La adultez se lleva esa certeza envidiable con la que un niño responde «presidente» o «cantante» ante la pregunta «¿qué quieres ser de mayor?». Luis Orantes lo confirma: quería ser médico, estudió informática y, por 25 años, burló su plan de vida dedicándose al mundo audiovisual. Lara Orantes quería ser policía (tampoco lo hizo). Ninguno de los dos pensó que encontraría la vocación profesional en un particular negocio: la fabricación de órganos de silicona. Luis jamás imaginó que, ante la pregunta «¿a qué te dedicas?», él diría: «Soy traficante de órganos».
Luis (57) y Lara (21), padre e hija, están al frente de la empresa Factoría de Patologías. Se llama así porque, además de crear órganos, emulan en ellos las enfermedades o complicaciones que se abordan en un quirófano. Hasta ahora han realizado 26 modelos diferentes, relacionados sobre todo con urología o ginecología. El objetivo de estos productos sintéticos es que los médicos cirujanos en formación practiquen los cortes y suturas de las operaciones. Esta alternativa es más barata que practicar con los órganos de cadáveres humanos o animales. «Hemos vendido ya más de 4.000 órganos», presume Lara.

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Crónica visita la sede de esta startup. La empresa está en dos contenedores de 5x2 metros (cada uno). Uno funciona como almacén y el otro como centro de fabricación. Las cajas apiladas unas sobre otras y los botes de pintura en el estrecho espacio dan cuenta de la frenética actividad. Luis se esfuerza por justificar el desorden. «Lo tenemos desangelado porque estamos en plena producción y tengo que entregar hoy varios pedidos», y aprovecha para desahogarse: «¡No me da la vida!».
Una larga mesa ocupa la mitad de cada contenedor. Del lado más próximo a la entrada, hay unos cinco modelos del mismo órgano. «Sí, esto es lo que parece», corrobora Luis señalando la exposición de penes de silicona. Es un encargo hecho desde Israel y servirá para ensayar las cirugías de implantes en hombres con problemas de erección. «Después de, por ejemplo, una prostatectomía, ponen la famosa bomba hidráulica con la que consiguen que la persona vuelva a tener vida sexual», explica Luis en su versión como médico frustrado.
Los órganos están hechos de una silicona «de grado quirúrgico» que se asemeja a un tejido de verdad en cada ínfimo detalle, hasta en la textura y en la apariencia de venas y arterias. «No llega a ser real porque imitar la fibra del cuerpo humano es muy complicado, pero sí puedes cortar y suturar e, incluso, llegar a desgarro igual que en el cuerpo humano», explica Luis en su versión real: como CEO de Factoría de Patologías
Con tintes, los Orantes tratan de simular el color real del órgano. Riñones marrones con tumores rosa pastel, pene del color de la piel, arterias rojas, vejigas rosa pálido... También varían el grosor, el tamaño y la dureza según el modelo. Todo lo hacen de la mano de un cirujano, «son ellos quienes lo validan y nos dicen "pues, esto un poco más grande, esto más pequeño"», comenta Lara, la CCO de la empresa.
El doctor Ignacio T. Castillón Vela es uno de esos cirujanos que trabajan con Factoría de Patologías. Él es un urólogo experto en nefrectomía parcial y también es docente. En 2006 creó la Escuela de Laparoscopia —una técnica quirúrgica que permite ver la cavidad pélvica-abdominal— y, al conocer el emprendimiento de Luis y Lara, supo que sus modelos serían útiles para operar en sus clases.
DEL DIBUJO A LA IMPRESORA
El proceso para crear un órgano parte entonces de la necesidad de un cirujano. «Ignacio, por ejemplo, me manda dibujitos, el típico dibujo de servilleta. O hacemos una cosa que llamamos "los desayunos especiales". Vamos a desayunar y dibujamos lo que él quiere». Con esos primeros bocetos, los Orantes se ponen manos a la obra en el ordenador y elaboran un diseño que muestran al doctor para que sugiera cambios. Esta etapa es la que más tiempo lleva. Con el diseño aprobado, pasan a fabricar el molde de ese órgano, que obtienen de un día para otro.
