No había llegado aún a Moncloa a lomos de la moción de censura que descabalgó a Rajoy cuando un pujante Pedro Sánchez proponía "incorporar a la Constitución una regulación expresa y específica de la igualdad entre hombres y mujeres". El secretario general que había doblegado a la vieja guardia del PSOE reclamaba que en la Ley de leyes se incluyeran cosas como "el derecho de las mujeres al empleo, a su salud, a la libertad para decidir sobre sí mismas". Etecé. Cualquiera diría que alguna de estas cosas no están ya más que amparadas en la Carta Magna del 78 sin tocar una coma. Pero, en fin, ya se sabe que en política encajan bien las perogrulladas y el tomar por tonto al personal.
Naturalmente que en los siete años -menos cinco días de reflexión- que lleva Sánchez como presidente del Gobierno no ha hecho esfuerzo alguno para reescribir la Constitución y que se incluyan tales ocurrencias. Pero tampoco ha movido un dedo para que se cambien otras que sí dan vergüenza ajena y que no pueden afectar más a la igualdad entre hombres y mujeres. Y es que, sí, España ha vuelto a celebrar un 8 de marzo como el único país de Europa, junto a Mónaco y Liechtenstein -dejemos al margen al Vaticano y a Andorra-, donde se mantiene la discriminación por razón de género en el acceso a la jefatura del Estado. Y qué más da. Dirá Sánchez. Como dirá todo quisqui en este Reino tan raro que es España en el que la Monarquía nos importa entre poco y nada. Cuando debería ser un motivo de bochorno permanente, antes que nada para nuestros próceres, que casi medio siglo después de aprobada la Ley de leyes sigamos sin encontrar el modo de cambiar el artículo por el que se da prevalencia al hombre frente a la mujer, en el mismo grado, en el orden sucesorio. Esto en 2025.
Cualquiera puede asomarse a la hemeroteca y le golpearán las infinitas declaraciones de dirigentes de casi todos los colores desde hace un porrón de años en el sentido de que es más que necesario acabar con este anacronismo que nos estigmatiza como democracia ante el mundo moderno. Pero, a la hora de la verdad, nadie quiere menearlo. Y cada vez que Sánchez o alguno de los suyos se llenan la boca con lo de que estamos ante el Gobierno más progresista de la historia a uno le estallan las meninges al lamentar que, aunque se soslaye, se trata del Ejecutivo de una de las Monarquías más machistas de Europa, y no precisamente por culpa de la Corona, dado que no nos cabe duda del interés personal que tendrá el mismo Felipe VI en que la institución que encarna supere tan aberrante discriminación.
Como excusa de mal pagador, siempre se repite lo mismo. Que cambiar una palabra del Título II de la Constitución es muy farragoso por el procedimiento agravado que se inventaron los padres que la engendraron... Que los socios de Sánchez aprovecharían la juerga para tratar de acabar con la Monarquía... El caso es que a Sánchez es algo que no le importa; a Rajoy le daba, como casi todo, pereza; y de Feijóo en esto, y en lo otro, no cabe esperar nada. Porque acabar con el vestigio semisálico exige uno de esos pactos de Estado que en España parecen haber quedado como reliquias de la prehistoria. Pues nada, Leonor juró la Constitución que la discrimina. Y posiblemente algún día trate de perpetuar la dinastía a través de su descendencia; entonces, todos a cruzar los dedos como cuando el último embarazo de Doña Letizia. Mientras, a seguir festejando el 8-M con el Gobierno más feminista. Ya.