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Yulia, Olga, Anastasia, Elena o Sasha..., estas son las mujeres que plantan cara al Gobierno de Putin

Son las piedras en el zapato del presidente de Rusia. En el exilio o desde dentro, Yulia, Olga, Anastasia o Sasha se levantan contra la guerra de Ucrania y contra el Gobierno, y lamentan la falta de acción de sus compatriotas «dormidos».

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Yulia Navalnaya, mujer de Alexei Navalny.
Yulia Navalnaya, mujer de Alexei Navalny.

La clase espera que la profesora se siente en un pupitre vacío como una más, en la vetusta aula de la Universidad Estatal de Moscú: hoy no toman apuntes, y es un periodista español quien los interpela. Es marzo de 2018, Vladimir Putin afronta en pocos días sus cuartas elecciones presidenciales. Lleva, como presidente o primer ministro, 18 años en el poder. La mayor parte del alumnado presente ese día, en su mayoría chicas, nació con Putin ya en el cargo y se dispone a votar por primera vez. Rompiendo el hielo, el corresponsal lanza una pregunta rara: «¿Quién en esta sala quisiera ser presidente o presidenta?». Al ser interpelada, la primera estudiante tuerce el gesto:
-¿Yo? No, de ninguna manera. Rusia necesita alguien fuerte al mando, no una mujer.

Varias chicas asienten en silencio. Preguntadas más tarde, darán respuestas similares, aunque el periodista intente argumentar en dirección contraria:
-Pero vamos a ver, ¿Angela Merkel no os parece una mujer fuerte?
-Alemania es una cosa, y Rusia es otra: aquí hace falta un hombre al mando.

Aquel año fue la última vez que una mujer concurrió a las elecciones. Un siglo antes, el Gobierno Provisional, que había sustituido a la autocracia del emperador Nicolás II, otorgó a las rusas el derecho al voto y a ocupar cargos políticos. Sin embargo, la URSS nunca tuvo a una mujer al frente. La Rusia moderna nunca ha tenido una presidenta, tampoco una primera ministra. Actualmente, tampoco tiene una primera dama: Vladimir Putin se divorció en 2013 y desde entonces su vida sentimental es un misterio.

La historia de Yulia Navalnaya

Algunos rusos creyeron ver en Yulia Navalnaya a la primera dama opositora, un prólogo de un futuro improbable. Su marido, Alexei Navalny, fue desde 2012 el líder de la oposición extraoficial en Rusia. Ella lo acompañó en su primer juicio importante en 2013, sentada detrás de él proyectando serenidad. «Estos cabrones nunca verán nuestras lágrimas», dijo después de que él fuera condenado a cinco años de prisión. Ella misma fue detenida dos veces en enero de 2021 en manifestaciones en Moscú en apoyo a Navalny, que acababa de ser encarcelado a su regreso a Rusia. «Disculpen la mala calidad. Muy mala luz en la furgoneta policial», escribió en un selfi desafiante en Instagram.

YuliaNavalnaya

Viuda de Alexei Navalny, tendrá un papel importante en la Rusia del futuro. «Continuaré la labor de mi marido».

Fue consejera en la sombra de su marido y, cuando lo mataron en 2024 en prisión, fue una viuda bajo los focos. Con lágrimas secas y mirada de acero, publicó un vídeo: «Continuaré la labor de Alexei Navalny». Cinco meses después, las autoridades ordenaron su arresto. «Ella va a seguir adelante, vive de manera casi clandestina, sólo unos pocos sabemos dónde», explica una persona de su entorno convencida de que, aunque algunos la llamen la reina de las nieves por su distanciamiento, tendrá un papel importante en la Rusia del futuro.

De izq. a dcha., Olga Shorina, Evgenia Kara-Murza y Anastasia Burakova.
De izq. a dcha., Olga Shorina, Evgenia Kara-Murza y Anastasia Burakova.

De todos los candidatos a la presidencia de Rusia, sólo tres han sido mujeres: Ella Pamfilova fue la primera en el año 2000, disputando a Putin sus primeros comicios. Irina Hakamada probó suerte en 2004. Y en aquel 2018 en el que este grupo de universitarias se descartaban como líderes, la presentadora Ksenia Sobchak -ahijada de Putin- jugaba a ser un as liberal en la baraja de cartas marcadas que es cada elección en Rusia. La representación femenina en la Duma Estatal, la cámara baja del Parlamento, llega sólo al 16%.

Olga Shorina y la Fundación Nemtsov

Con el regreso de Putin en 2012 llegó el giro ultraconservador del Kremlin, colocando un signo de interrogación sobre la revolución feminista pendiente. En 2015 el asesinato del líder opositor Boris Nemtsov «demostró que Putin no se detiene ante nada. El poder es más importante que las personas. A veces se refiere a su misión, pero eso es sólo producto de su imaginación», explica Olga Shorina, que fue estrecha colaboradora de Nemtsov y ahora es cofundadora de la Fundación Boris Nemtsov para la Libertad junto a Zhanna Nemtsova, hija del político.

