
El Ayuntamiento de Bilbao y las comparsas de las fiestas de la ciudad, antes y ahora dominadas por la integradora izquierda abertzale (hay cosas que no cambian), han designado a Itziar Ituño como pregonera. Hay muchas actrices vascas en activo; incluso bilbaínas (Ituño es de Basauri). Pero ella ha exhibido el compromiso intangible de defender la excarcelación de quienes siguen en prisión por haber pertenecido a una organización terrorista con más de 800 víctimas mortales. No podrá negarse que su reconocimiento público es un acto de despolarización y convivencia meritorio. Ahí estarán el 17 de agosto viudas, hijos y hermanas de los asesinados aplaudiendo.
Madrid es la guerra abierta (grosera y polarizadora, sí, aunque me temo que el problema para muchos es que los otros planten batalla). Madrid, ese foco de endogamia. Por suerte, de nuevo, Euskadi marca la diferencia. Recordarán a Josu Erkoreka, aclamado diputado del PNV. Después ha ejercido como consejero de Seguridad y vicelehendakari. La renovación generacional de Pradales -o de Ortuzar, que la impulsa pero no se la aplica- le ha dejado fuera. No pasa nada. En 48 horas ha encontrado acomodo. No regresando a su puesto como letrado del Gobierno vasco, sino como «asesor general» de -esto es una estimación- uno de los mayores nidos de amiguismo en la Administración española, en franca competencia con el magnífico campus de colocación del Gobierno central: la Diputación de Vizcaya. Parece antiestético, pero nada que ver con Madrid.
Otro día hablamos del dumping fiscal, de Madrid Distrito Federal y de todo eso.