Terminó uno de los años más violentos de este siglo con la caída de un dictador brutal como Bashar Asad, una escalada en la guerra de Ucrania y un aumento en las pretensiones regionales de Turquía y, sobre todo, de Israel. Todos estos conflictos se van entrelazando mientras se configuran dos bloques bien definidos. De un lado, EEUU, Reino Unido, la UE, Corea del Sur y otros aliados como Canadá o Australia. Del otro lado, las autocracias como China, Rusia, Irán o Venezuela. El mundo levantado tras la Segunda Guerra Mundial se desmorona con su andamiaje geopolítico y sus normas obsoletas y algunos sacan los codos para recolocarse en el mundo que vendrá.
Después de centenares de miles de muertos sin una victoria clara por ambos lados, la guerra de Ucrania puede estar enfilando sus últimos momentos, al menos en esta fase. La victoria de Donald Trump podría abrir una ventana de oportunidad de alto el fuego y negociación, aunque eso suponga que Rusia retenga un 20% del territorio ucraniano, que es todo lo que ha conseguido conquistar en casi tres años tras centenares de miles de muertos.
Ambos ejércitos están mostrando claros síntomas de agotamiento. A Ucrania le cuesta cada vez más reclutar hombres para sustituir a las bajas del frente. Rusia ha comenzado a realizar asaltos con patinetes eléctricos, carritos de golf y motocicletas porque los blindados comienzan a escasear tras haber convertido los campos de batalla en chatarrerías enormes con tanques quemados por drones.
El plan de Trump pretende congelar el frente allí donde esté (lo que permitiría a Ucrania, además, quedarse con un pequeño pedazo de Rusia en Kursk) y obligar a ambos a negociar, usando la entrega de armas como palanca. Si Zelenski se niega a sentarse a la mesa de negociaciones, Washington cortará la imprescindible ayuda militar que sostiene el esfuerzo bélico de Kiev. Si es Putin el que se niega, Trump hará lo contrario y regará con armas estadounidenses a los ucranianos.
Ese al menos es el plantea-miento inicial. El general Kellogg, su enviado personal, tendrá que poner orden en las caóticas propuestas trumpianas y lograr acuerdos tangibles entre dos dirigentes que se odian. De no conseguirlo, las perspectivas para 2025 son sombrías. Ucrania ha puesto todo su esfuerzo en desarrollar una legión de drones que eviten que sus soldados tengan que morir en el frente. El pasado septiembre libró una batalla, por primera vez en la historia, sólo con estos terrores tecnológicos. En Lypsy (región de Járkiv, muy cerca de Rusia), Ucrania lanzó drones terrestres movidos con orugas y armados con ametralladoras, apoyados en el cielo con otros que lanzaban termita incandescente como si fueran dragones. Los rusos huyeron de sus posiciones a la carrera al verse atacados por robots. La guerra del futuro ya se disputa hoy.
Rusia, por su parte, sigue quemando recursos para conseguir unos objetivos de mínimos y algo a lo que poder llamar victoria, pero su situación es cada vez más difícil por el recalentamiento de una economía ya dirigida totalmente a la guerra. El rublo vale cada vez menos y los recursos militares se van agotando.
Rusia sigue quemando recursos para conseguir unos objetivos de mínimos
Si la guerra continúa en 2025 será aún más difícil ver avances, pero ambos rivales seguirán atacándose a distancia. Rusia ha puesto todo su esfuerzo en renovar su arsenal de misiles casi semanalmente para castigar a la población ucraniana, sometida a apagones regulares de luz, agua y hasta de calefacción en pleno invierno. Cada día decenas, y a veces centenares de drones de origen iraní atacan las ciudades de Ucrania como lo hacían las V1 de Hitler en Londres. Putin amenaza con usar de forma habitual sus nuevos misiles Oreshnik, concebido para llevar armas nucleares, pero de momento la única escalada atómica que ha iniciado es la dialéctica.
Ucrania ha desarrollado nuevas armas para aguantar ese pulso a Rusia y ya puede bombardear objetivos militares, tecnológicos, energéticos e industriales a más de 1.000 kilómetros de sus fronteras. Decenas de refinerías y almacenes de crudo ya han ardido por la acción de aviones no tripulados que son dirigidos cada noche al corazón de la economía rusa. Uno de ellos llegó hasta el lejano puerto de Murmansk, en el Ártico.
El 20 de enero toma posesión Donald Trump. Si habrá alto el fuego o no lo sabremos pocos días después. Lo que suceda marcará la geopolítica de las próximas décadas.