Olga Shorina

En el exilio, es cofundadora de la Fundación Boris Nemtsov para la Libertad. «Seguir con la lucha es una tarea de Sísifo».

«Lo que pasó en los años siguientes nos ha demostrado que todo podía ser peor», añade. Shorina dejó Rusia en 2015. No se arrepiente de haberse puesto a salvo. Desde el exilio seguir con la lucha es una «tarea de Sísifo», afirma, «crece la brecha entre las personas, entre quienes se fueron y quienes se quedaron, y entre emigrantes de diferentes países».

Evgenia Kara-Murza y su marido

En la oposición son habituales los casos de mujeres empujadas a la lucha después de que el régimen derribase al hombre que tenían cerca. Evgenia Kara-Murza tuvo que asumir el relevo cuando su esposo, Vladimir, un destacado político y activista de derechos humanos, fue encarcelado en 2022 por criticar la guerra. Estuvo dos años separada de él hasta que lo intercambiaron, pero sabe que es importante no callar a pesar de los riesgos.

Evgenia Kara-Murza

Directora de Defensa Legal de la Fundación Rusia Libre. «La libertad de expresión es la primera víctima de la autocracia».

«Es más fácil cometer crímenes en silencio, en la oscuridad y a puerta cerrada. Por eso, la libertad de expresión siempre es la primera víctima de cualquier autocracia». Hoy es directora de defensa legal de la Fundación Rusia Libre, desde donde intenta que los críticos unan sus esfuerzos para «dificultar que los dictadores oculten la verdad sobre sus actos atroces».

Anastasia Burakova, desde Madrid

Las manos que cosen lo que la represión o el exilio ha rasgado son una de las principales apuestas para durar más que Putin. Anastasia Burakova ha sido durante años una abogada defensora de los derechos humanos: «Muchos de mis defendidos fueron acusados simplemente por protestar o dar dinero a determinadas entidades» señaladas por el régimen, explica en un bar del centro de Madrid, donde se exilió el año pasado tras comprobar que el primer escondite, Georgia, no es un lugar seguro.

Anastasia Burakova

Exiliada en Madrid, fundó El Arca. «Nadie sabe cuándo van a caer las dictaduras. Esto puede empezar mañana».

En la década pasada, Burakova colaboró en impulsar hasta 400 candidaturas independientes en elecciones locales y regionales, venciendo el escepticismo de parte de la población sobre la democracia: «Mucha gente piensa que nada puede cambiar porque le han dicho que así es como son las cosas». Desde la fundación Rusia Libre impulsaron hasta una escuela de candidatos, ayudando a la gente a presentarse. Su compromiso político nació en 2012, cuando fue observadora en las elecciones con las que Putin volvió al Kremlin: «Fui testigo de falsificaciones y tomé partido en las protestas».

En el sentido de las agujas del reloj, Elena Osipova, Elena Kostyuchenko, Lyudmila Razumova y Sasha Skochilenko.
En el sentido de las agujas del reloj, Elena Osipova, Elena Kostyuchenko, Lyudmila Razumova y Sasha Skochilenko.

Fundadora de una organización de derechos humanos que trata de coordinar la acción democrática del exilio, su trabajo la convirtió en un objetivo del Gobierno ruso, que tachó su entidad -llamada proféticamente El Arca- como «indeseable», lo cual puede incriminar a todo el que colabore con ellos. Ofrece asistencia psicológica y legal, formación profesional y en idiomas e incluso ayuda para hospedarse tras huir de Rusia. También trabaja con los rusos que están dentro del país. El plan es tener lista una alternativa cuando haya un cambio de régimen en Rusia: «Nadie sabe cuándo van a caer las dictaduras, en Rumanía Ceaucescu tenía el cien por cien de apoyo poco antes de ser derrocado». En la siguiente transición no pueden fallar: «Pujaremos por la liberación de presos políticos, la libertad de prensa y por unas elecciones libres, y todo esto puede empezar en unos años o mañana mismo». La invasión de Ucrania es, en este sentido, un activo, porque «ha hecho despertar a mucha gente».

La veterana Elena Osipova

Muchos rusos amanecieron en un país distinto el 24 de febrero de 2022. En medio de la noche, mientras los tanques rusos se adentraban en Ucrania y la artillería rompía el cielo del país vecino, el teléfono sonó en casa de Elena Osipova, veterana artista de Leningrado que hoy tiene 79 años. Le confirmaron lo que sabía que iba a pasar. Había empezado a pintar carteles contra la guerra antes de que ésta comenzase. Los sacó a la calle en los días previos, cuando nadie pensaba que algo así pudiese ocurrir. En poco tiempo todas las protestas pasaron a estar proscritas y en las escasas que siguieron, ellas llevaban la voz cantante. Ellos, en caso de ser detenidos, se exponían a ser enviados al frente.

