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That's me in the corner

Lo mejor del año, dicen

Ahora que se publican en todas las cabeceras 'lo mejor del año', se pregunta uno si no vivirá al margen de lo realmente importante

El escritor y periodista Wenceslao Fernández Flórez en Madrid, en 1955.
El escritor y periodista Wenceslao Fernández Flórez en Madrid, en 1955.EFE
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Pasa uno la mayor parte del tiempo entre libros y librerías y cree estar más o menos al tanto de los debates que van marcando el ritmo de estos primeros años del siglo. Pero estos días monótonos de frío y de poca actualidad periodística en los que aparecen los listados de lo mejor del año en las principales cabeceras le hacen a uno preguntarse si no vivirá despistado en los márgenes de la realidad y todo lo que ha ido leyendo pacientemente no será sino una anécdota o una nota al pie de página de lo que realmente importa. Resulta desconcertante que ninguno de los libros que han desfilado por esta sección semana tras semana hayan merecido una mínima reseña en esos listados. Y me he acordado de Wenceslao Fernández Flórez, que temía aparecer siempre como un "antiguo" porque no le divertía el fútbol ("es el deporte donde se dan menos virtudes deportivas"), no le gustaba volar ("a mí lo que me gusta es viajar y el avión suprime los viajes") y en sus crónicas parlamentarias no escribía pensando en consignas o ventajas políticas ("jamás me embanderé en ningún partido, pues por encima de todo me interesaba conservar mi independencia de periodista y de escritor").

Está bien que así sea, me digo, al fin y al cabo para eso nació este corner, para entender el mundo que nos ha tocado vivir, que es el mejor y el peor de todos los posibles, ir esquivando los cantos seductores de las grandes editoriales y no rendirse a la fascinación y el culto de los repetitivos alatristres o a las modas de la corrección, que hoy pasan por encumbrar a escritores jóvenes y orgullosos de serlo, preferiblemente mujeres, para vengar tantos siglos de heteropatriarcado; que escriban en primera persona sobre lo que les pasa cada día, cualquier cosa, a modo de diarios espectrales de eternos adolescentes; que se declaren, naturalmente, no podría ser de otra forma, de izquierdas (lo de Marta Sanz el pasado viernes en El País reivindicando su "roja españolidad" requiere urgentemente que le den otro premio); y que publiquen ansiosamente y sin tiempo a corregir las pruebas como si hubiesen ardido todas las bibliotecas del mundo y tuvieran ellos la trascendental misión de reescribirlo todo para que la humanidad no quede huérfana de ideas y metáforas.

Me he acordado de Wenceslao Fernández Flórez, que temía aparecer siempre como un "antiguo" porque no le divertía el fútbol, no le gustaba coger aviones y en sus crónicas parlamentarias no escribía pensando en consignas o ventajas políticas

Recuerdo que hace años, en este periódico, Juan Bonilla otorgaba sus propios premios anuales a lo mejor que había leído durante el curso, como forma de corregir o enmendar esos listados con los que no terminaba de estar de acuerdo. Fuimos muchos los que aprendimos a prestar atención a los nombres que no salían en 'Babelia' con aquellas recomendaciones. También Bonilla, dentro de su Biblioteca, se sentía fuera del mundo, como si viviera en una isla desierta y todos sus libros fueran el único que se llevó: "Soldados de un ejército vencido", escribía en uno de sus versos, recopilados ahora en Poemas. En otro, La gala, para celebrar "a lo grande" sus cincuenta años de éxitos, otorgaba premios a lo mejor que le ha pasado en la vida. Y el "mejor guión original" era para Agustín García Calvo "por enseñarnos que la realidad no es todo lo que hay/ y que ser es ser y no ser sin que puedan prescindir uno del otro". Feliz Año.