Se lamenta Adam Michnik de que la coalición que gobierna ahora Polonia tenga como principal tarea desactivar las minas que han dejado ocho años de una administración autoritaria y antieuropea. El historiador y ensayista le dice a Maite Rico en la entrevista publicada el pasado sábado en este periódico que es partidario de hacer un desminado moderado, tratando de no subvertir la legalidad, como hicieron sus predecesores, y dando a la democracia polaca todo lo que le han quitado. Michnik sabe bien de qué habla, porque contribuyó a derribar una dictadura comunista, participó activamente en la transición de su país (que tomó como modelo la española) y en los últimos años ha estado luchando contra los «autoritarios nacionalistas». El Gobierno de Kaczynski hizo y deshizo a su antojo, se apoderó de todo lo público y trató de controlar, hasta donde pudo, lo privado. Para regenerar lo degenerado no se pueden cometer los mismos errores.
Las democracias van a tener que aprender a gestionar ese proceso de recuperar las libertades arrebatadas por quienes no creen en ellas, aunque lleguen al poder a través de ellas. Sí, las democracias están enfermas, realmente nunca han estado sanas del todo, porque el mal que sufren es autoinmune y, por lo tanto, crónico. Es el propio sistema el que se ataca a sí mismo y trata de destruir los organismos que debería proteger. Ha pasado a lo largo de la historia, pero ahora es una epidemia que se extiende por todo el mundo. Las enfermedades autoinmunes son, efectivamente, crónicas, pero tienen tratamiento para modular sus síntomas, e incluso frenarlos.
España no es una autocracia, no es antieuropea y tiene al frente del Gobierno al líder de un partido con más de cien años de historia. Sin embargo, el presidente está sembrando de minas el camino para los que vengan detrás. Se modificó la ley de leyes, la Constitución, pero sólo para sustituir el término disminuido por el de persona con discapacidad. Ha sido todo lo consensuado, más un pequeño apaño para renovar el CGPJ. El resto de decisiones y actuaciones se han tomado para apuntalar el poder, el actual, allá con quien ha hecho falta y como hiciera falta. Se empezó con los indultos y la eliminación del delito de sedición y se llegó hasta la Ley de Amnistía, para seguir con leyes que benefician a etarras -y también a violadores- el cupo catalán, la reforma de la elección del consejo de RTVE, los ataques a los medios o ese desprestigio de la Justicia rematado con la imputación de un fiscal general. Todos los que han tenido la noble tarea de gobernar en España han dejado alguna mina que sus sucesores, de otro partido o del propio, han tenido que desactivar. Sin ir más lejos, Sánchez juntó fuerzas y llegó al poder con el propósito de acabar con el descrédito que una mina, la corrupción política, provocaba en las instituciones. Esta a él ya le ha estallado. Para lo que venga, se buscan artificieros.