Sostiene el Gobierno que hay que ser muy hacendosos, desterrar la pereza dominguera y no perder ni un minuto de tiempo. España necesita reformas, hay que afrontar desafíos históricos, preparar kits de emergencia, cavar trincheras y levantar muros, garantizar estabilidad y... resistir en La Moncloa.
Puestos a tanta laboriosidad habría que llamar a esa señora japonesa, de nombre cancelable en castellano, una tal Marie Kondo, maestra del orden, de las cosas bien hechas y del puntillismo a la hora de doblar las mangas de los jerséis, hacer torres con el papel del váter y alinear milimétricamente los tenedores.
Quizá no sería necesario tanto si se pusiera en práctica un principio más viejo que el hilo negro: la casa hay que comenzarla por los cimientos y no por el tejado. O, más claramente, primero hay que tener agua para después lanzarse a la piscina; o, aterrizando en lo nuestro, antes que nada Presupuestos y, luego, todo lo demás.
Aquí, sin embargo, somos innovadores. O chapuceros y vendemotos. Se promete esto, lo otro y lo de más allá. Se vende el cántaro pero está vacío y para distraernos del truco se hacen malabarismos con las palabras y se juega con las gracietas. Ya se sabe, como en la mesa de los niños comiendo nuggets.
Miren si no. A ojo de buen cubero y más allá de los gastos irrenunciables -pensiones, sanidad, educación, desempleo...- me sale como inminente sufragar el desastre de la dana -calculan 17.000 millones- y acometer un plan de rearme o de seguridad o como quiera que lo llamen por si al siniestro de Putin se le cruzan más aún los cables; pongamos otros 5.000 de una primera tacada. ¿Cómo lo haremos? Ahí está la madre del cordero, porque la verdad es que no tenemos Presupuestos ni los vamos a tener. Montero nos lo aclara: rascaremos debajo de las piedras. Otra vez como los niños, jugando a las canicas.
Marea el Gobierno la perdiz cambiando la bolita de cubilete. Hoy dicen que dan por perdida la empresa y mañana que no, que se está negociando. Créanse lo primero. Lo segundo lo desmienten todos los interlocutores necesarios. Y son multitud.
En un arrebato de sinceridad, la ministra portavoz, Pilar Alegría, reconoce lo evidente: no hay mimbres para hacer el cesto y, por tanto, para qué perder el tiempo. A fin de cuentas, Pedro Sánchez está decidido a ¿gobernar? con o sin el concurso del Parlamento, ese poder incómodo, mosca cojonera donde las haya.
Lo cierto es que la trampa se descubre más pronto que tarde. Ya saben eso de que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Intentarlo se intenta, sí, pero conseguirlo es otro cantar. No se trata de ahorrar tiempo, sino de asumir, a la vista de todos está, que el Gobierno no cuenta ya con la confianza de quienes facilitaron su formación. Para tapar esta evidencia se llega incluso a vulnerar la Constitución. ¿Dónde queda eso de cumplir desde el primer artículo hasta el último?
La cosa es bien sencilla: un Ejecutivo, en un régimen parlamentario, se sostiene en la medida que la representación de la soberanía nacional lo apoya. Si el cimiento se resquebraja no queda otra que abandonar. Y grietas salen cada día. Resistir pa ná es tontería o fraude. Así que mejor no perder el tiempo, como dice Alegría, y convocar elecciones.