Aquí entra el tercer y último empleado de Factoría de Patologías: la impresora. «De ahí sacamos una primera sensación que ya trasladamos al molde, lo imprimimos y desde ese molde sacamos un primer prototipo». Esa muestra es operada por el doctor y, una vez que él da el visto bueno, se sacan más moldes y empiezan con la producción en masa.
Dependiendo del tipo, tamaño y especificaciones del órgano en cuestión, la máquina tarda desde dos horas hasta dos días y medio en imprimir. «Tenemos un pulmón que estamos preparando para exploración endoscópica. Eso tardó dos días y medio en imprimirse». Por último, esperan a que la silicona se seque, lo cual demora entre dos y cuatro horas.
Por ensayo y error, padre e hija han ido optimizando el proceso. Ninguno tenía experiencia en órganos ni en impresión 3D. Cuando Luis trabajaba con una cámara en la mano, tuvo a un equipo quirúrgico como cliente. «Estaban haciendo un estudio en trasplante de pulmón. Cogían el pulmón de un cerdito, se lo ponían a otro y veían cuánto duraba». Fue entonces cuando Luis empezó a ver un «nicho de mercado bastante importante», en 2021, motivado por el elevado coste de trabajar con cadáveres o animales vivos. Además de pagar por un anestesista, un veterinario, un quirófano y todo el equipo de un quirófano.
En ese contexto llegó el Covid. «Hubo una bajada importante sobre todo por temas de salud. No sabías si ese cadáver transmitía enfermedades o no». En plena pandemia, con tiempo libre, Luis compró la primera impresora 3D. Investigó materiales, se formó en programas 3D y, como si fuera el doctor Frankenstein, creó su primer riñón. Lara tampoco sabía qué hacer durante el confinamiento. Había terminado el bachillerato y comenzaba a prepararse para opositar. Aburrida, se acercó a Luis y preguntó «¿te ayudo, papi?», convirtiéndose así en su socia. Ella comenzó a hacer cursos de diseño 3D, desarrollando más interés en crear que en llevar un uniforme policial.
En poco tiempo, su casa se convirtió en una fábrica de órganos. La esposa de Luis le dio a elegir: «O te vas tú o se van las impresoras». Pero para llevarse sus herramientas de trabajo a otro sitio necesitaba financiación, privilegio con el que no contaba. Fue eso lo más complicado de superar. «Lo difícil en una startup es conseguir la financiación, entrar una ronda de inversión, etc. Lo valoramos, pero vimos otras startups a las que le han dado una aportación económica a cambio de equity, es decir, una parte de tu empresa». La idea de compartir el negocio no les entusiasmó, sobre todo a Lara.
En ese momento, Luis acudió como invitado a un evento en La Nave, un centro de innovación del Ayuntamiento de Madrid. Desde allí quisieron apoyar el emprendimiento y le ofrecieron un espacio gratuito de trabajo por dos años. Contar con sus instalaciones fue un desahogo para el proyecto que recién despegaba.
Lo siguiente fue buscar a médicos docentes que quisieran comprar órganos de silicona para formar a sus alumnos. A principios de 2021, Luis salió a la calle con su primer prototipo en busca de compradores. «Era muy difícil entrar porque no todos los doctores son formadores», recuerda. El doctor Castillón fue de los primeros en atreverse a conseguir la mercancía a través de estos traficantes de órganos.
Este urólogo cuenta con un programa de formación online y presencial en la Escuela de Laparoscopia, que dirige desde hace 18 años. Además de enseñar a trabajar en un quirófano con la última tecnología, dan prioridad a la formación en simulación básica e iniciación a la laparoscopia. «De esa formación y simulación que hacíamos en el animal o en el cadáver pasamos a una simulación que es limpia, que la puedes hacer en cualquier sitio porque no hay un riesgo biológico de que te pinches y que el animal o el cadáver te transmitan una enfermedad», explica el doctor con quien Luis y Lara formaron una alianza en 2021.
Ahora, el programa de formación que usa los modelos de Lara y Luis ya lleva más de 160 cursos. «Él [Luis] trabaja muy bien y sabe cómo llegar a un producto final que cumpla con los objetivos docentes más ambiciosos que pedimos. Pero, además, sin irnos de coste porque yo siempre pienso en Venezuela cuando diseño algo. Pregunto: "¿Esto lo podrá comprar un urólogo venezolano?"». El tráfico de órganos ya ha llegado a Latinoamérica. Además de Venezuela, tiene presencia en países como Guatemala, Panamá, Perú y Argentina. «Siempre le hemos puesto ese lado humano y solidario», asegura el cirujano.