Elena Osipova

Artista, cree que «los horrores cometidos nos permitirán cambiar el rumbo de mi pobre y querida Rusia».

«Cuando empezó la guerra, el tiempo se detuvo. Y ahora la indiferencia es nuestro principal problema, porque el país ha estado dormido», comentaba un año después en su piso en el centro de San Petersburgo. Osipova es una de las pocas voces que se alzan desde dentro de Rusia contra la contienda. Comenzó con ocasión de la segunda guerra de Chechenia. Entonces no detenían por protestar, pero casi nadie se manifestaba. «Llegamos demasiado tarde», concluye consciente de que el ruso medio siente que tiene «más que perder» que ella. Pero se muestra convencida de que «los horrores que han ocurrido nos permitan cambiar el rumbo de mi pobre y querida Rusia».

Sasha Skochilenko, siete años de cárcel

A unas cuantas manzanas, la joven Sasha Skochilenko, que ni siquiera militaba como activista, decidió ir más allá participando en una protesta organizada desde internet. Una mañana de 2022 entró en una tienda de San Petersburgo y colocó pegatinas contra la guerra encima de los precios de algunos productos. Una vecina la denunció y se organizó una búsqueda como si fuese una criminal. El régimen le puso un castigo ejemplar: siete años de cárcel por «falsificaciones sobre la guerra».

Sasha Skochilenko

Exiliada en Alemania tras pasar por la cárcel, reniega de Rusia, dice, hasta que sus compatriotas no cambien.

«Creo que las autoridades se dan cuenta de esta situación y tratan de cortar de raíz estas pequeñas acciones», explica sentada en el parque que hay frente a su nueva casa, en una localidad que no quiere desvelar de Alemania, donde se exilió tras ser liberada el año pasado en el gran intercambio de prisioneros entre Moscú y Occidente. En la cárcel odió para siempre tragar agua sucia y se enamoró de un cielo azul que sólo existía en su cabeza. Mientras sus compatriotas no cambien, es categórica: «Mi relación con Rusia ha terminado».

Razumova y Kostyuchenko

Otras no escaparon a tiempo. La artista Lyudmila Razumova fue sentenciada en marzo de 2023 a siete años de prisión por supuestas «falsificaciones» sobre el ejército y ha hecho una huelga de hambre.

Mientras las esperanzas de cambiar Rusia desde dentro se hundían, el perfil de las mujeres creció en el ámbito de la protesta. La escritora y periodista rusa

Elena Kostyuchenko

Periodista, vive en Berlín, y el Kremlin planeó su muerte en Ucrania. «Hay que luchar por el alma de nuestro pueblo».

está entre las plumas más valientes. Cuando empezó la invasión viajó a Ucrania y llegó a cruzar varias veces la línea del frente. Fue a finales de marzo cuando sintió el verdadero peligro. Desde el periódico la alertaron: «Saben que vas a Mariupol y se ha ordenado a los hombres de Kadyrov que te encuentren. No te van a detener. Te van a matar. Ya está todo organizado».

Dimitri Muratov, el director de su diario, Novaya Gazeta, le ordenó abandonar Ucrania y no volver a Rusia. Decidió mudarse a Berlín. «La palabra patriotismo es casi una palabrota en Rusia ahora, porque se usa para obligar a la gente a hacer cosas horribles», lamenta en conversación telefónica. Morena, delgada, con una mirada asustada que escudriña los surtidores del miedo, Kostyuchenko informó sobre Rusia durante 17 años, causando reacciones de todo tipo por cuestionar lo establecido siendo mujer y lesbiana. Aun así, cree que «tenemos que luchar por el alma de nuestro pueblo». Como le gusta decir, «quiero vivir, y por eso escribo».

Es una manera de mantener la cordura, porque «cuando el sistema es inhumano, uno mismo se deshumaniza muy rápidamente». Confiesa que su madre apoyó en 2014 la anexión de Crimea por parte de Putin, creyendo las mentiras que cada día da la televisión. Cuando el régimen se quita la careta y llega la invasión a gran escala de Ucrania en 2022, Elena la encuentra atónita delante del televisor: «Es imposible estar preparada para ser fascista».

Ser mujer en Rusia

Todas las activistas han sido tratadas con condescendencia. «Con frecuencia se preguntaban qué les iba a explicar una chica joven sobre el país; y después la pregunta es qué está diciendo esa señora, me pregunto si alguna vez he tenido o tendré la edad adecuada para hablar», expresa Anastasia Burakova con ironía.

Tanto en la Rusia actual como en la que sea posible cuando Putin no esté, todas tendrán que buscar su sitio en una tierra que siempre las ha visto como un recurso. «En la Unión Soviética había muchos empleos para las mujeres, porque la economía necesitaba mucha mano de obra, era algo práctico, no un signo de diversidad», recuerda Olga Shorina. «Para el régimen ruso actual, no es una cuestión de capricho: lo único que quieren de las mujeres es que tengamos más hijos que cumplan su función en la economía y en la guerra».