El consuelo de quienes lo pierden todo, menos la vida, siempre es el mismo: «Lo material se recupera». Pero cuando «lo material» está fusionado con la identidad, la emoción y la familia, no hay nada que lo reemplace. Las fotos en blanco y negro de la boda de los abuelos, la única instantánea del padre que murió o el retrato del joven tío que emigró y no volvió son insustituibles.
La avalancha de lodo que provocó la DANA en la Comunidad Valenciana tiñó el paisaje de un único color. El marrón. Se coló por umbrales y ventanas. Penetró, incluso, entre los cristales de los portarretratos, entre los marcos de los cuadros y entre las páginas de los álbumes fotográficos. Así, las turbias aguas no sólo destruyeron el presente de sus afectados, sino también su pasado.
Pero la solidaridad ha vuelto a auxiliar a las víctimas. Las cinco universidades públicas valencianas, entre las que destacan la Universidad de Valencia (UV) y la Universidad Politécnica de Valencia (UPV), en colaboración con el Museo Valenciano de Etnología L'Etno y el Grupo Español del International Institute for Conservation (GEIIC), han impulsado el proyecto Salvem les fotos para restaurar esas fotografías y esos álbumes familiares deteriorados por el fango.
«Es lo mínimo que podemos hacer. Dicen que las personas somos como gotas de un mismo océano, y entre todas las gotas formamos un tsunami. Cada uno puede aportar desde su lugar», expresa Marisa Vázquez de Ágredos, directora del área de Patrimonio de la UV.
La idea surgió de Alejandra Nieto, investigadora de la UV y experta en conservación y restauración de bienes culturales. Para ella, estas imágenes son parte del patrimonio familiar. «Creo que las fotos serían lo primero que salvarían las personas si pudieran elegir salvar algo. En un álbum está nuestra familia, nuestros recuerdos, nuestra identidad y nuestras experiencias».
Conscientes de que, tras los primeros días de la tragedia luego del 29 de octubre, la prioridad era salvar vidas y encontrar a los desaparecidos, las universidades prefirieron esperar para lanzar un anuncio con el ofrecimiento. Pero el tiempo corría en contra y cuatro días después publicaron en redes sociales un llamado a no deshacerse de esas reliquias familiares, por muy mojadas y manchadas que estuvieran.
Creo que las fotos serían lo primero que salvarían las personas si pudieran elegir salvar algo. En un álbum está nuestra familia, nuestros recuerdos, nuestra identidad y nuestras experiencias
El proceso de recuperación comienza en las zonas de la catástrofe. Las fotos deben tocarse lo menos posible y depositarse en bolsas de plástico con agujeros para que los objetos respiren y evitar así la proliferación de hongos, que convertirían las fotografías en insalvables. «Se comen la emulsión, que es donde está guardadita la imagen. Si no hay imagen, no podemos restaurarla», adelanta Rosina Herrera, experta en restauración de fotografía y vocal de la junta directiva del GEIIC.
Si las fotografías fueron invadidas por el lodo en su portarretratos, los expertos instan a meterlo también en una bolsa de plástico (de cualquier tipo vale, hasta una de basura), sin sacar la foto. Al depositar los recuerdos en las bolsas, es importante identificarlas con los nombres y direcciones de sus propietarios.
Contacto con las universidades
Los interesados en recuperar sus memorias deben contactar con las universidades a través de los correos electrónicos patrimoni.cultural@uv.es o restauracion@upv.es, o del número de teléfono 686788721. «Es importante que tengamos las fotografías aquí lo antes posible porque el tiempo es un enemigo tremendo», advierten desde la UPV.
Desde principios de la semana pasada ha llegado un gran volumen de álbumes y fotografías a la UPV. Los voluntarios están ya volcados con la tarea y pasan horas de trabajo rescatando los materiales en los lugares devastados, restaurando las imágenes y devolviéndolas a sus dueños.
