EDITORIAL
Editorial

Continua tensión institucional

Los desplantes de Sánchez a la Casa Real engarzan con la grave erosión política que el presidente aceleró hace ahora un año

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.Javier SorianoAFP
Actualizado

La concepción presidencialista del poder con la que Pedro Sánchez se conduce está sometiendo a la Moncloa y a la Casa Real a una gravosa tensión institucional. Es inocultable que el presidente evita coincidir con Felipe VI allí donde la presencia de las máximas autoridades de nuestra democracia cumple una función vertebradora y simbólica. En este sentido, su ausencia en el funeral del Papa, el próximo sábado, al que sí asistirán los Reyes, agrava la distancia existente entre ambas instituciones. Los desplantes del presidente son múltiples y no azarosos: envían un mensaje político nítido que engarza con la erosión política y social que el propio Sánchez aceleró hace hoy un año con su «carta a la ciudadanía». Desde aquel pulso sentimental a la sociedad española, nuestro país ha sido incapaz de retomar la institucionalidad y una atmósfera cívica sana.

El reiterado comportamiento del presidente hacia la Casa Real compromete seriamente el vínculo necesario entre el jefe del Estado y el jefe del Gobierno. No hay ni una sola motivación pública que obligue a Sánchez a no acudir a la cumbre mundial que representan las exequias de Francisco en Roma. España, de hecho, será la única Monarquía parlamentaria que no enviará a un representante de la Corona acompañado por el líder del Ejecutivo. Tampoco es casual su plantón ayer a la entrega del Premio Cervantes, un galardón de gran relevancia para la Casa Real y cuya ceremonia presidieron los Reyes.

Los lazos se han debilitado. Antes de la pandemia, Sánchez y Felipe VI solían despachar semanalmente, y el alejamiento se ha podido advertir además en varios episodios. Los de mayor trascendencia social están relacionados con la dana de Valencia. Tras los altercados en su visita conjunta a Paiporta, que acabó con la evacuación del presidente mientras el Rey se quedaba a intentar apaciguar los ánimos de los vecinos, fuentes del Gobierno tacharon a Zarzuela de irresponsable, deslizaron a la prensa afín que la visita respondía a una obsesión de la Casa Real, e incluso un ministro -Óscar Puente- la calificó de «error». ¿Acaso fue un error hacer visible la presencia del Estado ante quienes se sentían abandonados? Un mes después, Sánchez decidió no acudir al funeral en homenaje a los fallecidos, ni ha visitado hasta ahora las zonas más afectadas.

Los desencuentros internacionales también han sido numerosos: el choque en la reapertura de Notre Dame -a la que no asistieron ni los Reyes ni el Gobierno-, viajes del Monarca a tomas de posesión de mandatarios extranjeros sin la compañía de ningún ministro, su soledad inicial en los Bálticos, después rectificada con Margarita Robles... El refrendo que el Gobierno debe conceder a la actividad institucional de los Reyes opera como un instrumento de estricta motivación política.

En esta deriva, no se puede obviar que Sánchez llegó a utilizar al Rey en el amago de dimisión que protagonizó tras la imputación de su esposa. Le comunicó primero su posible paso atrás y, cinco días después, se reunió con él en Zarzuela para anunciarle lo contrario, haciéndole de cierto modo partícipe de su ofensiva para «limpiar» España de los elementos que considera antidemocráticos: los contrapoderes que le fiscalizan, desde la Justicia a la prensa crítica. Frente a estos ataques, los discursos de Felipe VI son pura pedagogía democrática, el alentador reverso de la erosión institucional que el Gobierno está provocando.