CRÓNICA
Riada en Valencia

Los feriantes de Halloween que encontraron el infierno y la ruina en Paiporta: "Al menos estamos vivos, llegué a despedirme de mi mujer y mi niño"

Los sevillanos José Luis López y su suegro, Miguel Perujo, pasaron una madrugada subidos a un árbol y a un muro para sobrevivir, hasta que lograron cobijarse en un instituto. "Ahora puedo decir que he conocido el infierno", cuentan. Estaban en Paiporta, a 720 kilómetros de casa, con motivo de una feria por la festividad de Halloween

Los feriantes de Halloween que encontraron el infierno y la ruina en PaiportaANDROS LOZANO / EL MUNDO
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Un balón de fútbol manchado de barro se esconde bajo las orejas de un peluche que hasta hace una semana era rosa y hoy tira a amarronado. A 20 metros de allí, una decena de hombres quita a paladas esa otra montaña de barro que se acumula sobre lo que antes era una pista de coches de choque. Ahora, cuando ya no suena el nino nino, nino nino, sólo se intuyen los volantes de esos pequeños automóviles, cada uno con un color y un número que ni se atisban.

Un poco más allá, entre dunas de más y más barro convertido en fango que desprende un olor dulzón y fétido a la vez, José Luis López y su suegro, Miguel Perujo, conversan acerca de cómo van a poder sacar su camión de ese lodazal. Allí vivían y en él tenían una de sus dos tómbolas que ahora son pasto del agua y de la tierra. «Calculo que hemos perdido entre 80 y 90.000 euros. Esto ha sido una ruina», dice Miguel, de 61 años, desde los siete de feria en feria por toda España.

«Pero al menos estamos vivos», le responde su yerno, de 30 años. «De madrugada, cuando el agua nos llegaba al cuello, yo llegué a mandarle mensajes a mi mujer despidiéndome de ella y de mi niño, que sólo tiene seis meses. Como en ese momento no le llegaban porque no teníamos internet, los borré cuando conseguí ponerme a salvo. Si pienso que he vuelto a verlos, entiendo que sólo he perdido algo material y no la vida».

A 50 metros del barranco del Poyo -o de Chiva- a su paso por Paiporta, en Valencia, alrededor de 30 familias de feriantes y sus empleados tratan de sacar del barro lo que queda de sus atracciones. Algunas son amasijos de hierros que han ido apareciendo sobre este enorme descampado que hay a las afueras del pueblo, cerca de un polígono industrial.

En su mayoría, estos feriantes son valencianos, pero también hay gente venida de media España: Sevilla, Albacete, Murcia, Asturias... Algunos han recorrido más de 700 kilómetros para trabajar en un lugar donde pensaban ganarse el pan, pero donde encontraron un apocalipsis. «Ahora puedo decir que he conocido el infierno», afirma Miguel con la mirada perdida.

Miguel Perujo, feriante desde los siete años, se rompió dos dedos de una mano mientras intentaba salvarse.
Miguel Perujo, feriante desde los siete años, se rompió dos dedos de una mano mientras intentaba salvarse.SERGIO GONZÁLEZ VALERO

Miguel y José Luis son de El Cuervo, un municipio de Sevilla a 726 kilómetros de Paiporta. La riada casi les mata. Volvían de comprar la cena de un supermercado cercano cuando, «en cuestión de cinco minutos», el agua subió de sus rodillas hasta sus cabezas. Cuentan que aquello ocurrió sobre las siete de la tarde de ese martes que ya pasará a la Historia. Hasta las tres de la madrugada del día siguiente estuvieron incomunicados. «Perdidos», dicen ellos. «Porque nosotros nos dábamos por perdidos, es así».

«NADIE HA PREGUNTADO»

Estos dos feriantes, junto a otro trabajador que les acompañaba en su estancia en Paiporta, pasaron tres horas agarrados a las ramas y al tronco de un árbol para que la fuerza del agua no los arrastrara. También se subieron al quicio de un muro durante un par de horas más, hasta que consiguieron reventar la puerta de un instituto cercano, donde se cobijaron hasta estar a salvo. Miguel se rompió dos dedos de su mano izquierda mientras se asía con fuerza a una valla de hierro que ayer, cuando EL MUNDO visitó la zona, se retorcía como un simple alambre.

Los feriantes sacan barro de unos coches de choque destrozados.
Los feriantes sacan barro de unos coches de choque destrozados.SERGIO GONZÁLEZ VALERO

Suegro y yerno se quejan de que, a diferencia de con el resto de vecinos de Paiporta -el pueblo que registra una mayor cifra de muertos (más de 60)- «nadie» se ha acercado hasta ellos para ofrecerles ayuda. «Ni una mísera botella de agua. Ni un funcionario del Ayuntamiento nos ha preguntado cómo estamos. Ni a nosotros ni a ningún otro feriante. ¡De vergüenza!», dice Miguel indignado.

Todos los feriantes con los que habla el reportero cuentan que nadie les ha ofrecido apoyo. Denuncian que el Ayuntamiento de Paiporta les instaló en unos terrenos donde debía estar prohibido por su proximidad al barranco. «Es una zona claramente inundable. Pero claro, quejarnos de eso ahora no sirve de nada. Ya llegará la hora de las reclamaciones», asegura Jorge, de 34 años, sevillano que vive en Alacuás (Valencia) desde hace ocho. «Yo habré perdido unos 55.000 euros. A otros no sé cómo les afectará, pero esto para mí es enterrarme en vida». Su puesto de tiro y de algodón dulce ya no existen. Una de esas estructuras apareció a 400 metros de aquí, detrás de un campo de fútbol. «Vinimos por la fiesta de Halloween, qué casualidad. Vivimos en nuestras carnes una historia de terror».