- Nutrición ¿Por qué tengo hambre todo el rato? Estas son las posibles razones y cómo evitarlo, según una experta en nutrigenética
- Nutrición ¿Por qué nos atiborramos a dulces cuando estamos tristes?
Lo que nos preocupada es lo que salta a la vista: el implacable veredicto de la báscula y el de esos vaqueros favoritos que ya no conseguimos abrochar ni metiendo tripa. Pero, tras ese impulso a pasarnos el día (y la noche) picoteando hay cosas que nos deberíamos de hacer mirar, porque dicen mucho de nuestro estilo de vida y de nuestra salud.
"Los comportamientos alimentarios como el hambre excesiva, la saciedad alterada o el impulso de picotear suelen estar influenciados por una combinación de múltiples factores. Estos incluyen desequilibrios hormonales -leptina, insulina, cortisol-, desregulaciones en el sistema nervioso autónomo, hábitos emocionales y sociales, y un entorno alimentario que promueve opciones poco nutritivas. Detrás de todo esto, hay mecanismos biológicos que responden a estímulos, pero también creencias y patrones aprendidos desde la infancia", afirma Carlos Pérez, experto en Psiconeuroinmunología Clínica (PNI), divulgador, conferenciante y autor de 'Paleovida', 'El Ayuno Intermitente' y 'Despierta', entre otros libros.
Según explica el fundador de Regenera -empresa especializada en Psiconeuroinmunología Clínica (PNI) y medicina integrativa-, ese incontrolable impulso que nos empuja a comer entre horas "refleja desequilibrios en la regulación del hambre, ya sea por una dieta insuficiente en nutrientes, desequilibrios hormonales (como insulina alta o cortisol crónicamente elevado) o la falta de conexión con nuestras señales de saciedad. También, puede ser una señal de aburrimiento o estrés".
¿Más allá del aumento de peso (que es lo que siempre nos llama más la atención), ¿qué efectos tiene en nuestro organismo ese incesante picoteo de dulces, ultraprocesados, etc? "Hay muchas consecuencias a nivel digestivo o inmunitario. Cuando no comemos, se activa el llamado complejo migratorio motor, que es una especie de 'camión de la basura' que va limpiando nuestro sistema digestivo de restos de comida y posibles patógenos. Si no damos espacio suficiente entre comidas, este complejo no se pone en marcha y puede dar lugar a una permeabilidad intestinal, que se traduce en una reducción de la capacidad de la mucosa del intestino para actuar como una barrera".
El asunto tiene mucha más importancia de la que se podía pensar porque esta barrera de la que habla Carlos Pérez "permite el paso de nutrientes, agua y electrolitos hacia el torrente sanguíneo, pero, al mismo tiempo, protege al organismo de sustancias nocivas, como bacterias, toxinas y partículas de alimentos mal digeridos".
Y, cuando esta barrera se ve alterada, "se produce lo que comúnmente llamamos intestino permeable ('leaky gut', en inglés). Esto significa que se forman espacios entre las células epiteliales del intestino (enterocitos), lo que permite que sustancias no deseadas pasen al torrente sanguíneo, desencadenando una respuesta inflamatoria y contribuyendo, potencialmente, al desarrollo de enfermedades".
Al comer cada poco tiempo, contribuimos "a tener a nuestro sistema inmune alerta casi todo el rato y, al final, cuando tiene que actuar, lo hace completamente agotado. Es como un policía que está patrullando 24 horas sin descanso y que, luego, a la hora de llevar a cabo una misión, se siente absolutamente agotado".
Todo esto nos puede abocar a desarrollar "una inflamación crónica o de bajo grado, que consiste en ese estado de alerta permanente del sistema inmune y que es la antesala de muchas de las enfermedades que conocemos hoy en día como la obesidad, la diabetes tipo 2, los dolores menstruales o del sistema musculo-esquelético, las alteraciones tiroideas, etc.".
Pero aún hay más. "Otras consecuencias son, por ejemplo, el aumento de la grasa corporal y, por tanto, del peso; la resistencia a la insulina o el aumento del riesgo de contraer enfermedades cardiovasculares o metabólicas".
Entonces, ¿qué hacemos para controlar este desastre? Este especialista nos da unas pautas claras y sencillas para intentarlo. "Lo primero sería identificar la causa: ¿se trata de hambre fisiológica, emocional o social? En segundo lugar, regular el entorno, es decir, tener a mano alimentos de calidad y evitar el acceso fácil a ultraprocesados. Como tercer paso, recomendaría optimizar nuestro ritmo circadiano, es decir, dormir bien y comer en horarios regulares para sincronizar las hormonas del hambre y de la saciedad. Mi cuarto consejo sería ahondar en la gestión emocional, aprender a identificar y a manejar las emociones que nos llevan a comer por estrés o aburrimiento. Por último, en quinta posición, incidiría en la educación alimentaria para comprender cómo impacta cada alimento en nuestro cuerpo".