MADRID
Tejado de zinc

Víctor de la Serna, va por ti

El periodista Víctor de la Serna.
El periodista Víctor de la Serna.E. M.
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Decía no se quién que en España matamos muy bien y enterramos mejor. Ya saben: cuando alguien nos deja para hacer ese último viaje del que no existen certezas, solo dudas, somos especialistas en agasajar la memoria del difunto con obituarios cargados de florituras, como en una gramola de recuerdos donde solo suenan canciones bonitas y estribillos amables a mayor gloria del susodicho. Hace cuatro días, nos dejaba Víctor de la Serna, decano de todos los que nos hacemos llamar juntaletras de este santo oficio que nos ocupa, uno de los fundadores de esta casa, escrupulosísimo maestro del libro de estilo por el que nos guiamos todos los redactores que le damos fuelle a esta fábrica de palabras que es EL MUNDO.

Y como suele suceder en estos casos, con su muerte no han faltado los textos que glosaron su inmensa trayectoria, también su genio, su academicismo sabueso acechándonos el cogote, su precisión de cirujano con el arte de contar cosas. En el caso de Víctor, el farallón de elogios que han remendado su partida no pretendían cubrir el expediente, ni mucho menos. Víctor fue mucho más que una esquela a pie de página y dos obituarios bien avenidos. Ahora que seguiremos imprimiendo periódicos sin él guardando el fuerte como un soldado de la palabra bien traída -desde el retiro activo de su casa en el que seguía vigilante cualquier desliz nuestro de cada día-, EL MUNDO se queda un poco más huérfano sin su brújula.

En las ocasiones en las que pude hablar con él, siempre me agradeció que le contara algún chascarrillo de esta familia que también fue la suya. Le costaba estar lejos del barullo de la redacción, que es también su gasolina. Y a sus 77 años, seguía remando a favor de obra con el vigor de la vieja escuela, resistiendo las modernidades del nuevo periodismo. Fue, de hecho, una de las firmas más destacadas de este suplemento local que viene llamándose GRANMADRID; además de su columna semanal, Indiano en Chamberí, repasó el callejero de la capital revisitando a Pedro de Répide, cronista de la Villa de la primera mitad del S. XX y a la postre un antepasado suyo. Bajo el pseudónimo de Fernando Point también sentó cátedra sobre los mejores restaurantes de esta ciudad a la que le sacaba el jugo en cada línea.

En los últimos días, en la sección hemos recordado algunas de sus broncas más sonadas, que las hubo, pues no era un hombre muy dado a la guasa y las algarabías. Puntual, exquisito, impaciente, fue marcándonos el pulso, como la orquesta del Titanic, hasta su último suspiro. Ahora no nos quedan más cojones que mantener su legado y seguir haciendo periódicos como Dios manda, tal y como él nos enseñó en vida. Va por ti, maestro.