El doctor Juan Ignacio Martínez-Salamanca, uno de los cirujanos urológicos más importantes de España, es otro de los grandes aliados de la startup. «Con él hemos entrado de lleno y con mucho éxito en el mundo de la andrología, creando conjuntamente un simulador de implante de pene, con el que practicar la cirugía que ayuda a recuperar la vida sexual de personas con disfunción eréctil», detalla Luis. El doctor Martínez-Salamanca, a su vez, les ha permitido traspasar fronteras gracias a su prestigio a nivel internacional.
En cuanto a ginecología y obstetricia se refiere, han contado con el apoyo del doctor Óscar Martínez-Pérez. «Con él hemos desarrollado un simulador para el control de la hemorragia post-parto, otro simulador para conización y cerclaje de cérvix, y un útero para capitonaje post-parto».
MÁS BARATO QUE UN CERDO
Otra ventaja de los órganos sintéticos es su bajo coste de producción, que repercute positivamente en los alumnos. Dependiendo del modelo y de la cantidad de silicona que lleve, el precio oscila entre 85 y 275 euros por unidad. «Trabajar con un cadáver son unos 4.000 euros, los cerdos son entre 1.000 y 2.000. Nuestro set es de 275 euros, y no necesitas el quirófano», desglosa Lara. «Los cursos de dos días que hacíamos con animales y practicando las operaciones en ellos valían 1.500 euros... Yo elegí un modelo de formación más barato, de la misma calidad, para llegar a mucha más gente y en el fondo ayudas más a los pacientes», agrega el doctor Castillón.
En un mismo órgano artificial se puede practicar varias operaciones. «Esto no quita que tengas que pasar por un cadáver o animal. Obviamente hay que hacerlo, pero menos... Así pasa con los con los pilotos de aerolínea, que tienen muchísimas horas de simulador hasta que cogen un avión de verdad», aclara el CEO de Factoría de Patologías.
«Estamos teniendo un crecimiento bastante interesante», indica Luis. Penes a Israel, vejigas a Australia, todo tipo de órganos a Latinoamérica y a Europa, y hasta un concurso que los llevó a China. Factoría de Patologías obtuvo el tercer lugar en la división española de la séptima edición del Fly With Shenzhen, un concurso internacional de emprendimiento e innovación. El orgullo por su empresa sobrepasa a Lara, que expresa con ilusión que «este año [2024] ha sido surrealista».
Los traficantes de órganos están satisfechos con lo que han alcanzado en poco tiempo. «Estamos encantadísimos. Obviamente haces todo esto porque quieres una retribución económica. Pero es que la satisfacción de ver que estás ayudando a futuros médicos, y contribuyendo a salvar vidas, es una pasada», indica el CEO.
Padre e hija trabajan de domingo a domingo, festivos incluidos, para sacar adelante su emprendimiento. Desconectar es difícil porque viven y trabajan juntos. «A veces son las 10 de la noche y digo: "Oye, Lara, que he pensado que este órgano si en vez de rojo lo ponemos más oscuro". Y ella dice: ¡¿Me quieres dejar en paz?!». Su meta es seguir apoyando la formación quirúrgica. «Seguimos cerrando acuerdos con otros profesionales médicos y empresas para aumentar nuestra propuesta de productos», asegura el CEO.
Luis, Lara y los médicos que han confiado en la empresa forman el equipo idóneo para innovar y compartir el talento. «Nuestro speech es: órganos para formación quirúrgica con el afán de democratizar este tipo de formación, y lo estamos consiguiendo», asegura Luis. «El proyecto es muy bonito y juntos hemos hecho una buena sociedad. Al final, cuando haces algo positivo, se crea a tu alrededor un ambiente que hace atractivo lo que hace y conoces a gente que te permite mejorar y hacer cosas nuevas. Eso me ha pasado con Luis», comparte el urólogo Castillón. Los Orantes ya le han dado un nuevo sentido al tráfico de órganos.