Dentro de unas semanas volverá a abrir a pie de playa el Kiosko Manolito. Los turistas llegarán en sus vespas como un enjambre motorizado, brindarán con cerveza helada y pedirán sabrosa pasta con marisco a 29 euros la ración. Las redes sociales se inundarán de nuevo con el azul turquesa de la playa de Llevant de Formentera, parque natural, paraíso en la tierra.
Pero en la tarde del pasado 6 de marzo, ese mismo arenal de ensueño parecía parte de otro mundo, uno muy distante. Porque en esa tarde ventosa de marzo, en la orilla de esa misma playa y con ese mismo mar escupiendo la espuma de un temporal invernal, había aparecido el cadáver ya casi descompuesto de un hombre anónimo. Un cuerpo inerte, hinchado, amortajado con la misma ropa negra juvenil que vestía cuando perdió la vida en el mar.
El suyo es uno de los quince cuerpos sin nombre (o mejor dicho, sin nombre de momento conocido) que, en lo que va de año, han aparecido en las playas de las Islas Baleares en un macabro goteo de cadáveres náufragos.
Todos descompuestos por la inexorable acción del mar. Todos, según las organizaciones humanitarias consultadas por Crónica, cuerpos de migrantes que murieron en la ruta ilegal de las pateras argelinas. Hombres (y cuatro mujeres) que tenían una vida pero que la perdieron en busca de otra supuestamente mejor.
«Todo indica que los últimos cuerpos que han aparecido pertenecen a dos embarcaciones distintas desaparecidas en las últimas semanas», explica Elizabeth Gutiérrez, responsable del programa de migrantes desaparecidos de Cruz Roja en la ruta que une las costas de Argelia con Baleares y el Levante español.
Uno al día
«Sólo en lo que va de año tenemos contabilizadas al menos cuatro embarcaciones desaparecidas en esa zona». La ONG Caminando Fronteras eleva a 6 el número. Eso equivale a la desaparición de entre 80 y 100 personas, más de un migrante al día sepultado bajo las olas.
El año pasado, estas organizaciones humanitarias investigaron hasta 700 desapariciones asociadas a las pateras que zarpan desde el norte de Argelia (de Bumerdés, Tipasa o Aïn Taya), habitualmente a partir de denuncias y alertas lanzadas por familiares o amigos de los desaparecidos.
«Únicamente un 2% acaban siendo localizados», lamenta Gutiérrez, que explica las dificultades que afrontan las familias para obtener información o recuperar los cuerpos. «Recibimos miles de solicitudes al año y recabamos toda la información que podemos», relata con cierto tono de impotencia.
En muchos casos las familias desconocían que sus parientes iban a embarcarse en un viaje así, acechado por las corrientes traicioneras del Mediterráneo. Y si lo sabían, se resisten a creer que hayan naufragado sin dejar rastro. «La mayoría no asume la pérdida cuando les comunicamos que su ser querido ha desaparecido, confían en que todavía siga con vida, les cuesta mucho asimilarlo».
Esos datos son únicamente los que se conocen, la punta del iceberg de una tragedia mayor, porque en muchas ocasiones ni siquiera tienen noticia de esas singladuras, organizadas y controladas por las mafias que trafican con personas y operan en el norte de África. «Nadie sabe cuántos fallecidos hay en realidad», admiten las ONG's y lo reafirman fuentes experimentadas de Salvamento Marítimo.
Según explican los especialistas policiales que trabajan sobre el terreno, las organizaciones que trafican con seres humanos los lanzan en pateras patroneadas por jóvenes sin experiencia. Cobran a cada migrante entre 600 y 3.000 euros.
Han disparado su negocio «de forma exponencial» en los últimos años con embarcaciones cada vez más atestadas de inmigrantes que llegan ahora desde lugares más remotos de África (Yemen, Somalia) en condiciones más duras. También con la proliferación de las llamadas pateras taxi. Son lanchas rápidas que van y vuelven y permiten cobrar más por cada viaje.
La ruta balear de las pateras argelinas batió récords el pasado año, superando todos los registros desde que empezó a estar activa hace casi una década. En 2024 llegaron 5.846 personas al archipiélago, que, paradójicamente, es uno de los grandes destinos turísticos del Mediterráneo.
En total, llegaron en un solo año más del doble de pateras de las que lo hicieron en 2023. Este año ya superan las 820 personas. Y nunca antes en Baleares habían aparecido tantos cadáveres como ahora.
