Lo primero fueron los papeles, los permisos, la burocracia. «Se dice rápido, en una simple frase, que uno ha convivido durante siete años con una docena de grupos indígenas de la Amazonía, pero el proceso es muy lento y requiere mucha preparación», cuenta Sebastião Salgado (Minas Gerais, 1944) por videoconferencia desde su casa de Bali. «Hay que hacer una solicitud formal a la FUNAI [Fundación Nacional del Indio], que evalúa tu propuesta y consulta a la tribu antes de compulsar una autorización». Los preparativos del viaje duran aproximadamente un año. «Tienes que ponerte todo tipo de vacunas y pasar por una cuarentena que evite la introducción de cualquier enfermedad externa», explica el fotógrafo brasileño, que entre 2013 y 2019 se integró en las comunidades de los Awá-Guajá, Zo'é, Suruwahá, Yawanawá, Marubo, Macuxi y los Yanomami, en periodos de entre ocho y doce semanas, tras una larga travesía por la intrincada red fluvial que conduce a estas zonas remotas de la selva.
«Por supuesto, has de llevar tu propia comida en pallets cargados de arroz, frijoles, atún, tempero, linguiça... Y, lo más importante, no te puedes olvidar de los regalos». Una misión de reconocimiento se encarga de consultar a los líderes de la tribu con tiempo suficiente. «Pueden ser cosas baratas, como medicamentos, objetos de decoración, alimentos o miçangas para hacer collares... Pero a veces tienes que hacer un esfuerzo económico para que acepten tu visita». En uno de los viajes, se gastó cerca de 50.000 dólares en una embarcación a motor que necesitaban para salir de pesca. Se lo agradecieron durante una concurrida fiesta ritual, con Salgado en el centro de un corro, y ante la mirada atónita del resto de miembros de la expedición: un traductor, varios antropólogos, un cocinero, dos capitanes de mato (como se conoce a los rastreadores contratados para la pesca y la caza), su asistente personal, varios representantes de la FUNAI y su mujer, la arquitecta, diseñadora y productora Lélia Wanick.
El Gran Teatre del Liceu de Barcelona acogerá mañana el concierto extraordinario Amazônia, durante el cual se proyectarán más de 200 imágenes de este proyecto como anticipo a la exposición del mismo nombre, comisariada por la propia Wanick, que podrá verse en las Atarazanas Reales del Museo Marítimo de Barcelona a partir del 4 de diciembre (y hasta el 20 de abril). Junto a todas las fotografías de los imponentes paisajes de la selva amazónica, tomadas desde el cielo, el agua y a pie, Salgado dirige su cámara a la realidad de algunos de los más de 310.000 indígenas que pueblan estas tierras para conocer de primera mano sus problemas e inquietudes.
«Mis fotografías ponen siempre el acento en la belleza para subrayar la importancia de la preservación de este ecosistema», dice Salgado, quien asegura haber tenido el privilegio de recoger el testimonio visual de un mundo ancestral en vías de desaparición. «Nuestro planeta nunca ha enfrentado un peligro tan grande y urgente como el de este siglo».
- El primer grupo indígena que visitó fue la comunidad de los Suruwahá, en la región del río Juruá. ¿Cómo recuerda su primera noche durmiendo bajo las estrellas?
- Para no interferir demasiado en sus costumbres, montamos un campamento aparte, con mástiles de madera y lonas impermeables. Por mi parte, hice todo lo posible para hacerme casi invisible y adaptarme a sus rutinas. La gente de las ciudades piensa que los indígenas son gente primitiva, pero tienen un dominio sorprendente de la medicina natural y un respeto profundo a los recursos del entorno. Por lo demás, sus preocupaciones son las mismas que las nuestras: la idea de solidaridad, de comunidad, el amor, el odio... No hay apenas diferencias. Somos iguales.
- Quien no haya visto antes una cámara de fotos puede confundirla con un arma. ¿No tuvo problemas a la hora de desenfundar su objetivo?
- ¡En absoluto! Para ellos un arma es un arco y una flecha, y además los emplean con una precisión casi balística manipulando la inclinación de las plumas. Cuando les hacía fotos y les enseñaba la imagen en la pantalla no mostraban demasiado interés. ¡Esa gente se ve la cara todas las mañanas cuando se acerca a beber agua de los ríos! Lo que sí despertaba su curiosidad era mi cuchillo o mis sandalias, cosas prácticas que les facilitan la vida. Una imagen para ellos no sirve de mucho.
- ¿Hubo algo extraordinario que no pudiera captar con su cámara?
- La densidad de la floresta sólo se puede abarcar desde un helicóptero o un barco. A pie de tierra, lo más complicado fueron los pájaros. Suenan por todas partes, pero apenas se dejan ver.
- ¿Qué es lo que más le sorprendió de estas tribus?
- La mayoría de estas comunidades no conocen el concepto de represión. Viven sin restricciones, con absoluta libertad. La palabra «no» no existe para ellos. Si una madre ve a su hijo de 5 años trepando por un árbol de veinte metros nunca le dirá que se baje. Se limitará a esperarlo.
