Algunos domingos, el fotógrafo Kike Carbajal llegaba al mediodía a la barra de Casa Paco, en la Plaza de Puerta Cerrada, con la cámara colgada al hombro. Allí estábamos (y estamos) los de siempre. Venía de cualquier periferia, de algún extrarradio, de barrios del sur donde echaba la mañana recolectando fotos de edificios de los años 50, y los 60, y los 70 del siglo pasado, para ilustrar la realidad del toldo verde. Es decir: para dar cuenta de una estética y de un patrimonio pobre; de un morse de balcones. Resulta que preparaba un libro con el arquitecto Pablo Arboleda.
Un libro formidable, informado, literario, de realidades amplias, de evocación ancha, de verdad sin tiempo. Es este: Toldo verde. Un éxito imprevisto. Ediciones Asimétricas, la editorial, va por la segunda edición. Un artefacto en tapa dura, forrado en tela verde y que aloja dentro las fotografías reporterísimas de Carbajal, unos textos de situación de cada barrio y otros textos incisivos, bien escritos, rigurosos e irónicos de Arboleda. Kike y Pablo nos enseñan que el toldo verde no es una casualidad, sino una identidad que con el tiempo es la divisa de la periferia que se instaló en la ciudad pacíficamente y desnudó la farsa del madrileñismo centralista.
A poco que uno lo explore descubre que en Madrid todo es periferia, o casi todo lo que merece la pena. Doy ejemplos: la Generación del 98 es periferia (andaluces, vascos, levantinos, gallegos...). Y otra generación más famosa aún, la del 27, también (más andaluces, vallisoletanos, dos madrileños y por ahí). Toldo verde es la confirmación de un Madrid (incluso una España) recosida con el éxodo rural, el Plan de Estabilización de Franco, el desarrollismo, y empujado por brazos y vidas de gentes que tomaron la ciudad a puro treno y levantaron a su manera otra fiesta.
El de Carbajal y Arboleda no es un libro de denuncia ni un ajuste de cuentas, sino una memoria en alerta. El toldo verde es el pendón pacífico de las terrazas y los balcones de esa otra realidad escarpada que al llegar la democracia no participó de igual manera en la movida, adoptó un orgullo de barrio como escudo y observaba desde las traseras de la ciudad el centro de Madrid como otra periferia, pues el centro de la clase trabajadora eran ellos del otro lado del río. Gente que vivió (y vive) de esfuerzos grandes y sirvió entonces de masa madre del pelotazo constructor al calor de la dictadura. De todo esto da cuenta Toldo verde. Los paseos de extrarradio de un fotógrafo sagaz y un arquitecto de mucho olfato para confirmar que Madrid ensanchó por donde las periferias se encuentran, allá donde gotean felizmente y a la vista las coladas.