Tener un perro no es simplemente tener una mascota; es tener un compañero de vida fiel con el que compartir los momentos y las emociones cada día. El amor que se tiene por un perro es algo mutuo, indestructible e incondicional que sólo pueden calibrar en su justa medida los que lo disfrutan o han podido disfrutar. Sentir como ese ser se alegra tanto de verte, de que estés con él, de que juegues con él y os divirtáis juntos, de que le des cariño y comida rica y sana, es una experiencia incomparable y que resulta muy difícil expresar con palabras.
Ese amor sincero, profundo y sin fisuras, propicia que, en la mayoría de los hogares, se les considere como un miembro más del núcleo familiar. De hecho, en un estudio realizado por la Universidad de Hawái, el 30% de las personas cuyo perro ha fallecido, sienten un dolor emocional similar al que sentirían si perdieran a un familiar o amigo cercano.
El 75% de los participantes de un estudio del Human Animal Bond Research Institute declaró que la muerte de una mascota afectaba gravemente su salud mental, sufriendo ansiedad, depresión, vacío, desesperanza... A pesar de que los datos no dejan lugar a la duda, en nuestra sociedad todavía sigue sin aceptarse plenamente que alguien pueda sentirse deprimido durante un tiempo prolongado por la muerte de su perro, un hecho que genera un sentimiento de profunda incomprensión en las personas que lo sufren.
¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando muere nuestro perro?
Lo primero, nada más suceder, la amígdala se activa como respuesta al estrés del suceso. La amígdala es una estructura cerebral involucrada en la regulación de las emociones y, en casos de muerte de un ser querido, puede llegar a activarse intensamente. Esto desencadena una respuesta de estrés emocional, generando sentimientos de tristeza, ansiedad e, incluso, miedo.
La relación con una mascota suele ser de apego profundo y la pérdida de este vínculo afecta los circuitos emocionales relacionados con el apego. Esta respuesta de nuestro cerebro también provoca la liberación de cortisol, la hormona del estrés, que es producida por el cuerpo en momentos de crisis. La elevada producción de cortisol puede causar una sensación de fatiga, agotamiento emocional, insomnio y cambios en el apetito, todos los síntomas comunes en el duelo.
Por otro lado, durante la convivencia con una mascota, el cerebro libera oxitocina, la hormona del amor, que refuerza el vínculo afectivo entre el dueño y su animal. Cuando la mascota muere, los niveles de oxitocina disminuyen, lo que puede intensificar los sentimientos de soledad, tristeza y desconexión social.
Además, las interacciones cotidianas con una mascota suelen activar los circuitos de recompensa en el cerebro, particularmente en el área del núcleo accumbens, donde se libera dopamina, relacionada con la sensación de placer. Cuando la mascota ya no está, el cerebro deja de recibir estos estímulos, lo que puede llevar a una sensación de vacío, pérdida de motivación y tristeza profunda.
El sistema límbico, que incluye estructuras cerebrales como el hipocampo y la corteza prefrontal, es clave en el procesamiento del duelo. El hipocampo ayuda a organizar los recuerdos y la memoria emocional, lo que puede hacer que el dueño de la mascota reviva momentos significativos con su animal. Este proceso puede ser doloroso al principio, pero es una parte importante de la aceptación de la pérdida.
¿Cuál puede ser el Impacto en la salud mental?
En algunas personas, la pérdida de una mascota puede desencadenar o empeorar algunos problemas de salud mental, como la depresión, la ansiedad o el trastorno de duelo complicado. Esto ocurre cuando se tienen dificultades para procesar el duelo y continúa sintiendo un dolor emocional intenso durante un período prolongado. En estos casos, la actividad cerebral relacionada con la regulación emocional y el procesamiento del dolor puede estar más alterada.
La muerte de nuestra mascota deja en nosotros un gran vacío y mucho dolor, sobre todo en casos donde se trata de una muerte repentina o implica un proceso traumático en el que el animal ha sufrido. Todo ello suele llevarse por dentro, por miedo a expresar esos sentimientos de dolor porque sentimos que nuestro entorno nos va a juzgar y se nos va a ridiculizar por sentir lo que sentimos y echar de menos a nuestro compañero.
Fases del duelo por la pérdida de nuestro perro
El duelo por la muerte de nuestro perro tiene las mismas fases que las del duelo por la pérdida de un familiar o cualquier otro ser querido.
Fase 1: 'Shock'. En la primera etapa del duelo, lo normal es sentir incredulidad y negación. Nos cuesta muchísimo aceptar la pérdida, no nos lo terminamos de creer. Esa sensación de 'shock' también provoca aturdimiento y dificulta la asimilación de que nuestro perro ya no está presente.
Fase 2: Volcán de las Emociones. Tras el 'shock inicial', solemos sentir un cúmulo de emociones como la ira, la culpa y la tristeza. La ira puede hacer que explotemos y lo paguemos con las personas que tenemos al lado. Algunas personas también pueden sentirse culpables por no haber hecho lo suficiente por su mascota o por decisiones tomadas en relación con su cuidado. Conforme la magnitud de la pérdida de nuestra mascota se va haciendo más evidente, es normal sentir tristeza profunda y sensación de vacío. Suele manifestarse en la pérdida de interés en realizar actividades que antes nos gustaban, acompañado de una profunda sensación de soledad.
Fase 3: Miedos, dolor y autodestrucción. Si lo que sentimos en la Fase 2 no lo gestionamos de forma adecuada, puede derivar a una situación emocional mucho más complicada. No gestionar bien nuestras emociones durante el duelo puede provocarnos miedos irracionales y pensamientos catastróficos. Todo ello de la mano de un profundo dolor que no somos capaces de calmar y consolar de ninguna manera, lo cual puede llevarnos a la autodestrucción para poder transitar ese dolor.