- Vivió en condiciones extremas, sufrió enfermedades, sobrevivió a lluvias torrenciales, estuvo en contacto con animales peligrosos... ¿En algún momento sintió miedo?
- Hubo momentos difíciles, en los que me pasé varios días vomitando con fiebre muy alta. A menudo, durante las expediciones, nos encontrábamos con serpientes cuya mordedura, en semejantes condiciones de aislamiento, no tiene solución. Pero eran los indígenas los que abrían camino y me protegían ante la amenaza de cualquier animal potencialmente peligroso. Como medida de precaución, por las mañanas, antes de ir a hacer mis necesidades, un miembro de la FUNAI hacía una ronda con su rifle para asegurarse de que no había ningún jaguar oculto entre la espesura de la selva. Por lo demás, todo fue fácil y sencillo. Podía beber agua fresca de los ríos, visitar paisajes sobrecogedores y charlar con los miembros de cada tribu por la noche. En verdad le digo que viví 7 años en el paraíso. Y he vuelto para contarlo. Porque la Amazonía no es como la gente cree.

"La gente está tan obsesionada con los selfis que se olvida del monumento que ha ido a visitar"

"Las imágenes generadas con IA son como ridículas viñetas de cómic, se viralizan porque hay mucha gente desinformada"
- ¿Cómo es?
- Esa idea de los indígenas agresivos y guerreros, lanzando flechas, no se corresponde con la realidad. Las comunidades de allí son pacíficas y de lo más acogedoras. Somos nosotros, los europeos, los que proyectamos sobre ellos nuestra propia agresividad. Verá, he convivido con indígenas que no comen carne de animales de sangre caliente porque creen que incita a la violencia. Ese respeto por todo lo que les rodea me parece absolutamente revolucionario. Mil veces más transgresor y visionario que la inteligencia artificial más puntera.
El concierto, que dirigirá Simone Menezes al frente de los músicos de la orquesta titular del Liceu y que contará con la participación de la soprano Camila Provenzale, abrirá con el preludio de las Bachianas brasileiras nº 4 de Heitor Villa-Lobos y Metamorphosis I (Aguas da Amazonia) de Philip Glass. «La música es extremadamente importante en mi país», prosigue el fotorreportero de 80 años y premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1998. «En la hacienda donde nací toda la información nos llegaba desde las grandes urbes a través de las canciones». En la segunda parte, sonará un arreglo de A floresta do Amazonas, la suite que Villa-Lobos compuso para la banda sonora de Green Mansions de Mel Ferrer, acompasado a la proyección de 255 fotografías del proyecto Amazônia. «He hecho una selección de imágenes de la fauna y la naturaleza, de las mujeres y guerreros de las tribus, nubes con forma de vela y de hongo, como una explosión... todo perfectamente sincronizado al ritmo de la música para crear una sensación de paz y armonía, un viaje a través de los instrumentos hasta el corazón de la selva».
- En su día calificó al anterior presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, como un criminal, culpable del periodo más destructor de la historia del Amazonas. ¿Teme que la reelección de Trump pueda reavivar los fantasmas populistas?
- Hoy por hoy, veo mucho más probable que Bolsonaro acabe en la cárcel que en el Palácio da Alvorada. Por lo demás, no creo que Trump vaya a cambiar mucho la realidad de América Latina. Aquí somos muy anti-gringos, tenemos nuestra propia opinión sobre lo que pasa en Ucrania, que es una guerra americana de la OTAN importada por los europeos. Nada de lo que EEUU ha hecho en mi país ha sido en favor del pueblo ni de la democracia, sino para apoyar dictaduras, tanto por parte del partido republicano como del demócrata. También Francia y España se han comportado de manera arrogante con sus antiguas colonias. Afortunadamente la situación está cambiando, pero los europeos tienen que dejar de creerse los grandes señores del mundo.
- En una reciente entrevista con The Guardian anunciaba su retirada de la fotografía. ¿Es eso cierto?
- ¡Para nada! Es algo que yo no dije, quizá el periodista me interpretó mal. No tengo la más mínima intención de colgar la cámara, aunque soy consciente de los años que tengo y también de los que me quedan. No hay jubilación posible para quien ha dedicado décadas a viajar por más de cien países. Vera, con la fotografía pasa como con las expediciones a las tribus de la Amazonía: uno sabe cuándo llega, pero nunca cuándo se va.
- ¿Qué planes tiene?
- Obviamente, no puedo iniciar un proyecto a largo plazo que no pueda terminar. Eso me daría mucha pena. Así que he aceptado el encargo de Anne Hidalgo para fotografiar París como nunca lo había hecho. Una de las imágenes servirá de postal para felicitar la Navidad a los ciudadanos y habrá otra colección dedicada a la vida cultural de la ciudad. Llevo un año tomando fotos. Así que, quienes crean que me he retirado, que me busquen por las calles de París a primera hora de la mañana.