El objetivo del populismo, como de toda la política, es ocupar el Estado, pero este lo hace con trampas y mentiras. El populismo demagógico a derecha e izquierda está desfigurando y corrompiendo algunas democracias; y hasta un nuevo imperialismo, que es más peligroso que los que conocíamos. Se trata de un movimiento autoritario y universal que invade la ideas ilustradas y la separación de poderes, ataca a la prensa y a los jueces, y que se configura en las naciones y en las superpotencias.
Otro de los fenómenos peligrosos de nuestro tiempo es el cambio climático, negado por los populistas que se oponen a la ciencia. Pero al puente viejo de Talavera, de origen medieval y romano, lo ha destruido la riada en pleno cambio climático después de muchos siglos.
Con los nuevos meteoros, el mundo se ha poblado de políticos zoquetes que se definen por la codicia, la corrupción y la vulgaridad. Hasta el imperialismo ha degenerado. El chino se basa en lo peor del capitalismo y el socialismo; el americano, con Trump, se acerca a la tiranía grosera; el ruso ha empeorado desde el Gulag soviético.
Hace unos años se decía, por su elocuencia, que Obama era el nuevo Cicerón. Eso antes de que la mentira y la grosería se apoderaran del estilo chapucero y desvergonzado que ahora marca Trump.
Tengamos un respeto por aquel Cicerón -significa garbanzo negro- que hablaba tan bien el latín, aunque blasfemaba en griego. En el Occidente medieval, la única filosofía griega cultivada -aparte del neoplatonismo- fue el estoicismo, incorporado a través de Séneca y Cicerón, pensadores de la democracia moderna, como escribió Luis González Seara. Los pensadores romanos llamaban a la concordia de las religiones y los generales romanos cifraban toda su gloria en defender las provincias con justicia y lealtad. Roma mereció más ser llamada protectora que dueña del mundo. Entre los emperadores hubo de todo, pero ninguno tan vulgar como los que hoy mandan en el universo.
César fue de joven un gran canalla, y peinaba bisoñé porque se avergonzaba de su calvicie, pero comparen su biografía de general y emperador con estos malvados que controlan imperios. A pesar de la grandeza de César, Bruto, su asesino, dijo de él: «Nuestros antepasados nos han enseñado que no debemos desobedecer a un tirano que sea nuestro padre». Tiberio, Calígula y Nerón fueron crueles, pero no menos que los de ahora. Y, como escribió Suetonio, eran más originales y divertidos.