En una escena de Cuéntame, el personaje de doña Herminia, la abuela, requiere a una de sus nietas que mantenga la puerta abierta mientras está en su cuarto con un amigo. Los motivos, insiste ella, es que las manos van al pan, eufemismo de otra cosa que todos sabemos. Su exigencia es firme, sin ningún complejo. La ficción nos remonta a una España de hace décadas donde, sencillamente, cualquier permisividad al respecto sería considerada un auténtico dislate.
En otra serie, Sex Education, británica y ambientada en la actualidad, los adolescentes transitan su despertar sexual por variopintos decorados pero, desde luego, uno recurrentísimo es su propio cuarto y en connivencia con sus padres. Prácticamente, pared con pared.
Unos pensarán que ni tanto ni tan calvo; otros amortiguarán el impacto procrastinando su veredicto con diques como "según la edad", "depende de si es un rollete con una relación con proyección"; y otros, al estilo doña Herminia, sentenciarán que de ninguna manera. Una breve ronda de preguntas a madres con hijos adolescentes revela que esta práctica es común en muchas familias, que consienten de forma consciente o resignada -según los casos- que sus hijos pasen la noche acompañados mientras ellos duermen al otro lado del tabique.
Pero también hay quien no se muestra castrante, pero tampoco proactivo: "No quiero ser como mis padres, pero con 14 años, cada uno a una habitación", dice una encuestada; "Si estoy ausente, de acuerdo, pero si no, ¿hay que ponérselo tan fácil? Ya solo nos falta ponerles el desayuno", dice otra; "Si les dejamos, los ponemos a nuestra altura. Los padres y los hijos no somos iguales", dice la última. Dos expertas en adolescencia aportan argumentos, a favor y en contra, de este brete en el que muchos progenitores van a encontrarse, tarde o temprano.
Carmen López Suárez es doctora en Educación y Pedagogía, CEO de Hijos con Éxito, conferenciante y orientadora familiar. En su post de Instagram "Educar en sexualidad no significa que conviertas tu casa en el picadero de tu adolescente" condensa su opinión al respecto.
Considera que el coito no solo puede esperar, sino que debe esperar, en favor de su adecuado desarrollo afectivosexual, y se apoya en el consenso científico para catalogar de temprano el debut sexual si se produce antes de los 15 años. Aumentan, dice, el riesgo de no mantener sexo seguro, de no distinguir entre deseo y consentimiento, de sufrir más ITS, embarazos, problemas emocionales y abusos de sustancias. Por eso, no es partidaria de favorecer esa precocidad abriendo las puertas de sus dormitorios.
Para ello, apuesta por las normas claras: "No pueden ir trayendo a casa a cada parejita de turno. A veces nos olvidamos de que los adolescentes necesitan límites". Y más: "Las relaciones coitales deben pasar a un segundo plano en esta edad y usar la casa familiar no debe ser una prioridad ni un derecho".
López echa mano de un aprendizaje sobre el que muchos educadores insisten en relación a niños y adolescentes: la tolerancia a la frustración, en este caso, relativa a esas relaciones coitales: "Deben aprender que no siempre será posible tenerlas, que no siempre la pareja querrá, no tendrán dinero para preservativos, no tendrán un sitio adecuado, alguno de ellos lo considerará muy pronto, etc.".
Y para ello, receta alternativas porque, insiste, la sexualidad no solo es penetración, sino "caricias, besos, tocarse con la mano...", y "si no se puede, no se puede", sentencia. Pero ojo, no apuesta por la abstinencia, sino por prácticas igual o más placenteras que implican a estas edades menos costes y consecuencias.
La disciplina, las normas y los límites no son perjudiciales
"Cada progenitor hará lo que crea más positivo para sus criaturas" en función de sus valores, afirma, pero esta educadora, con los estudios empíricos en la mano, prefiere predicar con datos y sin moralinas. "Me encuentro con frecuencia a padres y madres que piensan que la disciplina, las normas y los límites son perjudiciales, pero son la mejor manera de proteger a los menores y apoyar su desarrollo en un ambiente seguro y saludable", defiende. Y, para ello, es imprescindible la maduración del cerebro adolescente, la educación sexual fluida y constante y "la supervisión por parte de los adultos".