Esta autodestrucción puede ir desde alejarnos de amigos y familiares que no nos entienden hasta consumir sustancias y tener malos hábitos en un vano intento por 'parchear' el dolor que sentimos. Desde tomar ansiolíticos, antidepresivos hasta un consumo desmedido de alcohol y drogas que nos ayuden a evadirnos de la realidad.
Llegados a este momento, es esencial intentar cuidarnos a nosotros mismos y no caer en esta espiral de autodestrucción de la cual es muy complicado salir y reconstruirse.
Fase 4: Aceptación y Adaptación. Conforme va pasando el tiempo tras la pérdida de nuestra mascota, poco a poco se llega a aceptar la realidad de la pérdida. Aunque el dolor no desaparece por completo, se aprende a vivir con él. Las emociones se vuelven más manejables y es posible encontrar formas de honrar y recordar a nuestro perro.
En esta fase, podemos empezar, por fin, a recordar a nuestro perro con mucho cariño, sin sentir dolor y sabiendo valorar los momentos que hemos compartido con él. Es cuando comenzamos a reconstruir nuestra vida y a encontrar formas de mantener viva la memoria de nuestro compañero.
Fase 5: Superación de la pérdida Solo cuando de verdad la muerte de nuestra mascota haya dejado de afectar a nuestra vida y nuestro día a día es cuando podremos decir que hemos superado su pérdida. En este momento, muchas personas se plantean volver a adoptar a un perro. Otras, en cambio, se niegan a ello para no volver a experimentar ese dolor de nuevo.
Llegados a este punto, debemos tener mucho cuidado. No es muy recomendable adoptar a otro perro cuando todavía no hemos superado la muerte de nuestro compañero anterior, pues eso no nos permitiría cerrar el duelo y sanar las heridas de forma saludable. Pero si hemos pasado el duelo y nos hemos dado el tiempo suficiente, tampoco debemos privarnos de volver a disfrutar de la compañía y el amor incondicional de una mascota, siempre y cuando tengamos un lugar adecuado y un espacio seguro para cuidarlos y darles todo lo que necesiten para tener una vida feliz.
Recomendaciones para afrontar y superar el duelo por la muerte de nuestro perro
Permitámonos sentir. Es fundamental permitirnos sentir el duelo y no intentar reprimir las emociones. La tristeza, la ira, la confusión y el vacío son respuestas completamente normales. Reconocer que estamos mal y abrazar esos sentimientos de dolor, aceptarlos sin reprimirlos, es el primer paso para empezar a sanar.
Algunas personas minimizan su duelo, porque "solo era un perro", pero para quienes forman un vínculo profundo, esa pérdida es significativa. No nos sintamos culpables por sentir el dolor y dediquemos tiempo a procesarlo.
Evitemos compararnos con otros. Cada persona procesa el duelo de maneras totalmente diferentes. Puede que nuestra forma de sentir la pérdida de tu mascota sea más intensa que la de otros o que necesites más tiempo para sanar. No nos comparemos nuestra experiencia con la de los demás; lo importante es lo que nos vale a nosotros. Aceptar nuestro propio ritmo es clave para avanzar en el proceso de sanación.
Rodearnos de personas que sí nos comprenden. Hablar de nuestra pérdida con personas que nos entiendan y no nos juzguen puede ser muy terapéutico y puede ayudarnos en gran medida a transitar el duelo de una forma menos dolorosa.
Expresar nuestras emociones. Dar rienda suelta a todo lo que sentimos es muy importante para evitar que se enquisten en nuestro interior y se conviertan en una carga emocional que puede provocarnos graves problemas de salud mental si no les prestamos la atención adecuada.
Despedirnos de nuestro perro. Realizar un ritual de despedida puede ayudarnos a procesar emocionalmente la muerte de nuestro perro. Podemos organizar una quedada con familiares o amigos cercanos, enterrar o incinerarlo, o crear un altar con fotos y recuerdos. Estos rituales dan un cierre simbólico y permiten honrar su memoria, facilitando el proceso de aceptación. También podemos realizar otro tipo de detalles simbólicos, como escribirle una carta, pasear y meditar por los lugares donde paseábais juntos, o incluso, hacer algún tipo de voluntariado con otros perros que necesiten cariño y un hogar.
Enfocarnos en nuestro autocuidado. Si bien siempre es importante, en momentos como estos, cobra mayor importancia. El duelo puede afectar tanto el estado emocional como el físico. Practicar ejercicio físico ayuda a reducir el estrés y promueve la liberación de endorfinas, mejorando el estado de ánimo. También es importante realizar actividades que nos gusten y nos distraigan, mantener una alimentación saludable y tratar de dormir lo suficiente para no debilitarnos física y emocionalmente durante el proceso de duelo.
Buscar apoyo. Participar en grupos de apoyo para personas que están pasando por nuestra misma experiencia puede resultar muy reconfortante. Compartir nuestros sentimientos con otros que están pasando por lo mismo que tú puede ser muy reconfortante. En este caso, la terapia individual o la terapia de grupo nos ayudará considerablemente a afrontar este proceso sin que afecte gravemente a nuestra salud mental.
Debemos recordar que el duelo no es algo que se pueda superar rápidamente; es un proceso con altibajos que puede parecer una montaña rusa de emociones. Pueden pasar meses o incluso años hasta que lleguemos a sentirnos completamente en paz. Como cada uno lo vivimos y experimentamos de una forma diferente, es importante ser amable con nosotros mismos, no presionarnos y no tener prisa por superarlo.
Lara Ferreiro es psicóloga.