La mayoría de los voluntarios son estudiantes o egresados de los títulos del Departamento de Conservación y Restauración de la UPV, coordinados por un equipo de investigadores y profesores de la misma universidad. Hasta ahora han recuperado «más de 10.000 fotografías», según indican desde la institución, regalando así un poco de alegría a quienes han sufrido las calamidades de la gota fría.
En la UPV, además, cuentan con un equipo de biólogos para el control de hongos, esporas y bacterias, garantizando que el entorno de trabajo sea seguro para el estudiantado. Todo se hace en un ambiente amplio y ventilado. Desde la UPV describen que «el lodo desprende un hedor insoportable» y que podría traer problemas a la salud. Por eso trabajan «con mascarillas, batas, gafas de protección y guantes».
Una vez recibido el material, la primera labor que desempeñan es de salvaguarda. «Tiene que ver con el correcto inventario de todo lo que nos llega», detalla Marisa. A cada material se le asigna un número de registro y una ficha técnica. Esa información va a una base de datos para garantizar que nada se extravíe.
Antes de ponerse manos a la obra se hacen «unos triajes» para discernir entre qué se puede salvar y qué no, según su estado. Lo siguiente es hacer una valoración de las imágenes. «No es lo mismo una fotografía de 1920 que una de 1950 o una de 1970. Los soportes y los sistemas de revelado cambian, todo eso tiene un impacto en el daño que ha podido sufrir», especifica Marisa.
Quitar el barro, la prioridad
El trabajo más arduo y delicado está en la limpieza de las memorias. En esa labora, los estudiantes de la UPV «se dejan la piel». Si el fango ya se ha secado y se ha adherido a la foto, primero lo retiran con cuidado usando un bisturí de poco filo y una pequeña brocha. Cada foto es lavada con la máxima sutileza. Principalmente utilizan agua y, en casos concretos, alcohol. Por último, se hace un lavado final con agua destilada o desionizada.
Lo siguiente es hacer un secado por oreo —permitiendo que les dé el aire—. De manera tal que colocan las fotografías en superficies secantes. O también las cuelgan con pinzas en cuerdas. «Sobre todo se suelen tender los negativos. Algunas tendrán que colgarse en vertical, otras en horizontal. Depende del proceso», detalla la especialista Rosina.
El último paso es crear un respaldo de esas imágenes. «Cuando ya los álbumes están limpios, los estamos digitalizando para devolverle estas memorias a todas las personas en su formato original, pero también en digital», señalan desde la UPV. Finalmente, se envían las fotos a sus protagonistas en sobres o cajas. La labor es gratuita. Eso sí: los expertos dejan claro que harán todo lo que esté en sus manos para salvar el máximo de fotos posible, pero no garantizan que quedarán iguales a como las recordaban.
La especialista en restauración fotográfica Rosina matiza que lo que dictan los manuales para recuperar las fotos es un proceso distinto. «Como es una situación de siniestro, te saltas muchas de las manías que tenemos los restauradores en el día a día. Tenemos que usar materiales que hayan pasado un test, con pH neutro y varias cosas más. En esta situación de desastre te lo saltas porque esto es una excepción... La idea es que el protocolo cambia totalmente y la idea es hacer lo que podamos y hacerlo también con los recursos que tenemos».
El proyecto ha ido sumando entidades desde su creación. Además de las ya mencionadas instituciones, también participan la Universidad Jaume I de Castellón, la Universidad de Alicante y la Universidad Miguel Hernández. A su vez, la empresa Arte y Memoria (en Barcelona) ha ofrecido enviar el material que se necesite a coste cero.
Los especialistas coinciden en que serán «meses de trabajo». Ya han recibido cientos de mensajes de personas deseando recuperar sus memorias. «Son miles, y miles, y miles de fotografías», indican desde la UPV. Y, con ellas, miles de sonrisas que devolverán a los valencianos.
Los recuerdos inmortalizados en fotografías son el tesoro invaluable de las familias. Incluso más que la obra de cualquier prestigioso pintor. En palabras de Rosina, «el cuadro de Las Meninas es maravilloso, técnicamente es increíble, pero nosotros no somos familiares de Las Meninas, no hay una conexión de decir 'esos son mis tatarabuelos'».