NAUFRAGIO AGÓNICO
Las ONG's intentan rastrear los naufragios. Es como buscar un cascarón en la inmensidad del mar. Prestan auxilio y cooperan con las autoridades españolas.
Rara vez puede documentarse y reconstruirse un naufragio como el que tuvo lugar el pasado 22 de febrero, cuando se rescató una patera con 20 migrantes somalíes a bordo que habían quedado a la deriva a 23 millas náuticas de Ibiza (43 kilómetros).
Exhaustos, sin combustible ni comida y al borde del colapso, fueron avistados por un ferry. Al ser hallados, los supervivientes (16 adultos de entre 19 y 27 años y cuatro menores) narraron a sus rescatadores una tortuosa odisea, y cómo habían muerto ahogados cinco compañeros de travesía.
Según ese relato, reproducido por sus destinatarios al personal de Cruz Roja, la embarcación había partido de la costa norte de Argelia en la madrugada del 17 de febrero.
Sus tripulantes procedían del cuerno de África, en el extremo oriental del continente. Tras meses de penosa migración por el continente, habían sido recluidos por los tratantes en una casa en la costa de Argelia a la espera de una orden para zarpar. Allí, aterrados, estuvieron 9 días cautivos. No se conocían entre ellos, pero algunos trabaron cierta camaradería. Al alba les ordenaron abruptamente que partirían.
Sin comida ni agua
A bordo iban dos patrones empleados por las mafias. «Salieron a la carrera, sin brújula, sin mapas, apenas sin tiempo de coger alimentos o agua», explica Gutiérrez siguiendo el hilo de lo que les relataron los supervivientes.
Al poco de iniciar la navegación, el tiempo empeoró. El oleaje creció, las corrientes zarandearon la chalupa y el combustible se quedó corto. «A las 24 horas se quedaron a la deriva». Y así pasaron varios días agónicos.
Al tercer día uno de los patrones, «el que sabía nadar», se lanzó al agua en algún punto en mar abierto. Desesperado, creyó que podría alcanzar la costa, de la que llegaba un tenue resplandor en la noche. La corriente le venció «y nunca más se supo de él», contó uno de los supervivientes.
Una mujer saltó luego al agua, presa de la misma desesperación. Al intentar auxiliarla, otros tres hombres se ahogaron con ella. Dos de los desaparecidos se habían hecho amigos durante la reclusión, y ese frágil vínculo les encadenó a la tragedia.
«Ninguna de esas cinco personas volvió a la embarcación; muchas veces se confían, no todos saben nadar y no conocen el mar ni las corrientes del Mediterráneo», explican desde Cruz Roja, que recaba testimonios entre los que sobreviven, no sólo como parte de la asistencia humanitaria y psicológica tras el trauma.
Sino también, agregan, para poder así dar una respuesta a los familiares de los desaparecidos sobre lo que les ocurrió a «sus seres queridos». Es la memoria que sólo conoce el mar, frágil como la estela de esas pequeñas pateras.
IMPOTENCIA
En lo que va de 2025 han aparecido cinco cadáveres en Formentera: en las playas de Sa Torreta, de Llevant, de S'Alga y en la playa de Cavall d'en Borràs, donde el 7 de enero aparecieron de golpe dos cuerpos. En Mallorca, han aparecido cadáveres (y una pierna) en Playa de Palma y en las playas del norte (Cala Deyà y Cala Mesquida), lo que demuestra la fuerza de las corrientes. Uno de ellos llevaba puesto un chaleco salvavidas. En febrero apareció un cuerpo también en Menorca, la isla más alejada de las costas africanas.
Las labores de identificación son complejas. Las huellas dactilares habitualmente están borradas y es necesario realizar pruebas complementarias.
Los cuerpos quedan bajo custodia en las morgues del instituto forense y se abre la pertinente investigación judicial. Si no se identifica a la víctima y no se reclama el cuerpo, acaba en una fosa común.
'El Gobierno debe actuar'
Impotente ante la telaraña geopolítica que se extiende en las causas del fenómeno migratorio, la clase política local y las organizaciones humanitarias exigen al Gobierno de España que actúe y detenga cuanto antes la sangría.
«Estas noticias nos golpean a todos, hay que combatir con todos los medios estas mafias», escribió la presidenta balear Marga Prohens tras conocer el trágico naufragio de los migrantes somalíes en Ibiza.
Mientras se suceden las palabras de condena, los traficantes y el mar no descansan. Y con su poder letal silencian para siempre la voz de los ahogados. @EduColom