Carmen López sostiene además que si toleramos esas entradas y salidas en el cuarto de nuestros hijos, se pueden "generar enganches a parejas que, de otro modo, se quedarían en meras experiencias adolescentes". Y, con los mismos complejos que doña Herminia, concluye: "Permitir que usen la casa de picadero es consolidar el noviazgo, con lo que conlleva de lealtades a la pareja y a la familia a la que se le ha cogido cariño".
Sara Desirée Ruiz es educadora social especializada en adolescencia, psicoterapeuta y autora de varios libros sobre el tema (El día que mi hija me llamó zorra, Te necesita aunque no lo parezca y, con la editorial Planeta, la reciente novela Lo que dejan las madres). Su postura también pasa por la educación sexual y el acompañamiento a los adolescentes en su despertar, pero con un enfoque diferente. Ella también tiene un post en su perfil de Instagram relacionado con el tema que nos ocupa y también ha hablado con Yo Dona.
Para ella, poner puertas al campo (otro eufemismo) no solo es inútil sino contraproducente. Esas puertas son producto de los miedos adultos que son (somos) el resultado de toda una vida de normas, costumbres y valores que son comprensibles, sí, pero necesitan revisión. "La crianza nos pone cada día contra las cuerdas de nuestras creencias y reaccionamos con miedo. Pero eso no es lo más favorable para el desarrollo de nuestros hijos", afirma.
Su máxima es que la adolescencia es un entrenamiento para la vida, un laboratorio de pruebas y errores por el que hay que pasar y mejor que nuestros hijos estén acompañados que solos. Solos con sus dudas; solos con posibles relaciones afectivas no seguras; solos ante controles por parte del otro; solos ante algún problema de salud sexual... "Es en la adolescencia cuando surge el descubrimiento de la intimidad, del deseo de estar con otro, de experimentar, de aprender a decidir, de buscar la identidad propia...".
Y para que adquieran habilidades necesarias para la vida adulta, continúa, deben aprender. O sea, vivir. Y con cuantos más recursos cuenten, mejor, "con las condiciones y límites que cada familia acuerde". "Para eso, tenemos que tenerlos cerca. Si no, no sabremos cómo se relacionan con una pareja y acompañarlos en el proceso. Si no los vemos, no podemos cuidarlos", añade.
"Detrás de la puerta pasa menos de lo que creemos"
Pero muchos progenitores, cuando leen párrafos como este, en realidad leen: "Si dejas que tus hijos duerman con sus novios en casa, todo se precipitará". Y por "todo", entendemos el peligro, el riesgo, los problemas, la adultez a destiempo. La educadora tranquiliza: "En esta etapa pasa lo que tiene que pasar, que no tiene que ser ni salvaje ni desprotegido. Muchas veces pensamos que están pasando muchas cosas detrás de la puerta y ellos solo están acurrucados. Pasa menos de lo que los padres creemos".
Sara Desirée Ruiz no apuesta por retrasar o evitar los encuentros íntimos entre adolescentes, aunque sí por su regulación. "¿Y si nuestro hijo tiene 15 años?", preguntamos. "Si te lo pide y no le das permiso, ¿crees que no va a buscar un espacio? ¿O es que prefieres no verlo? Es tu elección, pero va a desarrollar su sexualidad, como cualquiera. Es preferible que sus inicios sean seguros y agradables y no que se produzcan en el suelo de un garaje, en la playa o detrás de un seto", dice tajante. Ella ve ahí una oportunidad de los padres para generar confianza con los hijos y de conocer a las personas que son importantes para ellos.
Sobre este asunto de la edad, que siempre preocupa tanto, algunos datos: según las últimas cifras de la Sociedad Española de Contracepción (Anticoncepción en España 2022), la edad media en la que las chicas tienen su primera relación coital ha ido adelantándose y la media entre las mujeres menores de 20 es de 16,2 años, 3,5 años antes que sus madres. Los datos del XII Barómetro Control Los españoles y el sexo la sitúan entre los 14 y los 17 para ambos sexos y confirman esa precocidad. "No hay que negar la realidad", concluye la autora.
Un último intento: "¿Y si esperamos a dejarles dormir con su novio o novia a los 18 años?", insistimos. "¿Por qué, para qué? ¿Acaso a esa edad, mágicamente, estarán preparados? ¡A lo mejor no lo sabes y tu hijo tiene relaciones sexuales desde hace dos años!. Es mejor no levantar estas paredes y tabúes dentro de la familia", resuelve.
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